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Reflexiones tras la resaca electoral

Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, introduce su voto en las elecciones del 28 de abril de 2019

José Miguel Contreras

En las porras electorales suelo ser un desastre. No anduve muy mal esta vez. El PSOE sacó un poco más de lo que pensaba (115), mientras el PP sacaba bastante menos que mi pronóstico (85). Con lo de Ciudadanos, UP y Vox (55, 45 y 30) me acerqué más. Así que, para seguir equivocándome, me permito lanzar ahora mis conclusiones con las que, evidentemente, entiendo que muchos no coincidiréis:

1. Para el PSOE, una victoria peroístaperoísta. El PSOE tiene un problema con los medios, llamado peroísmo. No es una errata, sino un palabro inventado. No hay casi ningún comentario que no hable de su victoria y no incluya un pero. Hay un empeño generalizado en considerar que el resultado está bien, pero… Lo cierto es que el 29% de votos alcanzado está en lo más alto de la horquilla prevista en las últimas encuestas, que se movía entre el 25 y el 30%. Pedro Sánchez ha hecho una campaña de indiscutible eficacia en la que ha resistido en solitario, un ataque descomunal de la oposición dominado por insultos, mentiras y teorías conspiranoicas. Ha sido una campaña especialmente agresiva que buscaba desgastar como fuera una victoria que las encuestas preveían, aunque nadie podía adivinar si iba a ser suficiente. Esa soledad frente a todos fue especialmente visible en los virulentos debates televisivos de hace una semana. Ha sumado 7,5 millones de votos, casi 2 millones más que en 2016. Falta por precisar de dónde han salido. Cabe imaginar que tienen cuatro bolsas de procedencia: nuevos electores, abstencionistas, ex votantes de Podemos o IU y electores que abandonaron Ciudadanos tras la declaración de su famoso cinturón sanitario. Para el PSOE es un triunfo histórico inimaginable hace apenas un año.

2. Para el PP, un grave error estratégico. La declaración más sincera de las últimas semanas de Pablo Casado ha sido la de valorar su resultado como “muy malo”. Sin embargo, pudo ser aún peor. Con poco más de 200.000 votos, Albert Rivera podía haberle superado y haberse convertido oficialmente en jefe de la oposición. Han perdido 71 diputados y 3,5 millones de seguidores. De todos los argumentos que he oído al respecto, me quedo con el del encuestador Javier Ferradal. Explica que el gran error del PP viene de atrás. Deriva de no haber sabido interpretar el resultado de las elecciones andaluzas. El hecho de que Juan Manuel Moreno acabara gobernando con el apoyo de Ciudadanos y Vox se convirtió en el milagro de los panes y los peces. Se podía producir una considerable pérdida de votos y escaños y, sin embargo, derrocar al gobierno socialista y convertir en presidente a su candidato. Bastaba con conseguir un voto más que sus socios y, junto a ellos, sumar una mayoría. Andalucía se convirtió así, en realidad, en la gran tumba del PP. En lugar de darse cuenta de la debacle que había sufrido en aquellas elecciones, no sólo no tomaron medida alguna para reparar el desastre, sino que se decidió imitar la estrategia de blanquear la ultraderecha y confiar en que Ciudadanos no le hiciera sombra. Este fue el gran error de Pablo Casado, el de autoengañarse creyendo que Andalucía era la entrada al paraíso y no darse cuenta de que era la puerta del infierno.

3. Para Ciudadanos, un “Trata de arreglarlo, Carlos”. Como reconocen en privado sus dirigentes, consideraron que sólo les había ido bien cuando se habían derechizado como en Cataluña y Andalucía. Decidieron arriesgarlo todo al anuncio de que se hacían públicamente de derechas y montaron un muro para separarse del votante de izquierdas. Sabían que expulsaban a parte de sus posibles electores, pero confiaban en que podían hacer daño a un PP debilitado robándole no sólo a dirigentes sino, sobre todo, a buena parte de sus votantes. El objetivo era doble. Podían aspirar a liderar un gobierno, algo absolutamente imposible si pisaban territorio de la izquierda. Para ello, necesitaban ganar al PP y sumar a la andaluza una mayoría suficiente. La segunda salida era que, aunque no se consiguiera el gobierno, Rivera se podía convertir en jefe de la oposición superando en votos al PP y esperar a presidir un gobierno en el futuro. El problema ha venido cuando, por muy poco, no ha conseguido su necesidad ineludible, ganar al PP. Ha subido un millón de votos hasta llegar a los 4,1. Han debido robar al PP bastante más de ese millón para compensar de largo lo perdido por los huidos hacia el PSOE. Como Carlos Sáinz y Luis Moya, se han quedado estancados muy cerca de la meta. Como consuelo, pueden comprobar que han crecido en apoyo electoral y que quizá en próximas contiendas puedan hacer realidad su plan. Sin embargo, no es menos cierto que en esta oportunidad el resultado no era el buscado.

4. Para Unidas Podemos, se abre un interrogante. La formación liderada por Pablo Iglesias puede correr un peligro. Sería el de entender que el resultado no ha sido muy malo y que la estrategia de campaña ha sido muy buena. Ambas afirmaciones son discutibles. El resultado es un duro golpe. En 2016, la formación obtuvo más de 4 millones de votos y se quedó apenas a 400.000 votos del PSOE. El balance entonces fue de decepción puesto que se esperaba superar sin problema los 5 millones de electores tras la integración de Podemos e Izquierda Unida. Si hace tres años, conseguir 4 millones de votos y 71 diputados fue una decepción, qué decir de haber perdido 300.000 votos cuando han ido a votar 2,1 millones de ciudadanos más que en 2016. La diferencia respecto al PSOE ha pasado de 14 diputados a 81. Caben todo tipo de justificaciones que, en realidad, son simplemente parte del problema que se tiene que resolver. Muchos analistas han alabado la campaña que se inició en tono altamente combativo y acabó con el sosiego mostrado en los debates. En el PSOE dolió que Pablo Iglesias no se lanzara al barro en la brutal pelea televisiva que Pedro Sánchez tuvo que mantener con Casado y Rivera. Decidió no mancharse y quedarse como mero observador. Quedaba la duda de si un compañero de gobierno leal podía haber ayudado en la batalla. Iglesias tiene más tablas televisivas que Sánchez y en el combate cuerpo a cuerpo en el plató le hubiera sido de gran ayuda. Casi todos los analistas opinan que acertó en ponerse de perfil y casi no intervenir. Hay quien piensa lo contrario, que, si Iglesias hubiera respaldado a Sánchez y le hubiera ayudado en el momento más difícil de la campaña, muchos votantes hubieran comprobado su gran valor como indispensable soporte del líder socialista. Es imposible determinar el impacto de esta estrategia en votos, pero hoy nadie discutiría que se había ganado su presencia como leal socio de gobierno.

5. Para Vox, una noche insomnio. El gran interrogante respecto a Vox es el de determinar qué tal durmieron la noche del domingo sus votantes. Han entrado en el parlamento con menor presencia de la que nadie, salvo Tezanos, había vaticinado. Seguro que cuentan con una buena parte de votantes convencidos en seguir adelante. Pero, posiblemente, también habrá otros muchos que el domingo por la noche no durmieron bien debatiendo si habían podido ser causantes de una demolición sin darse cuenta de que seguían dentro del edificio. La izquierda ha ganado las elecciones y la crisis abierta en el PP tiene en Vox uno de sus detonantes. No el principal, pero sí uno significativo.  

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