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Cuando acabó la guerra

Una escena de la película Mientras dure la guerra que muestra a Unamuno (Karra Elejalde) en la Universidad de Salamanca

María Ramírez

El único documento que queda del discurso de Miguel de Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936 es un papel con unas decenas de palabras sueltas. Son sus notas en el reverso de la carta que le escribió Enriqueta Carbonell, la mujer de Atilano Coco, pastor protestante encarcelado y luego ejecutado por el bando nacional.

No hay transcripción ni grabación del enfrentamiento con Millán Astray que hizo que el escritor fuera destituido de su cargo de rector y obligado a recluirse en su casa. Pero las palabras clave en ese papel siguen siendo buenas lecciones. “Vencer y convencer” para el célebre “venceréis pero no convenceréis”; “anti-España?”, que desarrolló en su último artículo justo después con un alegato contra el uso sectario del nacionalismo (“no son unos españoles contra otros -no hay anti-España- sino toda España, una, contra sí misma”); “cóncavo y convexo”, por los extremos como cara de la misma moneda; “descubrir un nuevo mundo”, tal vez una esperanza.

El discurso y sus circunstancias han sido recreados con diligencia y alguna licencia poética por la película Mientras dure la guerra. El valor, en la pantalla y fuera de ella, es la fuerza de la independencia del Pepito Grillo que alerta contra los excesos y que no compra ciegamente el discurso de nadie, ni siquiera de quien cree en principio que tiene razón.

La otra parte del momento histórico en el paraninfo fue la réplica de Millán Astray ese día al grito de “muera la inteligencia”, o “muera la intelectualidad”, según la versión de Unamuno, que recoge la cuidadosamente documentada biografía Convencer hasta la muerte de Colette y Jean-Claude Rabaté. Es el grito de los fanáticos que se ha repetido a lo largo de la historia y que conviene recordar para no perder de vista el peligro del encierro en unas pocas consignas que repelen las críticas, los hechos y la reflexión, y que a menudo se abrazan a la violencia.

La España que decepcionó a Unamuno al final de sus días ya no existe y la de hoy ha salido relativamente bien considerando el parón de cuatro décadas y la historia de odios sin resolver a las espaldas. Uno de sus últimos símbolosha empezado a desaparecer esta semana. Pero la oscuridad de los tiempos pasados debería ser una alerta para el presente por muy benévolo que sea en comparación.

La mejor manera de preservar la democracia y el progreso es cuidar de las voces críticas sin bando que tanto escasean y amplificar a quienes trabajan por aclarar los hechos. No colaborar ni en el Parlamento ni en los micrófonos ni en Twitter con las algaradas conspiranoicas contra “los globalistas” y “los expertos”. Denunciar los cánticos ciegos de “prensa española manipuladora” en el Valle de los Caídos y en las protestas independentistas en Barcelona mientras las cámaras no hacen más que filmar a esas personas. La mejor manera es encontrar nuestros unamunos y premiarlos con el bien más escaso y más valioso: nuestra atención.

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