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El ‘McGuffin’ de nuestra vida

Miguel Roig

Esta semana, en una estación de metro, mientras esperaba un tren de la línea 4 en dirección a Arguelles y leía distraídamente un libro, me robaron la mochila. Cuando caí en la cuenta, ya era tarde. Después del desconcierto, con un poco de calma, me di cuenta que a través del móvil podía seguir la peripecia del ladrón a través de la señal que emitía la tableta conectada a la red que estaba guardada a la mochila. Al llegar el ladrón a un sitio en Aranjuez que indicaba el mapa con un parpadeo en la pantalla del móvil, yo entraba en una comisaría a realizar la correspondiente denuncia. Se tomó debida nota de todo y se me informó que se le remitiría al juez. Hasta hoy. La tableta sigue en Aranjuez y me hace señales desde el móvil o del ordenador. Su materialidad ya se ha desvanecido. Sé que no la volveré a ver. Aunque se desplace, como ayer, que regresó a Madrid y estuvo unas horas en la calle del General Kirkpatrick en Arturo Soria para volver más tarde otra vez a su nuevo hogar en Aranjuez. Pero sé que es solo una señal, ya no puede ser un objeto para mi.

Lo mismo ocurría con las bombas que caían en la guerra de Irak: aquellos destellos sobre una pantalla líquida, verde, casi fosforescente que veíamos, eran señales lumínicas que eludían su razón letal.

Galileo fue el primero en interesarse no por la caída de los objetos sino por el tiempo que tardaban en caer y el camino que recorrían. René Descartes, el primero en escribir el relato. Dibujó un eje horizontal y otro vertical; uno representaba el tiempo y el otro el recorrido. Una curva dibujada a partir de los dos ejes permitía ver el desplazamiento de un proyectil y su duración. Ya no había que contemplarlo, simplemente bastaba con calcularlo. El diseñador gráfico alemán Otl Aicher cifra en ese momento el comienzo de la época digital y con ella su relato. Tanto es así que Pascal, contemporáneo de Descartes, participó en la construcción de las primeras calculadoras. Desapareció el fenómeno, se esfumó la manzana y su caída porque en su lugar quedó un cálculo. Este relato de lo exacto desplaza oficialmente al sujeto que tiene un punto de vista diferente, es decir a cada uno de nosotros con nuestra carga de subjetividad pero también de verdad propia. El relato de lo exacto es el de la estadística y la economía, y así llegamos a la verdad del mercado que, hoy por hoy, es un dogma impermeable a cualquier opinión. ¿Es entonces el cálculo exacto, la verdad abstracta, la versión oficial del Estado, un McGuffin del poder real? (Alfred Hitchcock, se sabe, denominaba McGuffin a los elementos que incluía en sus películas para hacer avanzar la trama pero que no tenían ninguna relevancia.)

Es decir, leemos la cifra de desempleo pero si tenemos trabajo no sentimos el paro, solo asistimos pasivamente a su cálculo y no a su verdad. Del mismo modo que si se pulsa una tecla y un misil cruza el espacio hasta que en una pantalla se percibe una polvareda, en la medida que sigamos vivos no pasa de ser una percepción sin consecuencias.

Otra tanto se podría decir de la política digital: ¿es un McGuffin ver como unos y otros cambian cruces en las redes sociales mientras el tiempo desvanece nuestra expectativas?

Hace ya un tiempo, el 1 de febrero de 1999, Manuel Vázquez Montalbán escribió bajo el título '10 años' una columna en El País, su habitual artículo breve de los lunes. Estábamos entonces al final de la primera legislatura de José María Aznar y los desencuentros de los socialistas entre sí hacía presagiar un nuevo capítulo de los populares, un segundo mandato y de allí la referencia a lo que Vázquez Montalbán llamaba la mitad de nada, es decir diez años, rememorando el famoso tango. Diez años de un gobierno de derechas. Escribía entonces el autor de Pepe Carvalho: “Cuando gobernaba el PSOE teníamos la esperanza de que Felipe González supiera quién era Bertolt Brecht y de que en su fuero interno reconociera que el capitalismo a veces se pasa. Diez años. Casi toda mi esperanza de vida. Toda mi esperanza de historia”.

Esta semana Alberto Garzón en un arrebato político, lleno de coraje y sentido común para nada virtual, planteó la necesidad de que se sienten a discutir la formación de un gobierno de izquierdas los socialistas, Podemos, Compromis y la organización que él lidera, Izquierda Unida-Unidad Popular. Pablo Iglesias, quien fue el primero en escucharlo de viva voz —el resto de actores políticos había recibido una carta con la invitación horas antes— lo celebró públicamente: “Alberto Garzón ha hecho una propuesta sensata para organizar un gobierno».

Parece el fin pero es el principio y sería bueno que se intente hasta las últimas consecuencias porque en ello va la esperanza de historia de mucha gente. De lo contrario, tal como ocurre con mi tableta que se mueve por las calles del mapa de Google sin que yo la pueda volver a operar y con las consignas y el cálculo político que nos llegan a través de Twitter, nuestra vida se seguirá confundiendo con la realidad virtual. Y nuestro voto al igual que mi denuncia, seguirá siendo un mero trámite, un McGuffin.

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