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Primarias PSOE: una victoria cara o una paz costosa

Imagen de archivo de Susana Díaz y Pedro Sánchez.

Daniel Fuentes Castro

Tres de los principales partidos políticos españoles han celebrado sus congresos durante el mes de febrero, actualizando en algunos casos sus Estatutos, su ideario y su estrategia política. Quizás lo más reseñable, al margen del paso cambiado del PSOE (no celebrará su congreso hasta junio), es que Ciudadanos y Podemos parecen haber vuelto a abrir un espacio que ellos mismos habían acotado.

Ciudadanos ha confirmado a Albert Rivera al frente del partido. Y lo ha hecho despejando cualquier sombra de duda sobre su posicionamiento ideológico, en la derecha liberal. Podemos ha hecho lo propio con Pablo Iglesias, optando por arrinconarse en el espacio de la izquierda indignada, junto a comunistas y anticapitalistas. En este sentido, los partidos de la nueva política han resultado ser decepcionantemente conformistas.

El Partido Popular, mientras tanto, ha cerrado su congreso sin fisuras, prácticamente inmune a la corrupción y extraordinariamente cómodo en ese registro conservador que tan bien encarna Mariano Rajoy. Quién habría dicho hace poco más de un año, cuando rechazaron el encargo de formar Gobierno, que iban a ser ellos los que mejor cara presentasen en los carteles electorales de una quizás no tan lejana próxima campaña.

En cuanto al PSOE, la herida abierta por el “no es no” y por el modo traumático en que se forzó la dimisión del último secretario general marcará la celebración de su XXXIX Congreso. Ahora mismo es un partido abierto en canal, donde grandes sectores del susanismo y del pedrismo alimentan una contienda fratricida, apelando unos a las responsabilidades del aparato y otros a la legitimidad de la militancia.

El PSOE es hoy en día un partido encerrado en sí mismo, con muchas dificultades para atraer talento, prisionero de un ineficiente sistema de selección de cuadros. Pesan demasiado las puertas giratorias y las redes clientelares que poco o nada tienen que ver con el interés general. Sin mirarse al espejo no será posible que la sociedad conceda credibilidad alguna a la lucha contra la corrupción y a la defensa de las instituciones encargadas de velar, sin retorcimientos tendenciosos, por el correcto funcionamiento del Estado de Derecho.

Por encima de las divisiones internas, y con independencia de las ponencias que se preparan actualmente en Ferraz, son varias las cuestiones sobre las que sería deseable que toda candidatura se pronunciase.

Se hace necesario un posicionamiento claro en relación a las futuras alianzas parlamentarias. El PSOE se equivoca si pretende seguir empleando claves de lectura que corresponden a otro tiempo, en el que aspiraba sistemáticamente a ser la fuerza más votada y podía, no sin limitaciones, elegir apoyos entre distintas opciones minoritarias. Los tiempos son otros, y no sólo en España. Bien está aspirar a que los partidos socialdemócratas vuelvan a ser hegemónicos o, en su defecto, a que el PSOE sea el líder incontestado de la oposición; pero, en el escenario actual, resulta ineludible ser claros en relación a una hipotética (aunque poco probable) mayoría de izquierdas en el Congreso de los Diputados.

Cataluña sigue siendo una cuestión pendiente a la que se espera que el PSOE aporte alguna solución. Al fin y al cabo, fue Zapatero quien abrió la caja de los truenos cuando prometió apoyar a ciegas cualquier reforma del Estatuto que aprobase el Parlamento catalán. El reconocimiento de Cataluña como una de las naciones que integran España tiene que encontrar su lugar dentro del marco Constitucional, y el Estado no debe hacer dejación de funciones en la defensa de los derechos civiles de todos los catalanes (sean nacionalistas o no nacionalistas). Pero no parece conveniente que la respuesta al independentismo catalán venga de la mano de una inútil confrontación identitaria.

Cualquier candidato o candidata a liderar el PSOE debería tener un diagnóstico claro sobre los problemas de gobernanza europea, con propuestas concretas, más allá de lugares comunes, para corregir el disfuncionamiento estructural de la Unión Económica y Monetaria, y para avanzar en la definición de un verdadero poder ejecutivo europeo. Es preciso acabar con ese discurso que presenta los compromisos libremente adquiridos con Bruselas como si fueran imposiciones caprichosas de la UE. Las políticas europeas deben ser objeto de crítica, como se hace en el ámbito nacional, sin por ello socavar la dimensión histórica del proyecto europeo. A fuerza de responsabilizar a la UE de lo que hace, o no hace, cada uno de los Estados miembros corremos el riesgo de hacer del euroescepticismo un caso de expectativas autocumplidas.

Finalmente, si lo que se pretende es que el progreso económico sea inclusivo, el libreto socialdemócrata sobre el papel del Estado en la economía sigue absolutamente vigente, desde la racionalidad económica y desde la sensatez política. El paradigma liberal predominante en las últimas décadas ha dejado por el camino a los más desfavorecidos, que ya no ven en los partidos convencionales la herramienta para el cambio social que demandan, y buena parte de las clases medias han despertado de la ficción en la que vivieron hasta el estallido de la crisis financiera internacional de 2008: en el ascensor social del liberalismo nunca hubo sitio para todos.

Todavía no se sabe cuántos ni quiénes serán finalmente los candidatos a las elecciones primarias, ni cuál será su proyecto de partido y de país, pero existe la certeza de que el principal desafío para el próximo secretario o secretaria general del PSOE será conciliar paz y victoria. A día de hoy, los llamamientos a la unidad son arenas movedizas. Con ellos puede cerrarse en falso una crisis que tiene sus raíces en el zapaterismo de primera hora, y sin ellos la situación puede desembocar en una escisión de consecuencias imprevisibles. La victoria puede ser cara y la paz puede ser costosa.

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