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Madrid resiste (pero quizá no tanto)

Gumersindo Lafuente

Gran revuelo ha causado el cierre parcial del tráfico en la Gran Vía madrileña con motivo de la cercanía de las fiestas navideñas. Dejando a un lado el esperpento de la desvergonzada y cada vez más irrelevante Esperanza Aguirre, el verdadero problema de la capital con la movilidad está más relacionado con la timidez que con la valentía.

Por mucho que la derecha escenifique sus protestas -aún desnortada por la pérdida de la alcaldía-, lo que estamos viendo es que las medidas de Manuela Carmena -o en este caso de su concejala Inés Sabanés- no son ni novedosas ni especialmente imaginativas. El propio Gallardón, el lobo más peligroso de los conservadores, siempre disfrazado de verso suelto hasta que tocó poder nacional, había ensayado ya medidas similares.

La Gran Vía es pura anécdota. En realidad no hay alternativa. El centro de la ciudad no puede seguir siendo una especie de autopista urbana. Los peatones, las bicicletas y el transporte público deben ocupar todo el espacio. Y eso va a ir sucediendo incluso por encima de las ideologías que sostengan a los responsables del Ayuntamiento. Lo mismo sucederá primero con los coches diésel y luego con todos los demás que usen combustibles fósiles para moverse. Acabarán siendo víctimas de serias restricciones.

Por eso los desmentidos de que se prohibirá su circulación en 2025, escuchados esta última semana, son tan patéticos. Mucho antes serán los propios fabricantes los que ofrecerán una alternativa. Pero da la sensación de que nuestro Ayuntamiento del progreso le tiene pavor a ofender al capital. Y se demuestra de nuevo con la última adjudicación para la renovación de la flota de autobuses de la EMT.

Seguimos hipotecando el futuro comprando supuestos autobuses limpios movidos con gas natural, cuando en realidad no lo son. Y hay alternativas. Los autobuses eléctricos no son una quimera del futuro, pero quizá falta imaginación o de nuevo valentía.

Por eso es tan preocupante la desesperante falta de liderazgo de la actual corporación en estos y otros asuntos. Madrid como experimento del cambio esta empezando a dar señales de fracaso, pero de nuevo no por medidas descabelladas o equivocadas -que alguna ha habido, pero en asuntos menores-, muy al contrario. La sensación de paralización, de miedo, es creciente, los meses pasan y los ciudadanos seguimos pendientes de empezar a visualizar la ilusión que depositamos en las urnas.

Mientras tanto, es muy triste contemplar cómo al mismo tiempo que en las mesas del gran poder la ciudad se está jugando parte de su futuro negociando la Operación Chamartín -aquí no nos podéis fallar-, una parte de los concejales que sostienen a Carmena se dedican a torpedearla agitando un asunto menor que tiene que ver con un edificio militar de escaso valor en una zona consolidada, para regocijo del PP y de sus medios amigos. Si queremos ganar la guerra hay que saber escoger las batallas y esta, aunque se ganase, no está bien elegida.

No hay más que ver el despliegue de medios e influencia que en la sombra ha puesto en marcha el BBVA y su socio, la constructora San José, para salvar sus plusvalías en la Operación Chamartín. Por tierra mar y aíre intentan convencernos de que su proyecto, que no logró salir adelante en los últimos 30 años, incluso con el PP mandando en todos los gobiernos (nacional, comunitario y municipal), debe ser aprobado ahora en un puñado de meses o Madrid perderá no sé qué tren de la modernidad.

Señores concejales de Podemos, Ganemos, Equo, etc., por favor, concentren sus esfuerzos en los asuntos verdaderamente transcendentales. Aparquen sus peleas internas y aprovechen el tiempo que les queda en el Ayuntamiento para al menos sembrar la semilla de una ciudad más civilizada.

Además de equilibrar las cuentas -¡fantástico!-, queremos que Madrid esté más limpia. Me atrevería a decir que en este asunto estaríamos incluso a favor de tomar medidas más radicales para que las empresas adjudicatarias de las actuales contratas vieran peligrar su negocio. También a muchos nos gustaría poder respirar mejor y no estar sometidos al veneno que sueltan los tubos de escape de los coches. O poder circular con seguridad en bicicleta. O ir caminando por aceras más anchas y sin tener que soportar el ruido de los motores de camiones, autobuses, coches o motos.

También aprovechar mejor los espacios verdes y la gran cantidad de edificios públicos y privados que están abandonados en el centro de la ciudad y que podrían ser gestionados por ciudadanos para recuperar el tejido social que tanto necesitamos. La llegada de Manuela Carmena ha sido una gran noticia, pero como no repetirá, más vale que aprovechemos la oportunidad o volveremos a tener 25 años de gobiernos conservadores. Madrid resiste, pero quizá no tanto, y se merece de dejar de ser una ciudad acosada.

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