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Miedo a perder

El ministro de Exteriores, Josep Borrell, y la ministra portavoz, Isabel Celaá, durante su comparecencia en rueda de prensa, este viernes, tras la reunión del Consejo de Ministros.

Antón Losada

Si usted es de lo que se preguntan por qué suceden las cosas raras que pasan en la política española de un tiempo a esta parte sepa que, como casi siempre, puede que la respuesta resulte más sencilla de lo que parece. El miedo a perder mueve hoy nuestra política. A la mayoría le angustia más la amenaza de perder lo que tiene, por poco que sea, que le estimula la oportunidad de ganar, por mucho que pudiera ser.

A Pedro Sánchez le preocupa perder la centralidad que cree le confiere ocupar el Palacio de la Moncloa y la Presidencia del gobierno. Puede que por eso, tantas veces, parezca confundir la moderación con bailar la yenka con todos los asuntos que polarizan a la sociedad, desde la inmigración, a Venezuela o la reforma laboral o las pensiones: izquierda, derecha, izquierda, derecha, adelante, detrás, un, dos, tres. Ocupar la centralidad no es lo mismo que ponerse en medio. La centralidad se gana con una oferta de políticas que sepa equilibrar las demandas plurales y contradictorias de una sociedad compleja, una oferta donde una mayoría se sienta representada.

A Albert Rivera le intranquiliza tanto que cualquier movimiento para crecer hacia el centro izquierda pueda costarle votos por la derecha, que lleva meses sumido en un letargo del cual solo sale para sepultar en adjetivos descalificativos a Quim Torra o a Nicolás Maduro. Nos repite una vez que en las elecciones deberemos escoger entre el “sanchismo” y lo que podríamos llamar el “riverismo”. Sabemos lo malo que es le primero, pero muy poco de lo bueno que debe ser el segundo. Aprovechar tu oportunidad no es lo mismo que quedarte quieto. Para ganar el liderazgo de la alternativa conviene ofrecer algo más que opiniones sobre lo que hacen los demás.

A Pablo Casado le angustia tanto seguir perdiendo votantes que, a los que se van, les dice que vuelvan porque ahora ha regresado el verdadero PP y, a los que se quedaron, les dice que no se vayan porque ahora están en el verdadero PP, como si los siete millones de votantes que le dejó Mariano Rajoy se hubieran quedado engañados o sin saber muy bien qué votaban. El liderazgo no es salir mucho en la televisión. Exige, sobre todo, ofrecer una referencia a los votantes, no confundirlos aún más.

A Pablo Iglesias y Podemos les preocupa también seguir perdiendo votantes, o contemplar como se continúan desmovilizando sin saber muy bien por qué. Unos, como Íñigo Errejón, reaccionan tratando de actualizar el márquetin. Otros, como el propio Pablo Iglesias o los barones de Podemos, prefieren enfrascarse en la vieja costumbre de clarificar responsabilidades internas. Como si ofrecerle un culpable fuera lo que el electorado esté esperando para volver a las urnas.

Los únicos que no tiene miedo a perder porque ya han ganado y se les nota son Santiago Abascal y Vox. Le sobran los motivos. No solo han conseguido marcar la agenda política sino que, de propina, pueden contemplar divertidos como todos sus competidores les toman como referencia al diseñar sus estrategias y tomar sus decisiones. El miedo de los demás se ha convertido en su mejor aliado.

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