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El difícil paso a la eficacia

Un cartel contra los ajustes, en una papelera.

Rosa María Artal

No a los recortes. Justicia. El cartel acaba cuidadosamente depositado en la papelera tras la festiva manifestación. ¿Un símbolo de dónde almacena el Gobierno las reivindicaciones de los ciudadanos? Muchos lo ven así. En particular quienes no se mueven, aunque también empieza a hacer mella en algunos que se rebelan y no ven frutos. El poder llama al voto cada 4 años y ahí se resumen sus “lisonjas” al ciudadano. Mayorías absolutas que se usan para imponer por decreto –incluso lo contrario de lo que se prometió- y nulo control ejercido por unas instituciones cada día más desprestigiadas. Con el peligro que entraña. El paso más difícil de dar en nuestra sociedad es el de la teoría a la eficacia.

A estas alturas de la crisis –y por mucha que sea la manipulación y la desinformación- buena parte de la ciudadanía conoce sus causas: el derrumbe mundial y local del sector financiero por sus malas prácticas. El agujero de la burbuja inmobiliaria que se añade en España, con un tejido productivo francamente pobre. Y nota que la factura se la están cobrando a la población en general, a través de la merma de servicios con los que contaba y de subidas de impuestos.

Hay quién sigue persiguiendo la sombra del Zapatero como único culpable. O de repente ha descubierto que la UE se ha transmutado de madre amantísima en madrastra severa. Quien engulle la falacia de que fue el Estado del Bienestar el origen porque “habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades”. La mayoría, sin embargo, intuye al menos la verdad.

Es decir, conoce los diagnósticos de la crítica situación en la que nos encontramos y, aunque en menor medida, que existen otras soluciones a las que empecinadamente nos obligan. Subida de impuestos a quienes más ganan, persecución –real- del fraude fiscal, supresión de los paraísos fiscales, imposición de una tasa a las transacciones financieras especulativas, inversión en el sector público como dinamizador económico, reajuste de subvenciones y gastos o una Banca pública. Es decir, limar las anomalías y aplicar una economía social y humana frente a la neoliberal cuyos resultados no pueden evidenciarse más caóticos. No será su malignidad “transitoria” porque no hay sino observar lo que les ocurre a las anteriores víctimas: Grecia, Portugal e Irlanda.

“Pero ¿quién le pone el cascabel al gato?” repiten los más escépticos o los más conformistas. España no arbitra en sus leyes una participación ciudadana efectiva. Los referéndums –tan caros de obtener- no son vinculantes. Ni -en la práctica-, las iniciativas ciudadanas para las que se exigen 500.000 firmas, frente a las 50.000 de otros países. En Italia, tan peculiar como España, han logrado cambiar leyes. No hace falta irse al Norte de los países serios.

Se sale a la calle a protestar en número y frecuencia que bate récords… y las manifestaciones son a menudo borradas por nuevos impactos de actualidad. Numerosas asociaciones se desgañitan, año tras año, en explicar la realidad de lo que ocurre. Surgen nuevos medios con la voluntad de informar sobre las consignas decretadas. Se escriben y se venden libros con datos y argumentos claves. Vuelven los mineros y los profesores de la “marea verde” de sus huelgas, con los bolsillos vacíos de dinero aunque llenos de dignidad. Y… sigue sin darse el paso a la eficacia.

En el fondo, son movimientos telúricos, más o menos intensos, que apenas parecen hacer mella en el poder, a lo sumo cosquillean las plantas de sus pedestales. Quizás es porque a quienes imponen estas políticas contra la sociedad les ocurre exactamente lo contrario: están organizados, tienen muy claro el objetivo (aunque parezca un eufemismo en el caso de Rajoy también sabe a quién se debe), actúan al unísono, con consenso. primando la obtención del fin.

La foto del inicio también puede simbolizar la extrema prudencia de las reivindicaciones. Terminada la marcha, se coloca la pancarta en la papelera para que no ande molestando por ahí. Civismo puro. Y así debe ser para marcar diferencias, para construir sin lodo.

Es difícil romper las barreras del miedo, de esa “anorexia política” como ha sido calificada - @atticusUve en twitter – “que nos hace mirarnos en el espejo y no vernos suficientemente pobres”. Aún. O de la estupidez humana que Carlo María Cipolla definía en su grado máximo así: “Una persona estúpida es aquella que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener al mismo tiempo un provecho para si, o incluso obteniendo un perjuicio”.

Históricamente, sin embargo, ha ocurrido en muchas ocasiones que la pancarta se agita para destrozar la papelera, se desempolvan las guillotinas o -con un autoinmolado, hambre y revelaciones como detonante- miles de personas se sientan en las plazas contra viento y marea, cárcel y muerte, derribando dictadores. Un cúmulo de factores, una hierba que rompe la sobrecargada espalda del camello. Los atemorizados y apáticos que pierden el miedo, quienes reflexionan sobre la estupidez de cavar el propio agujero. Lo que viene después también es variado e imprevisible.

Ante una situación insostenible, es tiempo aún de prevenir, de hacerse oír, de exigir derechos, de mostrar poder, de apelar –incluso- a quienes entre nuestros legítimos representantes y sus partidos saben que éste que nos obligan a seguir no es el camino. Dejar de marear a las perdices –si es el caso-, organizar esquemas, métodos, pasos y prioridades, y dar el paso a la eficacia.

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