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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Rajoy y Puigdemont: dos hombres (torpes) jugando con nuestro destino

Carles Puigdemont y Mariano Rajoy.

Gumersindo Lafuente

Mariano Rajoy no da sorpresas. Ya sabíamos desde hace años que detrás de esa aparente tranquilidad, de ese como-dios-manda, de esa impostada serenidad, solo hay inseguridad, falta de talento y unos posos amargos de autoritarismo que le conectan con una de las peores épocas de nuestra historia. Nada podía salir bien con este PP y con este presidente. Nada podíamos esperar ni de él ni de su vicepresidenta. Ninguna seguridad jurídica podía ofrecernos un partido agujereado por la corrupción y un Gobierno con sus más destacados ministros reprobados por el Congreso, inhabilitados por tanto por los representantes de los ciudadanos, el tribunal más democrático que pueda haber.

A Rajoy, Sáenz de Santamaría, Montoro, Zoido, Dastis, Catalá y Maza, su instrumento en la Fiscalía, les da igual. Pasan del Congreso, pasan de los ciudadanos, pasan de la democracia.

Tampoco están sobrados de decencia Puigdemont, su Govern y los partidos que les sostienen. En una insensata carrera contra la realidad, bien organizada, sí, pero profundamente excluyente y antidemocrática, han olvidado las matemáticas electorales, han ninguneado al Parlament y han tomado una ruta, empujados por los más radicales, que solo puede conducir a una declaración unilateral de independencia (DUI).

Entre unos y otros han conseguido colocarnos a todos en un escenario nuevo y sin duda peor. En un tiempo de incertidumbre absoluta y duradera. En una época, que no será breve, plagada de incógnitas, tensiones y, probablemente y por desgracia, incidentes dentro de las instituciones y fuera, en las calles de las ciudades y pueblos de toda Catalunya.

Dos hombres torpes, sí, Rajoy y Puigdemont, Puigdemont y Rajoy, que llevan meses jugando con nosotros con las cartas marcadas. Uno, el presidente, sabiendo que en última instancia iba a arrastrar al PSOE a su terreno, ese 155 que estando ya en marcha es aún una incógnita en su profundidad y, sobre todo, en cómo se va a ejecutar. Otro, el president, abusando de un sentimiento, de una historia, de una cultura y unas aspiraciones legítimas, pero que no cuentan con la mayoría suficiente para ser impuestas a todos los catalanes.

Dos hombres torpes y unas circunstancias en las que en ambos casos, por encima del interés general se han impuesto estrategias particulares. Al PP siempre le fue bien apretar a Catalunya. Electoralmente le daba réditos en el resto de España y en los últimos tiempos se ha convertido en un instrumento perfecto para tapar la corrupción que no solo afecta a personas de su partido, está tan enquistada en su manera de operar que ha pervertido los resultados electorales vía financiación ilegal de las campañas.

Los independentistas debieron pensar tras los resultados de las últimas elecciones autonómicas que nunca volverían a tener una oportunidad similar. No obtuvieron el respaldo esperado, pero sí un gran resultado. ¿Por qué esperar?, debieron pensar. ¿Por qué respetar a la mitad de los catalanes? Y tomaron la vía que nos ha traído hasta donde estamos.

La suma de dos torpes con tanto poder solo podía llevarnos al desastre. Y en el desastre estamos, o al menos muy cerca de él. En medio los trabajadores, los pensionistas, los estudiantes, los parados, las empresas, la sociedad toda de Catalunya y del resto de España que sufre ya y sufrirá más aún en el futuro los efectos de esta insensatez, de esta innecesaria crisis, de esta irresponsable situación que, no nos engañemos, no se va a resolver con imposiciones. La fuerza solo complicará más las cosas. Puede que apague momentáneamente las llamas, pero de los rescoldos volverá a surgir el fuego, con más apoyos y con más violencia.

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