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Reality Zoo

Iván de la Nuez

De China a Estados Unidos, pasando por España. Y de la curiosidad al miedo, pasando por el circo, los programas televisivos con animales se van convirtiendo en tendencia planetaria. Una jungla del espectáculo donde las bestias actúan sin saberlo y los humanos aplauden a sabiendas.

Mañana será Zoo, como antes Amigos maravillosos y hoy ¡Vaya fauna! Ante uno u otro Reality Zoo se puede intuir lo que piensan los animalistas, aunque no estaría de más indagar en el sentido que tiene la moda de marras para el humanismo. Porque, si en todos estos programas, el fracaso en la “humanización” del animal resulta obvio, el éxito en la “animalización” del espectador está más que garantizado.

Hoy parecen remotos aquellos tiempos en que los animales nos ayudaban a resolver –desde el pensamiento o la ficción- enigmas de todo tipo. Sin el axolote -que intrigó a Julio Cortázar- Roger Bartra no hubiera redondeado sus teorías sobre las paradojas del México moderno. Si nos ponemos mitológicos, encontramos al centauro como metáfora del arte conceptual o al unicornio, según Silvio Rodríguez, como modelo de los sueños perdidos. Una bestia múltiple como el ornitorrinco sirvió de resorte para que Umberto Eco regresara a Kant y, de paso, pusiera “a prueba una teoría del conocimiento”.

Resulta imposible, en esta secuencia, olvidar a Orwell y su Rebelión en la Granja –incluso desearla- o al Vázquez Montalbán del Panfleto desde el planeta de los simios. Y a Homero con las sirenas, Melville con la ballena, Hemingway con su pez espada...

Ya no hace falta acudir a los animales para entenderlos o entendernos, sino para divertirnos. Para dar rienda suelta a la comedia inhumana de esta época que, no contenta con reiterar la estupidez humana, ha optado por traspasarla a las fieras. Estamos transitando del miedo clínico a la juerga catódica. De aquellos terrores a la fiebre porcina, la rabia o la gripe aviar al oso trompetista, el cerdo pintor o los chimpancés rockeros... En muchos casos, previo abuso químico para lograr efectos de mansedumbre o euforia.

Al final, el “modelo humano” de esos animales es sonrojante. Y demuestra que nuestro desenlace físico –al final los humanos también somos bestias en peligro de extinción- será precedido por el exterminio de nuestra racionalidad.

En su debate con los paladines de la identidad, Woyle Soyinka acabó definiéndola como una especie de “tigritud”. No hacía falta anunciarla, decía el escritor nigeriano, por la sencilla razón de que esta siempre aparecía de repente. Un tigre, a fin de cuentas, no se dedica a teorizar sobre sí mismo, pues su identidad queda expuesta cuando aparece y te asalta. Lo que viene a continuación de ese acto podría definirse, así a lo bestia, como el aplauso animal.

Ahora falta saber quién es el bravo que está dispuesto a buscar semejante recompensa en ese plató.

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