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Del “100% PSOE” al “aquí está la izquierda” hasta la fractura final

Susana Díaz y Pedro Sánchez en un acto.

Mariola Urrea Corres

El lunes comenzó la campaña para la elección de la persona que ocupará la Secretaría General del PSOE mediante el sistema de voto directo de quienes estén afiliados al partido. Los tres candidatos que han acumulado el número suficiente de avales para tomar parte en el proceso tratan, ahora, de convertir en votos los avales atrayendo para sí la confianza del mayor número de militantes. Se trata, sin duda, de una campaña cargada de tensión en la que las acusaciones de unos sobre el comportamiento de los otros y viceversa suben cada de día de tono. La diferencia de planteamientos y la tensión que proyecta sobre dos de las tres candidaturas un proceso más disputado de lo que inicialmente parecía ha endurecido un proceso que anticipa un resultado abierto con consecuencias inciertas tanto en la configuración futura del partido, como en el equilibrio actual de poder orgánico y territorial.

Ya escribí en esta misma tribuna (“O caja, o faja”) cómo la necesidad para el PSOE de resolver una situación orgánica de interinidad en un contexto de crisis profunda de la socialdemocracia y surgimiento de nuevos actores políticos que le disputan su tradicional nicho electoral le confronta, en realidad, con la necesidad de tomar posición sobre, al menos, dos aspectos.

El primero tiene que ver con la configuración del tipo de partido político que cada uno de los candidatos a ocupar la Secretaría General aspiran a diseñar. El segundo enlaza con el conjunto de ideas que delimitan la esencia de lo que se entiende y se espera del socialismo en España.

Las candidaturas de Susana Díaz, Pedro Sánchez y Patxi López van esbozando sus propios planteamientos a la par que se endurece el enfrentamiento y crece la tensión especialmente entre las dos candidaturas con posibilidades de éxito. Forma parte de la normalidad de estos procesos que enfrentan a miembros de una misma organización que, en el transcurrir de la campaña, el lenguaje vaya adquiriendo trazos más gruesos, incluso que la adjetivación mute, en ocasiones, en insulto directo. Y, desde luego, tampoco faltan algunos comportamientos inaceptables que, aunque resulten anecdóticos por excepcionales, es preciso condenarlos y desautorizar con firmeza a quienes los protagonizaron.

Si, como trato de señalar, cualquier proceso de primarias tensiona la vida orgánica de los partidos, en esta ocasión la elección de Susana Díaz o Pedro Sánchez como secretario general del PSOE supera el estándar de tensión aceptado como normal. Aunque no lo justifiquemos, resulta fácil de explicar ya que el profundo desencuentro de las candidaturas en cuestión transciende lo puramente orgánico e ideológico para mezclarse con viejas rencillas personales acumuladas.

Prescindiendo en este análisis de la candidatura de Patxi López, conviene no olvidar que la desconfianza entre Pedro Sánchez y Susana Díaz se fue gestando durante el tiempo que aquel ejerció como secretario general del PSOE, primero con el apoyo de aquella y luego en contra de ella y de otros muchos secretarios generales, hasta su ¿dimisión? en aquel Comité Federal que ningún socialista olvidará. Para el lector más interesado, me permito señalar que en Los idus de Octubre Josep Borrell ofrece –apoyándose en una selección de datos incontestables– una versión convincente de lo ocurrido, una explicación de la crisis actual del PSOE y, a partir de ello, una selección de propuestas interesantes sobre el modelo de partido y sobre algunos desafíos a los que España debe dar respuesta como es el caso, por ejemplo, de la cuestión catalana. Unas y otras tienen su reflejo en las propuestas que presenta la candidatura de Pedro Sánchez.

La noche del 21 de mayo sabremos si los afiliados del PSOE prefieren a Susana Díaz o a Pedro Sánchez como la persona encargada de dirigir el partido durante los próximos años. Más allá de la lucha por el poder que subyace en toda confrontación política, creo que las dos candidaturas que aspiran a hacerse con la Secretaría General del PSOE escenifican, en realidad, la vieja pugna entre la nostalgia de quienes, de una parte, se niegan a aceptar que lo que ha sido el PSOE hasta ahora ya no va a volver a ser y en ningún caso les permite ganar las elecciones, y la incertidumbre que provoca quienes, de otra parte, anticipan la conveniencia de acomodarse a una nueva realidad, aunque la misma no esté configurada con la suficiente claridad como para que sea aceptada como obvia por todos.

Por ello, no resulta indiferente quién sea el ganador del proceso de primarias ni para el PSOE, ni tampoco para el propio Gobierno de España cuya legislatura podría no estar asegurada en determinado escenario. Con todo, ni la victoria de Susana Díaz, ni la de Pedro Sánchez parece que será lo suficientemente contundente como para imponer un modelo de partido y definir en solitario el corpus ideológico del socialismo que debe inspirar soluciones atractivas de gobierno para España. Todavía queda mucha campaña pero, salvo que se encuentren mecanismos de entendimiento, todo parece apuntar a que entre el “100% PSOE” y el “aquí está la izquierda” este partido centenario transita sin remedio hacia la fractura final. Cuidado. El riesgo parece real.

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