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Podemos, Roma y los crustáceos

Alberto Arregui / Henar Moreno / Carlos Sánchez Mato

Miembro de la Presidencia Federal de IU / Coordinadora de IU La Rioja / Miembro de IU en Madrid y concejal de Economía y Hacienda del Ayuntamiento de Madrid, por Ahora Madrid. —

“Respice post te hominem te esse memento”

Cuando los generales victoriosos eran homenajeados en Roma, atravesaban el foro en una cuadriga con un esclavo que sostenía una corona de laurel sobre su cabeza y repetía con insistencia una sola frase durante todo el recorrido: “Mira tras de ti, y recuerda que sólo eres un hombre”.

Poco ha cambiado el carácter humano que se embriaga con la victoria, o la promesa de alcanzarla, y ahuyenta la inteligencia perseguida por la implacable y corrosiva vanidad. Es penoso contemplar como el comportamiento humano tiene poco de original, aunque algunos crean que reinventan la política, o que están por encima de la lucha de clases, no son sino actores de procesos que rebasan su voluntad. Señalaba Marx que no debemos tomar a las personas o a las clases sociales por lo que piensan de sí mismas, sino por el papel que juegan objetivamente en las relaciones sociales. De forma llana es el viejo chiste del negocio que supone “comprar” a alguien por lo que vale y ser capaz de venderlo por lo que él cree que vale.

Muchos han corrido solícitos a sostener coronas de laurel sobre los generales de Podemos antes de que hayan ganado la batalla, pero nadie les ha advertido de que la locura, entendida como pérdida de percepción de la realidad, es el camino más directo a la perdición, nadie les recuerda que son mortales.

La unidad, mandato imperativo

Se pueden hacer muchas lecturas de los resultados electorales del 24 de mayo, pero si algo resulta indiscutible, si algo ha prendido en el ánimo de millones de personas a lo largo y ancho del Estado español es el triunfo inapelable de las candidaturas de Unidad, de aquellas candidaturas construidas desde la base, desde la participación y desde la elección de las personas que formarían parte de ellas a través de primarias abiertas.

Muchas veces se pretende hablar “en nombre del pueblo”, para defender la postura propia, pero nadie puede negar esta vez que el pueblo, en Madrid, Zaragoza, Barcelona, A Coruña… ha emitido un mandato imperativo: ¡unidad para derrotar a la derecha!

Pero una cosa es predicar y otra dar trigo. A veces olvidamos quién es el protagonista principal en la transformación social que se está produciendo estos años, y los partidos políticos corremos el riesgo de intentar tener la exclusiva de la voluntad de las gentes a quienes queremos representar. La solución es fácil, preguntarlo directamente a la gente, que todos aquellos que quieren tener el derecho a ponerse al frente de este movimiento, se llamen Pablo, Alberto o como sea, se sometan al dictado de elecciones primarias para formar las candidaturas de unidad de la izquierda para las elecciones generales.

Claro que la unidad por sí sola, o ganar unas elecciones, no es suficiente garantía en sí misma. En 1982, el PSOE obtuvo una victoria con la que Podemos no puede ni soñar a estas alturas, con un 48,11% del voto, y su victoria se puso al servicio de los intereses de los poderosos. Por eso, la unidad va unida al control democrático y al programa.

Lo que nos ha traído a esta situación en que se puede derrotar al PP, no son las tertulias en televisión, es la movilización social, las huelgas generales, el 15 M, las marchas de la dignidad, la lucha contra los desahucios, las mareas… Nadie, ni persona ni partido, puede arrogarse la representación de ese magnífico torrente social. Eso también quiere decir que no hablamos sólo de elecciones, sino de participación y movilización, pero un acuerdo electoral puede ser un gran avance en ese camino de transformación social.

Decir a estas alturas que “en IU hay gente que no me gusta”, resulta tan revelador como irresponsable. No nos gusta el PP, y eso debía unirnos a todos, y no nos gusta que lo sustituya el PSOE, y eso también debería unirnos. Sobre todo no nos gustan los desahucios, los cinco millones de parados, la represión de los derechos democráticos, la migración forzosa y tantas y tantas cosas vitales para la vida del pueblo trabajador. Ese disgusto compartido es suficiente base para un programa de unidad.

Después hay cosas que no compartimos, está claro. Quienes militamos en IU queremos, por ejemplo, la República, queremos salir de la OTAN, queremos nacionalizar los principales recursos de la economía, pues (es nuestro criterio) sólo así se pueden planificar los recursos de la sociedad de manera racional buscando la satisfacción de las necesidades sociales y no el beneficio privado de una clase social de parásitos, de grandes empresarios, terratenientes y banqueros que convierten su dispendio en deuda pública que cargan sobre nuestros hombros.

