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Pactos, no; banderas, sí

Pablo Casado posa en un minuto de silencio en la sede del PP.

Esther Palomera

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La memoria se adapta y se moldea. Se ajusta al momento. Y se crean los recuerdos. Entonces llega la distorsión frente a la realidad de los hechos. Pasa con la vida y pasa con la política. Retenemos lo que nos agrada, lo que nos hace felices y lo que nos sirve de puente para un momento más próspero. Por contra, olvidamos lo que nos conviene. Porque nos duele, porque nos hace infelices o simplemente porque esculpir el recuerdo nos sirve para sobrellevar los malos momentos. El caso es que tenemos evocaciones cercanas o lejanas que no siempre fueron tal y como nos llegan con el paso del tiempo.

Ahora que el coronavirus nos ha parado la vida y la economía y que tanto se habla de unidad, lealtad y consenso era cuestión de tiempo que alguien trajera al debate la necesidad de unos nuevos pactos de La Moncloa. El acuerdo que cambió por completo España hace 43 años y permitió sentar las bases de una modernización que llevaría al país a integrarse en la UE y a tener uno de los periodos más largos de prosperidad de su historia. Corría el año 1977, España estaba en suspensión de pagos; el paro no dejaba de crecer y la inflación rondaba el 30%. El cuadro clínico de la economía era explosivo en medio de un cambio de régimen. Y Adolfo Suárez impulsó un gran acuerdo entre las fuerzas políticas y sociales que hoy algunos tratan de emular ante el tsunami socioeconómico que se avecina

Pero entre los pliegues de la memoria de quienes vivieron aquello en la primera línea de la política o el sindicalismo hay mucho más de lo que estos días se recuerda para invocar una reedición de aquel consenso. Quien habla a continuación es un exministro de Felipe González: “Apelar a ellos como ejemplo del pasado es recurrir a un mito, pero no a la realidad histórica. No fueron ni mucho menos lo que se dice. Ni los suscribieron todos (Fraga se escabulló y la patronal de Ferrer Salat, UGT y CNT no los firmaron), ni los promotores principales (Suárez y Carrillo) salieron indemnes de aquellos”. En el recuerdo de este socialista aún permanece la posterior crisis del PCE y, sobre todo, la del PSUC, que se produjo por haber promovido y firmado los pactos Santiago Carrillo. Y sobre los resultados económicos, subraya, “tampoco fueron tan relevantes”. De hecho, Enrique Fuentes Quintana, vicepresidente y ministro de Economía, además de uno de los principales artífices del acuerdo, saldría un año después del Gobierno. Es posible que el pacto sirviera para expresar un consenso político, el de la UCD, el PSOE y el PCE, que luego resultó útil para el acuerdo constitucional, pero el pacto económico, además de huérfano, “nació inane”, recuerda el exministro.

Hoy, como entonces, la derecha se ha escabullido a la primera de cambio. Pablo Casado ha vuelto al trazo grueso si es que alguna vez lo dejó de lado y ahora alerta, como la FAES, de un “cambio de régimen” encubierto, de un “señuelo” y del deseo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias de instaurar el “populismo chavista”. Para la derecha, pase lo que pase en España cuando gobierna la izquierda, todo esconde un “cambio de régimen”, todo es ETA o todo se arregla con banderas.

El discurso ultra de Jaime Mayor Oreja ha vuelto con el coronavirus. Da igual que sea una banda terrorista, que una ley para legalizar el matrimonio homosexual, que el diálogo con Catalunya, que una legítima coalición de gobierno, que la gestión sanitaria de un maldito virus… Saquen las banderas a los balcones y cuelguen crespones negros en señal de luto y solidaridad con los muertos. Es toda la solución que ha puesto Pablo Casado sobre la mesa, como si la desdicha y la amargura no la tuviéramos ya cada uno desde el primer día que empezó a desbocarse la curva de infectados y de fallecidos.

Si esta es la oposición que tenemos que, además de pedir enseñas nacionales, reclama que los medios enseñen las morgues y los ataúdes por la mañana, por la tarde y por la noche, no sorprende en absoluto que los sondeos de estos días les den una caída igual o peor que la que tiene un gobierno, que ha perdido 25 puntos de apoyo ciudadano. Si esto es lo que tenemos ante la magnitud de la emergencia, no esperen de la derecha más que lo que ha aportado en estos días de desgracia nacional: crispación, insultos, mentiras e intentos concertados de desestabilización para derrocar a un gobierno legítimo en pleno estado de alarma y con más de 13.000 muertos. ¿Hay mayor ejercicio de inmoralidad?

Lo dicho: pactos, no; banderas, sí. Al menos, Ciudadanos trata de volver al centro y, más allá de sus habituales exaltados, Arrimadas trata de enhebrar desde que empezó la crisis un discurso de Estado. Pero el PP, ni está ni se le espera.

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