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Nadie voló sobre el nido del cuco

Cuco.

José Luis Gallego

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Ahora que acaban de llegar procedentes de sus territorios de invernada en África tropical y el característico sonido de su canto acompaña nuestros recobrados paseos por el campo, quiero proponerles un paréntesis divulgativo entre tanta información acumulada para hablarles de uno de los comportamientos más sorprendentes entre las aves: la cría del cuco.

Es posible que pasase desapercibida para el gran público, pero el título de la inquietante novela del estadounidense Ken Kesey (magistralmente llevada al cine por Milos Forman) llevaba explícita una ingeniosa retranca ornitológica relacionada con el tema.

Y es que en realidad nadie voló ni volará nunca sobre el nido del cuco: simplemente porque los cucos no hacen nido.

Este pájaro estival, cuyo nombre es en realidad la onomatopeya de su repetitivo y monótono canto (cu-cu/cu-cu/cu-cu), practica el nidoparasitismo: técnica reproductiva consistente en depositar los huevos propios en nido ajeno para que sean otros pájaros quienes se encarguen tanto de su incubación como de la cría del pollo.

La hembra del cuco va repartiendo así por los diferentes nidos del bosque un par de docenas de huevos: depositándolos de uno en uno, imitando la coloración y la forma de los huevos del nido parasitado para que sean admitidos por los padres asaltados.

Y lo más sorprendente es que en la mayoría de ocasiones la pareja de pájaros propietaria del nido “okupado”, mucho menores en tamaño y completamente diferentes en aspecto, no duda en incubar el huevo del cuco junto a los suyos propios. Hasta que el huevo del invasor eclosiona: en ese momento el darwinismo se pone en marcha para asegurar que el pollo “okupa” salga adelante.

Porque ocurre que el huevo del cuco eclosiona antes que el resto, y ya desde el primer instante en que sale al mundo, la principal obsesión del pollo recién nacido, impulsado por el mandato genético que incorpora en su registro atávico, le lleva a hacer todo lo posible para arrojar a los otros huevos, los huevos de la pareja propietaria del nido, fuera de él.

Hay por internet imágenes que muestran el preciso instante en que, a la manera de un pequeño Hércules, el polluelo recién nacido del cuco se agarra de los bordes del nido con las alas todavía desnudas para elevar con ayuda de los hombros los huevos de la especie parasitada hasta conseguir echarlos fuera. Así de implacable es la selección natural: la naturaleza no es una película de Disney.

Conseguida su hazaña, el pollo del cuco será alimentado en exclusiva por sus padrastros: petirrojos, acentores, currucas, zarceros; especies a las que el pollo del cuculiforme llega a doblar en tamaño, tanto es así que el padre adoptivo suele llevar a cabo las cebas posado sobre los hombros del gigantón inquilino.

La pregunta que muchos amantes de la naturaleza nos hacemos es si al observar su sorprendente tamaño y aspecto sabrán los padres que ese pollo no es suyo. ¿Echarán en falta a sus pobres polluelos? ¿Deducirán la tragedia que ha ocurrido en su nido? Y si ello fuese así ¿por qué no dudan en seguir alimentando al pollo invasor hasta completar su desarrollo?

Son muchas las enseñanzas que se pueden extraer de este episodio natural, tan solo uno más de los muchos hechos sorprendentes protagonizados por la biodiversidad que acogen nuestros ecosistemas. Una biodiversidad a la que la ONU dedica su Día Internacional el próximo 22 de mayo, este año bajo el lema “Nuestras soluciones están en la naturaleza”, aprender de ella y conservarla: estos deberían ser a partir de ahora los principios que guíen nuestra nueva forma de relacionarnos con la naturaleza. Un comportamiento que debe basarse en el respeto a todas y cada una de las especies con las que compartimos planeta: porque la pérdida de biodiversidad, acentuada por los efectos de la crisis climática, es una de las mayores amenazas para la especie humana.

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