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De cómo Rajoy se ha hecho de repente con los mandos

Carlos Elordi

Sin mayores problemas y como si lo tuviera preparado desde hace tiempo, Rajoy ha conseguido de golpe arrumbar cualquier otro debate y que desde hace dos semanas en la escena pública española no se hable más que de guerra y de terrorismo. Un éxito tan notable para los intereses electorales del PP no se habría conseguido sin la supeditación de los grandes medios a los dictados de la Moncloa o, cuando menos, sin su incapacidad para tener un discurso autónomo del poder. Y tampoco si la oposición, particularmente el PSOE, no hubiera aceptado sin mayores problemas jugar en el terreno escogido por el presidente del gobierno. Por muy terribles e impactantes que fueran los atentados de París, podrían haber optado por otro camino. Pero, por lo que sea, no lo han hecho. Puede que lo lamenten la noche del 20 de diciembre.

La depresión que produce ese panorama se agrava cuando se observan sus detalles. El más llamativo, pero en el que pocos de los que deberían hacerlo parecen reparar, es que esa guerra contra ISIS en la que Rajoy no quiere entrar, esperando que las urnas premien su prudencia, no se atisba por parte alguna y que muchas cosas, y muy profundas, tendrían que cambiar en el contexto internacional para que ésta fuera un día posible.

Porque François Hollande no está construyendo una coalición mundial contra el yihadismo, sino tratando de recuperar, también con fines electorales, algo del protagonismo internacional que Francia ha perdido irremisiblemente. Porque Putin no va a ir más allá de lo que lo ha hecho hasta ahora en sus ataques aéreos contra las bases yihadistas. Porque Obama no está para nada dispuesto a seguir el camino que le marca Francia, ni a coincidir con Rusia ni a modificar su actual plan de acción en Oriente Medio, en el que mejorar las relaciones con Irán ocupan un lugar prioritario. También porque Turquía no quiere más guerras que la que ella misma decida y sin Turquía nada serio se puede hacer en Siria, cuando menos.

En definitiva que lo único que está en juego es si se aumenta la intensidad de los bombardeos. En medio del convencimiento generalizado entre los expertos de todos los colores de que éstos no van a destruir a ISIS. El debate y las fuertes críticas que ha provocado en el Reino Unido la voluntad de Cameron de que aviones británicos contribuyan a ese empeño da una pista de cómo debería funcionar un país democrático en unas circunstancias como las actuales y, en todo caso, de cómo evitar el ridículo, que ya lo hizo bastante Tony Blair en su día. Aunque, claro está, en Gran Bretaña aún hay medios poderosos que conservan algo de su independencia y también un Partido Laborista que trata de alejarse del establishment.

¿Por qué en España no se ha emprendido una labor crítica que vaya más allá de los planteamientos morales de oposición a la guerra y aborde las posibilidades de actuación de nuestro país en el escenario concreto de esta crisis, por muy confuso y contradictorio que sea? ¿Por qué nadie ofrece una alternativa de reflexión a los ciudadanos a los que el bombardeo televisivo obliga a escoger entre guerra y paz, sin argumentos sólidos, y no sólo principios éticos, para hacerlo? Se diría que los partidos de la oposición temen que se les califique de radicales y que los corifeos de la ortodoxia les critiquen en exceso en los medios.

Seguramente impelido por el desmentido de su exclusiva de que España estaba dispuesta a mandar más tropas a Mali y a la República Centroafricana, el diario El País se ha empeñado durante toda esta semana en tratar de demostrar que su información era correcta. Nada más. Y sin conseguirlo, además. Ningún esfuerzo por tratar de vislumbrar qué logros militares y políticos se podrían alcanzar con tal operación, que, por cierto, no habrían de ser muchos. Ni el mínimo intento de entender, y en su caso de criticar, la estrategia francesa. Ningún atisbo de contextualizar las iniciativas diplomáticas de París en el marco de la Unión Europea, cuya división crece cada día que pasa en esa cuestión.

Todo eso, y mucho más, y no digamos el problema de los refugiados, que un incremento de los bombardeos va necesariamente a agravar, ha quedado olvidado en los grandes medios españoles. No así en los más respetados de Francia, por mucho que una nueva de nacionalismo recorra el país vecino. Ni en los británicos ni en los alemanes. Ni en los belgas, en donde crecen las críticas ante el alarmismo y los despropósitos antiterroristas del gobierno de Bruselas.

Rajoy tiene motivos para estar satisfecho. Él, que en su día secundó con entusiasmo la insensata aventura iraquí de José María Aznar apelando a la defensa de los valores de Occidente –la hemeroteca es implacable al respecto– hoy aparece ante los españoles como un político prudente, que no solo sabe manejar los tiempos sino también cómo construir un consenso entre todos los partidos para que se avengan a sus posiciones. Y afirmando además que España es un país seguro frente al terrorismo islamista, antes de que nadie pregunte qué garantías existen, guerras al margen, de que éste no golpeará de nuevo en nuestro territorio. Cuando eso no deja de ser una hipótesis, que, por cierto, también defendía Francia antes del atentado contra Charlie Hebdo.

Ese juego de trampas, propaganda infumable, burdo espectáculo televisivo, manipulaciones, medias verdades, enormes espacios oscuros y mucha inanidad por parte de quienes habrían de denunciar lo uno y lo otro, puede dar la victoria electoral al PP. ¿Qué se puede esperar que haga un futuro gobierno presidido por Rajoy para disipar la amenaza que supone el radicalismo islamista realmente existente en seno de nuestra comunidad musulmana y que es el verdadero problema aquí y en Francia, en Gran Bretaña, en Bélgica o en Alemania? Una vez ganadas las elecciones, ¿abandonará Rajoy su prudencia electoralista y se sumará a las operaciones internacionales contra ISIS con tal de poder salir también él en la foto?

Todo es posible con un tipo como él. Al menos mientras alguien no se levante decidido a frenarle. La manifestación “No en mi nombre” puede entenderse en esa línea. Ciertamente su convocatoria tiene defectos. Mimetiza la situación anímica que existía en víspera de la guerra en Irak, cuando el contexto actual es muy distinto del de entonces. Pero algo es algo.

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