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Rajoy ha humillado a los de la abstención

El rey con los nuevos ministros del Gobierno de Mariano Rajoy.

Carlos Elordi

La composición del nuevo Gobierno del PP sugiere dos cosas bastante claras. Una es que Rajoy debe estar muy seguro de su posición dominante en la actual relación de fuerzas políticas y que para obtener apoyos parlamentarios no necesita nombrar ministros que caigan bien a otros. La otra es que por encima de todo quiere tener atado a su partido para que nadie dentro del mismo crea que puede pensar y actuar por su cuenta. El cruce de ambos elementos deja en el aire algunas incógnitas respecto a las decisiones políticas que el Ejecutivo adoptará en los asuntos cruciales. Y también una evidencia: que con su abstención el PSOE ha dado todo el poder a Rajoy sin obtener la mínima esperanza de sacar algo a cambio.

Quienes han llevado al Partido Socialista al borde de la ruptura y lo han colocado el terreno de la inanidad política para un largo tiempo se han debido quedar compuestos y sin novio, sin argumento alguno para defender su postura. No han desbloqueado la situación, como les gusta repetir, sino que se han bajado los pantalones ante alguien que no ha dudado en humillarles desde el primer momento de su nuevo mandato. Puede que alguno se haya preguntado “¿qué hemos hecho?” viendo en la tele que en el Gobierno siguen los malos de siempre: Soraya Sáenz de Santamaría, Luis de Guindos, Cristóbal Montoro o Fátima Bañez, y que además entran María Dolores de Cospedal o Juan Ignacio Zoido, una de las bestias negras del PSOE andaluz.

El editorial de El País de este viernes ha criticado la composición del nuevo Gobierno. Ha dicho que es “continuista, débil y poco adecuado para las reformas”. Pueden ser lágrimas de cocodrilo. Pero si la decepción es real, cabe preguntarse en qué basaba el diario que ha secundado activamente el derribo de Pedro Sánchez su esperanza de que Rajoy hiciera algo distinto de lo que ha hecho este jueves.

En nada que tuviera bases políticas reales. Y menos en algo que estuviera asentado en lo que Rajoy ha hecho desde el pasado 20 de diciembre. Porque durante esos diez meses largos el líder del PP se ha limitado a esperar que las cosas terminaran decantándose a su favor, sin ceder un ápice en sus planteamientos políticos, sin negociar con nadie ni mostrarse dispuesto a hacer concesión alguna. Ha esperado pacientemente a que sus rivales se embarrancaran paso a paso en su incapacidad o en su ineptitud. Y a lo único que ha tenido que hacer frente ha sido a movimientos internos que en algunos momentos han pretendido sustituirle en el liderazgo. De ese asunto se sabe muy poco, pero que el rasgo más destacado del perfil político de todos los nuevos ministros sea su fidelidad al jefe, en algunos casos servil, puede tener su origen en esa experiencia.

Rajoy no ha engañado a nadie. Entre otras cosas porque desde diciembre prácticamente lo único que ha repetido hasta el aburrimiento es que quien tenía que gobernar era él, sin añadir nada. Los que en el PSOE montaron la operación para que eso fuera posible carecían de dato alguno para pensar que una vez investido, el nuevo presidente del Gobierno iba a darles alguna compensación por ello.

Si en conversaciones secretas alguien del PP les hizo creer lo contrario, habrán de concluir que les ha engañado. Pero lo más probable es que no se produjera encuentro alguno con tales contenidos. Asumieron las consecuencias de su abstención a ciegas o bien porque no les importaban mucho, porque creían que la alternativa podía ser un pacto con Podemos y los independentistas. Y para ellos eso era peor que seguir teniendo a Rajoy en La Moncloa.

Ahora las cosas están claras. El Gobierno es del PP, sin fisuras ni matices. Lo que cabe preguntarse es si quiere hacer lo mismo que ha venido haciendo desde 2011. O, mejor, cómo pretende que sus intenciones obtengan la mayoría en el Congreso. Está claro que tendrá que inventar algo que parezca nuevo en materia de política territorial o de pensiones, o en educación. Y puede que también en el terreno económico y fiscal. Pero hay que descartar que vaya a producirse ningún cambio significativo en su rumbo de siempre. Quienes le apoyan, los intereses corporativos que están detrás del PP, y que van mucho más allá de los del IBEX 35, no lo tolerarían. La derecha más radical y primitiva, tampoco.

Y hay que suponer que Rajoy está convencido de que obtendrá los apoyos necesarios para poder avanzar en esa dirección. Aunque no vaya a ser fácil, aunque tenga que negociar mucho, aunque en algunos momentos la cuerda vaya a estar a punto de romperse. Y no sólo porque puede alcanzar justas mayorías sumando votos de aquí y de allá, los de Ciudadanos y tal vez hasta los del PNV y otras minorías. Sino porque el líder del PP debe pensar que, a la postre, el PSOE, o cuando menos quienes hoy mandan en ese partido, no va a dar un giro de 180 grados respecto de la posición que ha adoptado absteniéndose. Que para ese viaje no hacían falta alforjas.

Rajoy no les ha hecho un favor nombrando un Gobierno que sólo tiene en cuenta lo que le conviene al PP y su líder. Pero dentro de unos días eso se habrá olvidado. Para eso están los medios afines. Al PP y al PSOE. Y se entrará en materia. Y ahí los intereses de los que mandan en el Partido Socialista, es decir, los barones territoriales y los representantes de su poder local, se harán escuchar. Y dirán que más vale pájaro en mano que ciento volando, que se le pueden sacar algunas cosas al PP, que conviene no echarse al monte. ¿Doblarán el brazo a los socialistas que piensan lo contrario? Que cada cual se apunte a la hipótesis que más le guste. Pero seguramente Rajoy cree que sí.

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