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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Notorious Ruth

La jueza progresista de EE.UU. Ruth Bader Ginsburg.

Elisa Beni

“No truth without Ruth”

Lema de los millennials norteamericanos

Esta semana me he enamorado perdidamente de una mujer de 85 años. No soy dada a hablar de mi vida privada, pero he quedado en una suerte de estado de gracia que sería indigno no compartir.

La había conocido por alguna noticia de periódico, breve y referida sobre todo a su importancia estratégica y política para los demócratas americanos. No ha sido hasta estos días, en los que he podido asistir a una especie de preestreno del documental R.B.G, jueza icono de Movistar, que he caído rendida de amor ante su liderazgo, su lucha por la mujeres, su calidad como jurista, su trayectoria vital y su sentido del humor.

He caído rendidamente enamorada de Ruth Bader Ginsburg, enamorada sin remedio, porque es un testimonio vivo y bien real de que todo aquello por lo que peleo no sólo tiene sitio en nuestro mundo sino que tiene sitio ganador. No me produce la más mínima extrañeza que millones de millennials se embutan camisetas con su efigie, ni que la hayan bautizado con nombre de rapero (Notorius) ni que sea la diva transgeneracional de los progresistas norteamericanos. Ante ella, ante su vida y sus logros, sólo puede uno desnudarse la cabeza y rendir la gorra.

Lo que suele resultar más chocante de todo el relato que he hecho anteriormente es que no hablamos de una estrella del rock ni de una actriz rutilante sino de una jueza que forma parte, con otros ocho varones, del Tribunal Supremo de los Estados Unidos de América. Y es una mujer icónica por la cantidad de valores en riesgo de extinción que atesora. No hay mejor noticia que la de que las jóvenes generaciones sean capaces de reconocerse en ella. Tal vez, como siempre, estemos errados y el problema no sea de los que llegan sino de nuestra ineficacia para darles faros, boyas, referencias a través de las cuáles surcar la vida.

R.B.G es inspiradora para las mujeres y, después de tantas cosas oídas estos días, debería serlo en nuestro país no sólo para las mujeres implicadas en la lucha por la igualdad sino sobre todo para todas aquellas que pretenden decirnos que a ellas no les va tan mal, que ya se sienten muy iguales, que tampoco queda mucha batalla que dar. Ruth, la Notoria, ya había conseguido entrar en la Facultad de Derecho de Harvard cuando había cupo para las mujeres, ya publicó en su revista, ya se convirtió en una abogada de renombre y en una figura importante de la sociedad y después en jueza pero, a pesar de eso, orientó no sólo toda su carrera profesional sino también toda su vida a pelear por el sacrosanto derecho civil de la igualdad. Eso debería inspirarnos.

La jueza Ruth Ginsburg, no se trazó en primer lugar un horizonte de poder y medro personal, el inalcanzable Tribunal Supremo, sino que buscó un ideal por el que luchar y dedicó su vida a ganar pleitos estratégicos que fueron ampliando el campo de los derechos de la mujer para todas. Una sorpresa para los que creen que la ambición reside en las metas y no en el camino y en los resultados. Eso debería hacernos pensar.

Notorius Ruth, es una mujer poderosa al margen ya de las invectivas que normalmente reciben las mujeres que ocupan espacio. La jueza no sólo trabaja 14 horas diarias, sino que ha redactado alguno de los votos particulares más polémicos, valientes e inspiradores de la historia del tribunal. La edad no sólo no es un impedimento sino que es parte de su fuerza. Esa menuda anciana que entrena con pesas y hace planchas abdominales con la misma disciplina que estudia sus casos, es una muestra de que la experiencia de los valientes puede ser una guía de vida para las nuevas generaciones. Eso debería animarnos a rescatar mujeres faro para nuestro jóvenes.

Ruth Bader Ginsburg, tiene hijos y un marido. Tal cosa no sólo no le impidió realizar su potencial de forma completa sino que contó con su aliento e incluso con su sacrificio. La forma en que su marido, el más brillante abogado fiscal de Nueva York, abandonó su puesto para seguirla una vez que fue nombrada jueza, la forma en que batalló por hacerla visible para el Tribunal Supremo, la manera en que se convirtió en su inspirador y en su colaborador, también debería ser útil para tantos hombres que no terminan de entender que la grandeza reside no en tolerar, sino en servir. Eso debería ayudar a hombres y mujeres a entender cuál es el rol de igualdad y amor que toca en cada momento.

Esta mujer, jueza del Tribunal Supremo, ha creado lazos de respeto y amor al derecho en el tribunal más exigente de una gran potencia. Su amistad con uno de sus compañeros más conservadores, el magistrado Scalia, que les llevaba junto a la ópera y a compartir charlas, cenas y muchas risas, es también una ilustración inspiradora de cómo la inteligencia y la sabiduría siempre han sabido saltar sobre las diferencias ideológicas para rendirse al puro goce del entendimiento. Y eso también debería servirnos para cambiar la lógica de la sociedad.

Por último, Ginsburg que con su voz original y de impecable calidad jurídica, ha entregado su vida al estudio del Derecho y a ser su servidora y su edecán para emplearlo como palanca de cambio de la sociedad. Una juez a la que sus colaboradores y su esposo han de arrancar llegada la noche del trabajo, aún ahora, para conseguir que descanse unas horas o coma lo necesario. Algo que podría servir, siquiera levemente, de inspiración a muchos funcionarios del Derecho de este país.

Por esto y por mil cosas más que pueden descubrir ustedes mismos, he caído rendida a los pies de R.B.G. Esa mujer, ahora mismo la única voz femenina en el Tribunal Supremo estadounidense, cuando le preguntaron cuándo habría mujeres suficientes en el tribunal, respondió: “Cuando haya nueve. Durante mucho tiempo hubo nueve hombres y nadie lo cuestionó”. La quiero.

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