Pero, para discutir de todo esto, primero cumplamos ese mandato imperativo, unámonos para sacar a Rajoy de la Moncloa bajo la alternativa de Ahora en Común, o como se decida denominar a la unidad.

Tampoco podemos aceptar la vieja política de los dirigentes del PSOE (en los tiempos de Felipe González y Alfonso Guerra), rescatada ahora por dirigentes de Podemos, de proclamar que su partido era “la casa común” y que todo el que quisiese cambiar la sociedad que se hiciese del PSOE.

Ni el PSOE era la casa común ni lo es Podemos. Tampoco lo es IU, pero eso ya lo hemos comprendido. Los errores cometidos en las elecciones europeas se corrigieron, no ahora, sino de cara a las elecciones autonómicas y municipales, con una confrontación interna, pero la mayoría de la militancia de IU ha sido parte activa de la construcción de la unidad en el proceso que llevó a las elecciones del 24 de mayo. Lo que defendemos es “unidad respetando la diversidad”, y que sea Alberto Garzón quien encabeza en estos momentos la política por la unidad desde IU Federal es suficiente prueba del cambio producido.

Los crustáceos

Todos los partidos políticos representan los intereses materiales de las clases sociales en conflicto, y se construyen para defender esos intereses, pero al evolucionar forman un aparato, una casta dirigente de políticos que corren el riesgo de profesionalizarse, de aspirar a la fama personal y se puede producir una disociación entre los intereses sociales que dice defender el partido, y los intereses personales de sus dirigentes. 

Es sencillo comprender este proceso si acudimos a la dialéctica de la Naturaleza. Los cangrejos necesitan dotarse de un caparazón para vivir, un exoesqueleto que se calcifica, se vuelve rígido y contiene dentro de sí el cuerpo del animal. Llega un momento en que el esqueleto se convierte en su contrario, pues deja de ser la estructura indispensable para hacer viable la vida del crustáceo pasando a ser una coraza anquilosada que impide el crecimiento y amenaza con acabar con la vida que late en su interior y se esfuerza en desarrollarse.

La naturaleza resuelve esta contradicción entre la vida y la muerte con mucha facilidad; el cangrejo se deshace de su anquilosada protección, generando una nueva capa que le permite una nueva etapa en su crecimiento siguiendo el mismo proceso.

Izquierda Unida ha sido un ejemplo claro de ese cangrejo, con una capa de funcionarios y cargos públicos que se anquilosaron, que pasaron a defender más sus intereses como casta burocrática que los de su clase. Ese conflicto, en su fase decisiva, ha sido resuelto con una lucha interna de la que aún quedan capítulos por desarrollar y que ha tenido en Madrid su expresión más clara.

Uno de los problemas de Podemos es que ha vivido ese mismo proceso y la mayor parte de su militancia no ha tomado aún conciencia de ello. Se han dotado de cientos de personas de aluvión venidas de todas partes, muchas de ellas del viejo caparazón del PCE y de IU, que ahora ocupan cargos públicos u orgánicos o viven con la esperanza de entrar en el Parlamento y han construido ya un anquilosado caparazón que rechaza el crecimiento, que rechaza la unidad. No es que rechacen la vieja política de IU, sino que la han adoptado y no quieren arriesgar sus posibilidades en unas primarias, sistema que se defiende con mucho acierto desde Ahora en Común.

Es un reto que hemos vivido muchas veces y que ahora se manifiesta claramente en un sector de los dirigentes de Podemos. Deben decidir de qué lado están, si del de defender “su partido” (en realidad sus intereses como casta burocrática) o el de la unidad para defender a nuestro pueblo. Si su patria son sus siglas o el pueblo.

Los escombros del PP o de nuestros derechos

¿Derrotar al PP, evitar la alternancia y poner en marcha una política cuya prioridad sea las necesidades sociales os parece poco para justificar ese proceso que pasa por la unidad?

Esos puntos comunes no eliminan las divergencias, desde luego.  Hay quien habla de “buenos y malos”, de “arriba y abajo” y otros términos generales, abstractos e interclasistas como “sociedad civil”, mientras que quienes somos marxistas hablamos de clases sociales antagónicas y decimos sin dudarlo que defendemos los intereses de la clase obrera y los demás sectores populares frente a la clase dominante.

Pero todo eso, por favor, vamos a discutirlo sobre los escombros del PP pues, si no nos unimos, lo hablaremos sobre los escombros de nuestros derechos. 

Lo que está en juego no es el nombre del próximo presidente del Gobierno, o del líder más votado, sino la vida de millones de personas. Quien no sea capaz de establecer esa prioridad cargará con la responsabilidad no de una derrota electoral, sino de la derrota de las vidas de quienes padecen la crisis en primera persona. Cumplamos el mandato recibido y construyamos unidad en cada barrio, en cada pueblo, en cada ciudad, multiplicando las energías que nos darán la victoria.

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