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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Redondo suma aliados contra Calvo

El presidente, la vicepresidenta primera e Iván Redondo.

Esther Palomera

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Hace tiempo que en La Moncloa y en el PSOE hay dos bandos. “Redondistas” y “calvistas”. Desde el primer día que Pedro Sánchez puso un pie en La Moncloa, la competición entre el jefe de gabinete del presidente, Iván Redondo, y su número dos en el Gobierno, Carmen Calvo, ha estado servida. En cada palabra, en cada gesto, en cada entrevista, en cada reunión, en cada competencia y hasta en cada folio que llega hasta la mesa del presidente del Gobierno.

A un lado, los que jamás vieron con buenos ojos que Sánchez depositara tanto poder y tanta confianza en alguien ajeno al partido que además había trabajado para sus competidores más directos y al que perseguía una fama de utilizar métodos poco ortodoxos en su persecución

Ora Ciudadanos, ora PP, ora Podemos, ora PSOE, ora el Gobierno de España… Un gurú de la comunicación y el marketing político marcando el paso, los tiempos, el rumbo y hasta la estrategia que, además, “hace exhibición constante de los logros que le son propios pero también de los ajenos”, según se quejan sus detractores. De otro, los exégetas de las esencias del partido, los pata negra del socialismo, los celosos de los intrusos y los guardianes de las formas de una organización política con más de 140 años de historia.

La rivalidad se remonta a los tiempos en que Sánchez peleaba por recuperar la secretaría general del PSOE en unas primarias frente a Susana Díaz. Allí empezó todo, pero el antagonismo fue a más en La Moncloa y alcanzó uno de sus puntos álgidos durante la negociación del pasado julio entre PSOE y Unidas Podemos, cuyo peso recayó sobre Carmen Calvo por expreso deseo del secretario general y cuyo fracaso se le intentó imputar desde el “redondismo”.

El enfrentamiento creció, ya en esta Legislatura, con una nueva estructura de Gobierno en la que Redondo interpretó desde el minuto uno que había ganado tanto poder e influencia que trasladó por personas interpuestas que era una especie de superministro sin ministerio con más capacidad de decisión que la de los cuatro vicepresidentes de Ejecutivo juntos.

Entre Redondo y Calvo ha habido roces por intentar capitalizar el éxito de la moción de censura, por la negociación con Catalunya, por la exhumación de los restos de Franco, por las conversaciones con los de Pablo Iglesias para formar gobierno, por las entrevistas negadas, por las ruedas de prensa sin preguntas, por las filtraciones interesadas a los medios, por el maltrato a los periodistas y hasta por el aire que se respira en cada despacho “monclovita”.

Es sabido que ni se soportan ni se comunican y que, aunque ninguno de ellos reconoce en público las diferencias, Sánchez ha tenido que poner orden en algunos momentos ante tanto desatino. Al fin y a la postre, la imagen es la de un Gobierno, no la de una vicepresidenta que como todas y todos está de paso ni la de una experto en comunicación política que hoy puede estar en la nómina de La Moncloa y mañana estar haciendo caja con otro pagador.

Y lo que no se esperaba es que Redondo sumase esta semana un nuevo aliado en su guerra contra Carmen Calvo, que sale especialmente “tocada”, aunque no “hundida”, tras la crisis entre socios de Gobierno a cuenta de la ley de libertades sexuales impulsada desde el Ministerio de Irene Montero.

Ajeno esta vez a la polémica entre departamentos, el jefe de gabinete del presidente cuenta desde ahora con los ministros de Podemos para su particular batalla, después de que Sánchez tuviera que dar un puñetazo sobre la mesa del Consejo de Ministros para acabar con las zancadillas de la vicepresidencia para “torpedear” el anteproyecto.

Cuentan, y no solo esta vez los “redondistas”, que el enfado del presidente es mayúsculo, que Calvo está cuestionada, que ha roto la confianza incluso entre ministros de sus propias siglas y que Redondo, claro, se frota las manos y se mantiene a la espera de su ocaso definitivo.

Lo grave es que lo que está en juego no es un partido entre rivales, sino la producción legislativa de un Gobierno y, en definitiva, las políticas que necesita un país cuyos electores se borrarían seguro del censo si conocieran los detalles de lo que en ocasiones se traen entre manos quienes deciden sobre nuestro presente y nuestro futuro.

De la lealtad debida entre miembros de un mismo equipo, mejor ni hablamos. Ya se sabe que esas son leyes que no rigen para la política. Así andamos...

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