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La fe mariana

Antonio Orejudo

Por un lado tenemos El País, un periódico que no atraviesa su mejor momento. Tras la divulgación de El Sueldo de Cebrián, la aplicación de un ERE traumático y la publicación de un Hugo Chávez entubado y falso, no es que El País estuviera perdiendo influencia, es que se estaba convirtiendo en el hazmerreír de la Red. Los papeles de Bárcenas han venido en un momento providencial para el periódico.

Por otro lado tenemos El Mundo, que desde su fundación se ha constituido como el anti-El País. Donde El País decía A El Mundo decía B, y todo lo que para uno era blanco para el otro era negro. Los lectores hemos ido aceptando con naturalidad que El País se haya especializado en la corrupción del PP y que El Mundo haya consagrado sus esfuerzos a revelar escándalos del PSOE.

Esta situación cambió radicalmente el otro día cuando por primera vez El Mundo publicó una información verdaderamente comprometedora para el PP. Las hipótesis se dispararon: ¿por qué publicaba El Mundo los sobresueldos en negro del PP? ¿Se estaba vengando PJRamírez de alguna solicitud no atendida? ¿Estaba detrás Esperanza Aguirre? ¿Era una voladura controlada para evitar que en el futuro el caso Gürtel hiciera más estropicio del necesario?

Estas preguntas se multiplicaron cuando pocos días después de las revelaciones de El Mundo, su rival avaló la información ofreciendo la fotocopia de un supuesto libro de contabilidad B, donde el extesorero Bárcenas consignaba de su puño y letra que Mariano Rajoy recibía periódicamente los sobresueldos denunciados por El Mundo. Era la primera vez en la historia que ambos diarios remaban en la misma dirección.

El sábado Rajoy negó con énfasis todas las informaciones, las de El País y las de El Mundo, pero sin ofrecer un solo dato. Pero... ¿qué datos defensivos puede ofrecer alguien acusado de cobrar dinero negro? O preguntado de otro modo: ¿cómo demostrar que los manuscritos reproducidos en El País reflejan hechos reales? Por su propia naturaleza, el dinero negro es un problema a la hora de acusar y de defenderse. Sólo la aparición de un recibo firmado de Rajoy nos daría la certeza necesaria en un asunto tan grave. Mientras eso no aparezca, la inocencia o la culpabilidad de Rajoy es una cuestión de fe.

Ahora bien, los indicios y la información almacenada en las hemerotecas no ayudan a fortalecer la fe mariana. En primer lugar, todos los datos de la trama Gürtel que se van conociendo hacen verosímil la acusación de que la cúpula del PP se repartía en dinero B las donaciones de empresarios y constructores, que a lo largo de nuestra década dorada fueron recibiendo contrapartidas en forma de concesiones de obra o recalificaciones de terrenos.

Por otro lado, la trayectoria de Rajoy no es la más adecuada para pedir confianza. Youtube es el archivo de sus infamias. El que ahora nos pide fe estaba en el Gobierno que trató de implicar a ETA en los atentados del 11-M. El que ahora reclama su presunción de inocencia alimentó la ficción de que Irak poseía armas de destrucción masiva. El que ahora se preocupa por el daño a España alentó con mentiras la idea de que un cambio de Gobierno acabaría con la crisis. El que ahora se pone tan dramático diciendo “Es-Falso” defendió a Bárcenas, cubrió a Camps, prometió no bajar las pensiones ni los sueldos, se comprometió a no subir impuestos, implantó el repago tras sostener lo contrario, y redujo el mayor desastre ecológico de la historia de España a unos hilillos de plastilina.

La palabra de Mariano Rajoy no tiene valor alguno.

Y tampoco ayuda mucho a discernir la verdad que El País, el periódico que ha reproducido los papeles en los que se da a entender que el presidente del Gobierno cobraba en negro como un fontanero sin papeles escriba en su editorial de ayer: El presidente del Gobierno compareció ayer ante los dirigentes de su partido para negar enfáticamente que hubiera recibido o hecho pagos en dinero negro y defender su honradez. No nos cabe duda de su sinceridad, y estamos seguros de que esta impresión es extensible a muchos ciudadanos, le hayan votado o no en las elecciones.

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