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El Ministerio del Tiempo

Elisa Beni

Esta ha sido una semana de emociones fuertes. Me cuentan cosas. Una violinista que ensaya con un gran maestro en el Teatro Real relata consternada cómo este explicaba a la orquesta el tipo de acorde que buscaba: “Tiene que sonar como un marido enfadado pegando a su mujer”. Cierto es que fue abucheado por los músicos aunque, según me cuentan, corrigió: “Vale, como si golpeara a su hijo”.

En una clase de una universidad privada de Madrid me explican que una mujer, suponemos que cualificada, da clases a graduados en Derecho para que puedan dedicarse a la mediación. Quiere explicar a sus alumnos que mejor que prohibir las cosas es convencer a las personas de que no las hagan. Y les pone un ejemplo: “Esas chicas que van a clase vestidas como si fueran mayores con minifalda y escotes. No hay que prohibírselo. Se les puede decir: ¿Te gusta que te llamen puta? ¿te gusta que cuando vayas por la calle te miren todos los hombres, no sólo los guapos, no, también los feos y los viejos como babosos? Pues si no quieres eso, cambia tu forma de vestir”. Aquí nadie protestó. Algunos por aquiescencia y otros por no complicarse la vida, supongo.

La última anotación no me la contaron sino que la viví en primera persona. Una inspectora de esa Policía que hace cuatro años manda un ministro con ángel de la guarda dijo en Twitter que iba a usar mi foto de perfil como ejemplo en una conferencia oficial que iba a dar a jóvenes sobre qué no se debe hacer en las redes. En la foto estoy en la tele y se me ven las piernas. Como quiera que la increpé me contestó que aunque yo me lo pueda permitir, “porque tengo ya una reputación profesional”, sin embargo, “las becarias y las jovencitas no pueden”. Creo que le insinué que podía ofrecer el burka la próxima vez. Como la vida es un pañuelo, a los pocos días la desvirtualicé porque me la encontré en el estudio de Onda Cero. Intentó explicarme que no la había entendido. Y me contó que a las jovencitas hay que recalcarles que en las redes se juegan su reputación social y que con la vestimenta pueden provocar que los chicos las vean como fáciles o putas. Y esas charlas las subvenciono con mis impuestos y ustedes con los suyos.

La otra noche viendo a Évole pudimos oírles decir esas mismas palabras a cámara.

Esta semana otra mujer ha sido asesinada por su pareja.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí y cómo hemos vuelto hasta dónde no imaginábamos?

En mi época de estudiante ni en las universidades más confesionales se hubieran atrevido a ser tan burdos. Y de haberlo sido muchas hubiéramos saltado sin dudar. Ahora esto vale. Y se va haciendo callo.

Hay una parte de la sociedad que lleva unos años sacando la patita y que lo hace con sensación de impunidad. Y si les afeas la conducta te llaman feminazi. Sueltan estos discursos en los lugares en los que los jóvenes se van empapando de machismo. A diario se inflaman en Twitter, insultan o convocan manifestaciones autodenominadas machistas a través de Internet.

A esto hemos llegado por un caldo de cultivo social que cultivan más unos que otros. Algunos se escaldan con él como le sucedió a Ciudadanos. Se les ven todos los plumeros. Esta semana un diario conservador titulaba “Sánchez pretende recuperar el Ministerio de Igualdad”. Pretende. El osado. Con la bilis y la espumilla de rabia que les dejó de regusto Aído. Mejor el Ministerio del Tiempo. Esa vuelta de la mujer a la casa con la pata quebrada que es la caverna de la que nunca debió salir.

Para esto también es preciso que las cosas cambien. Que estas conductas que pretenden “ayudar” a las mujeres volviendo a controlarlas desaparezcan sumidas en la espiral del silencio. Sí, esa que hace que las opiniones minoritarias o mal vistas desaparezcan del espectro social.

Esta es una parte no menor del cambio que aún seguimos esperando esperanzados. Y no llegará de la mano de la derecha. No lo hará. No está en su sensibilidad ni en su ADN y lo más probable es que les falte piel para sentir que ese daño infligido a las mujeres es un daño hecho al núcleo de una sociedad. Y el tiempo corre para una generación. Tic-tac tic-tac.

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