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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Perritos falderos

Mariano Rajoy pasea con su perro en la jornada de reflexión del 20D. / PP

Jesús Cintora

¿Recuerdan cuando en la pasada campaña electoral había que hablar de Cataluña fuera como fuese? Me viene estos días a la memoria viendo cómo se utilizan las desgracias del pueblo venezolano y a sus desgraciados dirigentes. Es lo que toca. Hace unos meses, antes de votar, la tragedia del independentismo catalán se cernía sobre nosotros. Por entonces, había que decantarse públicamente: o estabas con los independentistas o con los españoles… “y mucho españoles”. Pasmados plasmados en pinturas goyescas, siempre fuimos muy proclives a que no haya término medio.

Hoy, la situación de Cataluña no quita el sueño a la gente. Tampoco especialmente entonces, pero había que utilizarla. Ahora, estamos ante la invasión bolivariana. Por eso, resuenan con alegría llamamientos que Fernando Arrabal recrearía machaconamente, pero con más gracia, como en aquel memorable debate televisivo en el que arrimaba el ascua a su sardina: “El bolivarismo va a llegar… va a llegar… ¡Hablemos del Apocalipsis! ¡Hablemos de Venezuela, cojones ya!”. Si no han visto el video, búsquenlo. Confieso que acabo de volver a verlo para relativizar y digerir cierta inspiración “milenarista” antes de este artículo.

La inocente embriaguez del maestro Arrabal tiene hoy su maliciosa continuidad en aquellos que, borrachos de éxito, activan las maniobras de distracción (o de reanimación, según se mire), para que invirtamos nuestro tiempo y dinero en campañas electorales en las que no se habla de nuestros problemas. Pueden pasar minutos, horas, días, semanas… y seguirán haciéndonos el mismo juego: “¿Dónde está la mosca: aquí o aquí?” Y muchos quedarán embobados en el baile de manos, sin darse cuenta de que la mano que importa es la que nos están metiendo en el bolsillo. La mano que mece la cuna.

Fernando Arrabal diría: “¡Dejadme hablar! ¡No dejan hablar a la minoría silenciosa”. Y alguno podría acordarse entonces hasta del cara a cara de Pablo Iglesias y Albert Rivera, las interrupciones y el escaso respeto a los turnos. Fango para recordar que, en mitad de tanto barro, aún queda gente preocupada por el paro, la corrupción, la educación, la sanidad… ¿Sigo? Acaban de volver a decirlo encuestas como el CIS y, realmente, cabría pensar para qué nos gastábamos el dinero en hacer estos sondeos, si luego se los pasan por el forro. Carne de tertulia y de titular de prensa. Parece que poco más.

Arrabal se subiría a la mesa y diría que “la minoría silenciosa es fea y sentimental”. Dadaísmo en excelencia, fruto de alguna sustancia, pero más insustancial parece tomarse a la población a chufla, idiotizarla tanto y distraerla. Convendría decir, una vez más, que aún queda gente que no solo se inquieta, sino que sufre e incluso reacciona, ante el aumento de la precariedad, la corrupción y la “hipocritacia” impune. No se trata de dividir a la sociedad entre perros y gatos, pero tampoco de tratarnos a todos como a perritos falderos.

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