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Lo que hay detrás del Megxit

Meghan Markle y su marido Harry

María Ramírez

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A unos días de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, los artículos más leídos y los debates más intensos en la prensa británica son los que se refieren a la salida de Meghan Markle y su marido Harry de la Casa Real. Puede parecer superficial, sobre todo comparado con la ruptura para los trabajadores, los estudiantes, los visitantes o los empresarios de la isla a partir del 31 de enero. Pero la rebelión de Meghan y Harry cuenta una historia mucho más esencial de lo que parece a primera vista.

Refleja la peor parte de la sociedad británica -el clasismo, el racismo, el machismo, la brecha generacional, la mezcla de desprecio y complejo frente a los americanos, los delirios de grandeza y la influencia de la prensa de baja calidad. Estos rasgos se entremezclan con los motivos del resultado del referéndum sobre el Brexit y la deriva de la política actual, y no son tan distintos de las dinámicas que hemos visto en otros países.

Los males arrastrados durante décadas en la prensa tienen un papel especial. El origen no ha estado en Facebook ni en ninguna otra plataforma maléfica: el Brexit, igual que el Megxit, no se entiende sin el mal funcionamiento de la prensa tradicional.

Los tabloides británicos, y parte de la llamada prensa seria, son célebres por sus prácticas agresivas y poco éticas con información averiada y tantas veces refrita por los medios españoles. No se trata de lo que cubren, sino de cómo lo cubren.

La prensa británica es un ejemplo por las entrevistas de la BBC con preguntas repetidas una y otra vez a políticos esquivos, las investigaciones del Guardian y los gráficos del Economist, pero también algo de lo que huir por los insultos, los clichés y las fuentes dudosas del Daily Mail y muchos otros, tabloides y no tabloides.

El escándalo más sórdido de los últimos años fueron los pinchazos de los periodistas a teléfonos de una niña asesinada, a familiares de soldados británicos o a las víctimas de los atentados de Londres de 2005, además de a políticos y a famosos de medio pelo. Esto llevó a dimisiones y a la desaparición del tabloide dominical más vendido, el News of the World, pero no cambió el tono y el contenido de muchos medios cuyo trabajo ha tenido consecuencias serias para la sociedad. Rupert Murdoch sigue al frente de la influyente empresa que publicaba News of the World y que incluye el Sun, el Times y el Sunday Times de Londres (y el Wall Street Journal de Nueva York).

El resultado del Brexit no se entiende sin conocer la campaña sostenida durante décadas por gran parte de la prensa británica contra los “pepinos” al dictado de la Unión Europea, los “fontaneros polacos”, las historias del supuesto abuso de los extranjeros del sistema de salud y la crisis de la perdida identidad británica. Los viñetistas pintaban a la UE como una cárcel -en algunos casos incluso como un campo de concentración- de la que por fin los británicos, blancos y rubios, se liberarían. Boris Johnson construyó su carrera periodística inventando o exagerando la caricatura de la UE como corresponsal en Bruselas.

Lo que pasa en Reino Unido nos recuerda que ni todos los periódicos hacen siempre periodismo ni todo lo que se llama con ese nombre merece la pena ser salvado. Y no tiene que ver con el asunto -se puede hacer una cobertura igual de rigurosa, igual de buena o igual de mala, sobre una reina, una primera ministra, una actriz o una banquera-, sino con los estándares y el respeto al lector.

No se trata sólo de vender periódicos o conseguir clicks. El relato que suele construir parte de la prensa británica es la defensa del pasado perdido en el que encaja mejor el estereotipo de Kate Middleton que el de Meghan Markle.

Pero, como sucede con el Make America Great Again de Trump o con sus equivalentes españoles, el mundo que se aspira a salvar es un mundo que ya no existe. Un mundo mucho más pobre, más injusto y más peligroso en casi todos los sentidos que no volverá. Y eso no va a cambiar el 1 de febrero. Por mucho que Boris Johnson consiga recaudar 500.000 libras para que el día del Brexit repiquen las campanas del Big Ben.

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