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PP, Ciudadanos y Vox ponen en peligro el legado de Suárez

El expresidente del Gobierno, Adolfo Suárez

Violeta Assiego

A los acomplejaditos no les gusta perder, tienen intolerancia a la derrota. Cuando no alcanzan el poder o se alejan un poco de él no tienen inconveniente en usar, de forma innoble, la falsedad de la artillería dialéctica, la más apocalíptica. En estos cuarenta años de democracia, la derecha más conservadora nunca ha terminado de aceptar las reglas del juego democrático, especialmente las que tienen como premisa que si esto funciona es porque existe una pluralidad política que puede dar la alternancia de gobierno a otras ideologías. Esa derecha ultraconservadora, en su momento acomplejada por el amor incondicional con que el pueblo español abrazó la Constitución, nunca ha estado contenta ni satisfecha con estos nuevos tiempos modernos. Por eso no ha soltado lastre ni lo va a soltar. Ya en su momento, no les gustó nada que Adolfo Suárez promoviera la ley del divorcio o despenalizará la homosexualidad. Tampoco que reconociera a la Generalitat en su exilio o legalizara a todas las organizaciones de ideología comunista y anarquista, incluido el partido de “los comunistas de toda la vida”, ese que ahora dice García Egea que hay que echar de las instituciones porque el comunismo, sugiere, no es una ideología constitucional. También fue con Suárez cuando se pusieron las primeras piedras del actual estado de las autonomías.

Llama especialmente la atención como PP y Ciudadanos, partidos que han pugnado por ser los herederos políticos de Adolfo Suárez, estén dispuestos a traicionar su legado, ese que dejó atrás el nacionalcatolicismo del franquismo y que, ahora, en tonos verdes, defiende el ultra católico Vox. El socio imprescindible para los de Casado y Rivera puedan ‘tocar poder’ en Andalucía y ensayar una fórmula de pacto (nada centrado ni integrador) que les podría permitir gobernar en el resto de España. Por supuesto que Adolfo Suárez tuvo sus luces y sus sombras, pero comprendió a la perfección la profundidad del término ‘convivencia’ al que el otro día se refería en su discurso el Rey.

Mucho se está escribiendo sobre la llegada de Vox a la escena política. Personalmente, creo que deja entrever como ochenta años después del golpe de estado del 36, sigue viva (y no sabemos si coleando, veremos en las próximas elecciones) la motivación de quienes llevaron a nuestro país a una guerra civil: desalojar de las instituciones a la izquierda que promueve y defiende la lucha por la igualdad y la diferencia. Esta vez no hizo falta un golpe de estado porque la falta de credibilidad y movilización de los partidos de izquierda ha allanado el camino a esa ultraderecha que se ha sacudido los complejos anti democráticos para decir “aquí estoy yo, que sí hago lo que digo”.

Me suscita muchísima desconfianza escuchar al ‘three party’ hacer lírica con palabras tan relevantes en la conciencia colectiva de la democracia como ‘acuerdo’, ‘diálogo’, ‘pluralidad’, ‘transición’ o ‘cambio’. No es ese espíritu el que desprende el programa electoral de Vox ni el liderazgo de Casado, tampoco parece que ese sea el que les une. Sus palabras son reaccionarias y, en algunos casos, parecen dispuestos a promover una organización del Estado que sería preconstitucional. Me inquieta especialmente la inacción mediática y la parálisis de las organizaciones sociales ante una gesticulación y retórica que incitan al odio contra el feminismo, los inmigrantes, el matrimonio igualitario y el colectivo LGTB. Me llama la atención que apenas existan contrargumentos a sus propuestas de desmontar el estado de las autonómicas o criminalizar las ideologías de izquierdas. Es sorprendente que incluso el PP promueva en sede parlamentaria la supremacía de los valores tradicionales del catolicismo para determinar las decisiones políticas del Estado, atacando de lleno el artículo 16.2 de la Constitución que lo proclama aconfesional.

Esta claro que si este escenario político se está dando es porque desde la ciudadanía estamos votando a quienes representan, y no lo ocultan, ideas anacrónicas que, además de todo lo dicho, nos devuelven la imagen de una sociedad ignorante y desconocedora de su pasado y de sus leyes fundamentales. Como ciudadanas y ciudadanos no tenemos un problema de ingenuidad, sino de inmadurez. Nos falta análisis y pensamiento crítico para dejar de usar nuestro voto como una respuesta emocional (desencanto, indignación, revanchismo, pasotismo…) y empezar a usarlo con el valor que tiene y le daba el 15M, el de participación y construcción social desde las ideas y las propuestas desde las calles, desde la gente, desde los problemas y necesidades reales, dejando de lado lo visceral y pensando en el futuro en común.

La presencia de Vox deja en evidencia que no sabemos entender la profundidad y gravedad de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor y nuestros interlocutores, sean los políticos, los medios, los sindicatos o las organizaciones sociales, han caído en nuestra misma complacencia. Preferimos nadar en la abundancia de la banalización de no pensar, en el individualismo, que fortalecer nuestra capacidad de pensar, que cultivar nuestra independencia intelectual. Preferimos vivir anestesiados a enfrentarnos al dolor de la precariedad. Por eso, la sociedad española, al igual que tantas otras de este mundo globalizado en el neoliberalismo, somos una suma de individualidades, de egoísmos dispersos. El caldo de cultivo perfecto para esos partidos que, despojados de sus complejos antidemocráticos por la ineptitud de la socialdemocracia, vienen a defender lo suyo, ni siquiera lo nuestro.

Por que ‘lo nuestro’, en la España del 2019, es materializar el compromiso político que asumieron todos los partidos políticos (menos el PP) de hacer una reforma constitucional del artículo 53 que blinde los derechos humanos y los proteja de los vaivenes políticos; es avanzar en el camino que se inició a finales de los años 70 para ahondar en nuestra realidad plurinacional y diversidad lingüística; es que ya no se eluda la responsabilidad de gobernar, legislar y juzgar con perspectiva de género; es no atacar la diversidad de modelos de familia y trabajar para que estén igualmente protegidos; es asumir la deuda pendiente con la memoria histórica que España tiene desde 1492; es sentirnos orgullosos de la diversidad racial, cultural, racial, étnica, funcional, sexual y de género y visibilizarla como la riqueza y potencial que es. “Lo nuestro” es asumir, como dice Antonio Maestre, que “las decisiones de cada persona en una elección tienen influencia directa sobre la vida propia y ajena”. Algo que, tristemente, podremos comprobar los próximos meses con este pacto entre Ciudadanos, PP y Vox mientras la izquierda se cree lo de la indefensión aprendida. Llegado aquí, solo nos falta por saber lo más importante, hasta dónde están dispuestos a llegar en su reconquista por un Orden y una Unidad en la que nos quedamos fuera dos tercios de la población.

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