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Rajoy es ahora el que manda

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno en funciones.

Carlos Elordi

Parece ya escrito que el PSOE se abstendrá para hacer presidente a Mariano Rajoy a cambio de nada. Si para el líder del PP esa gratuidad constituye un éxito que seguramente no esperaba hace unos cuantos meses, para los socialistas expresa rotundamente el desastre que ha sido su política. La de las últimas semanas y también la que ha hecho Pedro Sánchez desde el 20 de diciembre. Ahora los defensores de la abstención proclaman que ese es el paso necesario para poder hacer una oposición dura, para hacer morder el polvo a Rajoy y a sus políticas. Es muy difícil, si no imposible, que eso ocurra. Por el contrario, lo más probable, lo casi seguro, es que la derecha logrará preservar lo que ya ha impuesto y que, con más o menos dificultades, se aprueben sus nuevas opciones.

La ineptitud del PSOE ha conferido al PP una situación de dominio de la escena que, de golpe, ha borrado sus formidables fracasos electorales y también el hecho de que su partido sigue muy lejos de contar con la mayoría parlamentaria. Y cabe pensar que sabrá administrar esa ventaja. Rajoy tiene muchos defectos, pero no es un inútil que deje que los triunfos se le escapen fácilmente de las manos.

Cuando, hace dos semanas, declaró con cara de bueno que no pediría contrapartidas a la abstención socialista confirmaba que sabía muy bien que había ganado y lo que había ganado. El día antes Rafael Hernando, confirmando su mediocridad como político, había dicho que no bastaba con la abstención, que el PSOE tenía también que apoyar el presupuesto. El líder le calló la boca. Esa exigencia era una estupidez que sólo podía enfurruñar las cosas. Al PP le bastaba con que los socialistas no pidieran nada a cambio de darle el gobierno. Lo demás llegaría por su propio peso.

La primera prueba de eso que parece una evidencia llegará con el debate sobre las cuentas del Estado y las demás tareas parlamentarias a ellas vinculadas. Ya se sabe, más o menos, lo que el PP va a proponer al respecto. Más de lo mismo que ha habido hasta ahora. Austeridad en los gastos del Estado; nada, o muy poco, de inversión generadora de puestos de trabajo; impuestos favorables a los intereses de las clases que votan a la derecha y al establishment.

Y por si necesitaba algún argumento adicional para mantener su política de siempre, Rajoy tendrá el de que la UE exige nuevos recortes, por lo menos de 5.500 millones de euros para empezar, a fin de acercarse un poco al cumplimiento de los compromisos españoles en materia de déficit. So pena, dirá Rajoy, de excomunión de los mercados y de duras sanciones por parte de la Comisión Europea.

¿Qué opción alternativa, en términos presupuestarios, pero sobre todo políticos, puede construir el PSOE para derribar una propuesta del PP configurada en torno a las líneas anteriores? La tarea de Rajoy y de sus acólitos consistirá en encontrar las contrapartidas en capítulos de orden secundario, respecto de los básicos del presupuesto, que reblandezcan la inicial oposición socialista, y la de otros grupos, al proyecto de ley del futuro gobierno.

Existen. Sobre todo en aquellos terrenos, que son muchos, que interesan al quehacer cotidiano de los gobiernos autonómicos. Será trabajoso encontrar puntos de acuerdo. Pero existen muchas posibilidades de alcanzarlos. Aunque sólo sea porque el poder en algunas regiones y bastantes ayuntamientos –cuyo papel en el presupuesto también será materia negociable– es lo único que le queda al PSOE, y preservar ese capital político es hoy evidentemente su prioridad. Por lo menos la de los pesos fuertes del partido, empezando por Susana Díaz.

Dejando de lado a Unidos Podemos, que cada día que pasa se configura más claramente como única oposición de izquierdas, buena parte de los demás partidos presentes en el Parlamento pueden terminar por aceptar la lógica de Rajoy. Los nacionalistas de centro-derecha, vascos y catalanes, no tienen motivos para oponerse frontalmente a un presupuesto continuista del PP si éste les hace concesiones en cuestiones que interesen particularmente a sus territorios. Ciudadanos tampoco, aunque es de esperar que Albert Rivera pelee a fondo para obtener algo que siga justificando su existencia.

La derecha puede salirse con la suya y aunque tenga que negociar cientos de horas para lograr que se apruebe su presupuesto sin modificaciones sustanciales. Sólo un PSOE en forma, aun con sólo 85 diputados, podría impedirlo. Pero, ¿cómo, y por qué, los socialistas van hoy a articular un frente de oposición para tumbar el presupuesto del PP? ¿Con qué líder, con qué objetivo? ¿Aliándose con Unidos Podemos? Y si esa posibilidad es irreal desde cualquier punto de vista, la única alternativa que les queda es tragar con lo que proponga Rajoy, si acaso sacándole algo de lo que una política mínimamente inteligente habría obtenido a cambio de abstenerse para dejarle volver a La Moncloa.

El argumento de la “responsabilidad nacional” que algún dirigente socialista ha esgrimido para justificar la abstención se podría aplicar también en esta ocasión. Y seguramente más de uno de los poderes fácticos que no han dejado de presionar al PSOE hasta llevarlo al desastre actual lo empezarán a manejar muy pronto, si es que no lo han hecho ya.

Se mire por donde se mire, el momento es de Rajoy. Porque su principal adversario se ha caído al suelo sin que él haya tenido que empujarlo. Y porque los vientos conservadores soplan hoy por hoy con más fuerza que los del cambio. El líder del PP puede ahora administrar tranquilamente sus plazos. El de las nuevas elecciones. Y el de su sucesión. Sólo Cataluña, una tormenta que venga del exterior o una contundente movilización social contra las barbaridades que las políticas de la derecha suponen para muchos millones de españoles pueden arruinar ese sosiego.

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