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Ni Puigdemont ni Rajoy

Mariano Rajoy, junto a Carles Puigdemont

Javier Pérez Royo

Carles Puigdemont y Mariano Rajoy se han inhabilitado con su conducta para ser president de la Generalitat y presidente del Gobierno de España. No hay manera de salir del círculo vicioso en que se encuentra la relación de Catalunya con el Estado mientras sean ellos los que tengan la responsabilidad de dirigir la comunidad autónoma y el Estado.

Cada uno de ellos ha tenido una trayectoria a lo largo de estos últimos años, más de diez en el caso del Presidente Rajoy y aproximadamente tres en el caso del president Puigdemont de la que están prisioneros. Cada uno de ellos es lo que es en este momento porque han actuado de la forma en que lo han hecho. Mariano Rajoy, desde 2005, cuando inició la lucha sin cuartel contra la reforma del Estatuto de Autonomía; y Carles Puigdemont, desde que, como consecuencia del veto de la CUP a la investidura de Artur Mas, se convirtió en president de la Generalitat en 2015.

Su credibilidad en lo que a la definición de una política para las integración de Catalunya en el Estado no puede desvincularse de lo que han sido sus ejecutorias como presidente del Gobierno y president de la Generalitat. Carecen de margen de maniobra para decir y hacer algo distinto de lo que han dicho y han hecho en estos últimos años. Es el propio entorno de cada uno de ellos el que los tiene maniatados.

Lo hemos podido comprobar en el proceso de aplicación del artículo 155 de la Constitución. Ni el presidente del Gobierno le podía dar al president de la Generalitat garantías expresas de que no se sometería al Senado la aprobación de la coacción federal prevista en el 155 CE, ni el President podía disolver el Parlament sin esa garantía expresa. El entorno de Mariano Rajoy no habría tolerado que se diera esa garantía. El entorno de Puigdemont se rebeló contra la disolución del Parlament y la convocatoria de elecciones sin ella.

El resultado ya sabemos cuál ha sido: aprobación por el Senado de la coacción federal, destitución del Govern, disolución del Parlament y convocatoria de elecciones, querellas por rebelión ante la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo contra los miembros del Govern y la Mesa del Parlament, exilio y prisión provisional y unos resultados electorales que reproducen el empate que se había producido en las elecciones de 2012 y 2015.

No solamente no se ha avanzado nada, sino que se ha retrocedido. Puigdemont se encuentra ante una disyuntiva que es angustiosa para él, pero no solo para él. Puede tomar posesión de su escaño sin necesidad de pisar territorio español, pero no puede ser president del Generalitat sin hacerlo. ¿Qué ocurriría si toma posesión de su escaño, y, a continuación, el o la president del Parlament lo propone como candidato a la presidencia y él regresa para hacer el discurso de investidura? ¿Se le impediría por parte del juez instructor del Supremo acudir al Parlament para hacer el debate de investidura? ¿O se le permitiría, con la condición de volver a ingresar en prisión inmediatamente después de haber sido investido president?

Con el derecho de sufragio pasivo, tal como está reconocido en la Constitución y tal como ha sido interpretado ininterrumpidamente hasta la fecha, no se puede impedir que Carles Puigdemont sea investido president. ¿Podría ejercer como tal una vez investido? ¿Podría contribuir de alguna manera a encontrar una respuesta susceptible de ser aceptada en Catalunya y en el resto de España para la integración de Catalunya en el Estado?

En las preguntas están las respuestas.

Mariano Rajoy, aunque no tiene la amenaza de un proceso penal sobre su cabeza, no se encuentra políticamente en mejor situación. El presidente del Gobierno ha conducido a su partido prácticamente a la desaparición parlamentaria en Catalunya. Con la barrera del 5% que existe en la Comunidad de Madrid, que es la que dejó a IU fuera de la Asamblea, posibilitando de esta manera la elección de Cristina Cifuentes como Presidenta, el PP no estaría en el Parlament. El PP ha tenido en Catalunya un resultado ligeramente inferior al que tuvo IU en Madrid en las últimas elecciones autonómicas.

Esa posición materialmente extraparlamentaria del PP en Catalunya es consecuencia de lo que ha sido la trayectoria de Mariano Rajoy desde hace doce años. Es responsabilidad suya. El 21D los ciudadanos de Catalunya han certificado que ya no están dispuestos a seguir escuchando ninguna propuesta que venga del Presidente del Gobierno. A pesar de que o, mejor dicho, precisamente porque Mariano Rajoy se implicó personalmente en el final de la campaña electoral, transmitiendo el mensaje de que no era García Albiol sino él mismo el responsable del programa que se sometía a votación, el resultado ha sido el que ha sido.

Carles Puigdemont puede dirigirse con expectativa de ser oído dentro de Catalunya por el cincuenta por ciento de la población y fuera de Catalunya por prácticamente nadie. Mariano Rajoy no puede dirigirse dentro de Catalunya a casi nadie. Y fuera de Catalunya solo puede hacerlo con el discurso que ha llevado al PP a donde ahora mismo se encuentra, acentuando todavía más su soledad catalana.

Quienes tendrían que encontrar la salida se encuentran inhabilitados por su propia trayectoria para hacerlo. ¿Lo acabarán entendiendo así quienes tienen que entenderlo?

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