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El PSOE ante Podemos

Borja Suárez Corujo

Podemos ha sacudido la mortecina escena política española de los últimos años. No sólo por su pujante tirón electoral, ya contrastado en las elecciones europeas, sino también por haber condicionado las prioridades de la agenda política y, en cierto sentido, el modo de hacer política en el país. Todo ello se refleja en el reciente barómetro del CIS, en el que los ciudadanos castigan duramente a los ‘populares’ por la sucesión de escándalos de corrupción y premian el discurso de denuncia de Podemos.

Pero sería precipitado concluir que el principal perjudicado por la irrupción de esta nueva formación es el PP. Como el mismo CIS señala, la ciudadanía sitúa a Podemos en la izquierda dentro del espectro ideológico, por lo que es al PSOE, principalmente, al partido que amenaza con arrebatar una parte considerable de sus votantes en las próximas citas electorales. De ahí que resulte tan relevante el tipo de respuesta que los socialistas ofrezcan ante este desafío.

Lo cierto es que no es exagerado afirmar que la reacción de la nueva dirección del PSOE está marcada por la desconfianza, por momentos incluso el desprecio, hacia Podemos. ¿Cómo puede interpretarse si no el empeño en evitar hacer una referencia expresa a la nueva formación o en calificar a sus miembros como populistas? Lejos de hacer alguna mella, estas descalificaciones seguramente refuerzan la posición y las expectativas electorales de Podemos. Pero, sobre todo, ponen al descubierto ciertas debilidades de las que los actuales dirigentes socialistas no parecen ser conscientes, pese a que abren una importante brecha con los ciudadanos. Aclaremos, pues, algunas cuestiones que el PSOE debería tener presentes y que condicionan su actitud hacia Podemos.

I. Los dirigentes socialistas, actuales y pasados, no acaban de darse cuenta de la traición que supuso para una masa importantísima de votantes progresistas el giro de la política económica del Gobierno de Zapatero en mayo de 2010. La credibilidad del PSOE sufre desde entonces porque no han sido capaces de desmarcarse de lo que una amplia mayoría considera una equivocación histórica.

II. Esta pérdida de credibilidad significa –y esto también parece haberse pasado por alto– que el PSOE ya no es, ni podrá volver a ser en algún tiempo, esa fuerza hegemónica de la izquierda capaz de atraer grandes mayorías sociales con un apoyo electoral cercano al 40%. En un proceso de evolución que guarda crecientes e inquietantes similitudes con el SPD alemán, todo parece indicar que el PSOE no podrá aspirar en próximos comicios más que a situarse, en el mejor de los casos, en una franja entre el 25 y el 30% de apoyo electoral.

Y es posible que lo haga como primera fuerza de la izquierda, sí, pero completamente dependiente del apoyo de otras fuerzas progresistas que incluso pueden estar en condiciones de disputarle esa posición, algo que nunca había ocurrido en la actual etapa democrática.

III. Este nuevo escenario exige del PSOE una adaptación que, pese a los avances que ha supuesto el relevo en la dirección, no se ha producido todavía; y el modo áspero en el que se dirige a Podemos es una buena ilustración de ello. Los socialistas deberían reconocer los méritos de la nueva formación que son, a mi juicio, tres fundamentales.

En primer lugar, existe ya cierto consenso (Soledad Gallego “Un diagnóstico lleno de verdades”, 28/9/2014) en torno al acertado diagnóstico que hace Podemos de la situación actual, una realidad marcada por la desigualdad y por la prevalencia de los intereses de una minoría privilegiada que hace que la ciudadanía se sienta estafada y desesperada al mismo tiempo.

En segundo término, Podemos demuestra coraje para plantear soluciones capaces de hacer frente a esa contundente realidad. Es posible que algunas medidas concretas sean difícilmente realizables (muchas menos de lo que habitualmente se dice, como nos recuerda J.M. Martín Carretero de Economistas frente a la crisis), pero responden en todo caso a un planteamiento general con el que los socialistas deberían sintonizar, pues sitúan la redistribución de riqueza y la centralidad de la ciudadanía como ejes destacados de su proyecto político.

Y un tercer mérito es la claridad del lenguaje de Podemos. Pablo Iglesias transmite mensajes que todo el mundo entiende; y lo hace huyendo de los circunloquios propios de políticos que no tienen nada que ofrecer a los ciudadanos o que carecen de audacia para urdir un nuevo proyecto socioeconómico, que es donde la izquierda se juega hoy la partida.

IV. Ese cambio de actitud debería hacer ver que el éxito de Podemos no es sólo el resultado de sus méritos, sino también el reflejo de los deméritos del PSOE. Y precisamente en ese ejercicio de autocrítica y de humildad podrían encontrar los socialistas el camino perdido. Serviría, de un lado, para recuperar la sintonía con antiguos votantes y muchos jóvenes que, hastiados de la falta de un proyecto político transformador de una realidad injusta, han encontrado refugio electoral en Podemos o que, como mínimo, se identifican con la crítica a los partidos de la ‘casta’. Y también serviría, de otro, para alcanzar puntos de encuentro con Podemos y el resto de fuerzas progresistas que van a ser imprescindibles para que la izquierda vuelva a gobernar.

En definitiva, sin ese cambio de actitud el PSOE parece condenado a perder irremediablemente el merecido protagonismo –por muchos fallos que haya cometido– del que ha gozado en los últimos treinta y cinco años. Y lo que es peor, aboca a los ciudadanos a seguir martirizados por políticas insensibles al sufrimiento que agravan las desigualdades y desmantelan nuestro Estado de bienestar.

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