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La victoria británica

Un cartel de una protesta anti-Brexit junto al Parlamento británico

María Ramírez

  • La aplastante victoria de Johnson en las elecciones generales es un reto más para la prensa frente a un político (y experiodista) astuto que evita entrevistas, difunde falsedades e intenta erosionar las instituciones de su país

Unos días antes de las elecciones del Reino Unido, el Yorkshire Evening Post publicó la foto de Jack, un niño de cuatro años, dormido en el suelo de un hospital de Leeds con una mascarilla de oxígeno. Jack sufría un posible caso de neumonía, el hospital no tenía camas disponibles y el niño ya no podía más y acabó durmiendo encima de unos abrigos. Su madre le hizo una foto para denunciar la situación.

La historia afectaba a uno de los temas constantes de discusión en la vida política británica, la Sanidad pública, su funcionamiento y su futuro. También, una de las presas habituales de las falsedades. Uno de los eslóganes falsos de la campaña del Brexit fue que la salida de la UE iba a suponer una inversión de 350 millones de libras a la semana para la Sanidad británica. Y en cuanto se publicó la historia de Jack, se puso en marcha una campaña de desinformación en Facebook para asegurar que la historia no era verdad. Boris Johnson se negó a mirar la foto cuando un periodista se la enseñó e incluso le quitó el móvil y se lo metió en el bolsillo.

En una campaña marcada por las mentiras de Johnson y Jeremy Corbyn, la propagación de desinformación online y el intento de los políticos de hacerse pasar por periodistas (creando cuentas de supuesto “fact-checking” o difundiendo propaganda en papel con apariencia de periódico local), la buena noticia ha sido la repercusión de la respuesta detallada del director del Yorkshire Post, James Mitchinson, a una lectora y suscriptora, Margaret, que había leído “en Facebook” el post de una supuesta mujer que aseguraba que una supuesta amiga le había contado que la historia era mentira.

En su email, el director explica a la lectora cómo el reportero confirmó lo que contaba la madre, que envió la foto al periódico, con varias fuentes con nombre y apellido del hospital, y recuerda con educación y tono personal la diferencia entre algo que lees en Facebook (o en Twitter o en Instagram o en una web cualquiera) de alguien que no tiene que probar su identidad y no rinde cuentas sobre sus fuentes, y un periódico con los estándares habituales de comprobación de hechos y la responsabilidad pública y legal si se equivoca.

El director recuerda a la lectora quién puede o no ser “Sheree”, la supuesta autora de uno de los posts que intentaban difundir falsedades y cuya cuenta luego desapareció. “No tienes manera de pedirle cuentas a Sheree, de comprobar sus palabras. Es una extraña para ti. Ni siquiera sabes si es una persona real. ¿Por qué confiar más en su afirmación que en la del periódico al que has seguido durante años?”

¿Por qué te vas a fiar más de una persona que no conoces (si es que es una persona) que de tu periódico local obligado por ley y por negocio a buscar los hechos, dar explicaciones y rectificar?

En su email, el director apela a la confianza de la lectora. “Margaret, puede que aquellos que más se benefician de la ruptura del lazo de confianza que tienes con periódicos como el Yorkshire Post y el Yorkshire Evening Post ya hayan ganado, pero te animo a que consideres con qué fuentes de noticias puedes estar en contacto. ¿Quién está dispuesto a mirarte a los ojos y decirte que lo hizo lo mejor que pudo para contarlo bien en contra de aquellos que aparecen en Facebook, escupen algo tan atractivo que otros lo comparten, y con eso dinamitan la verdad y confunden a los ciudadanos decentes”.

La aplastante victoria de Johnson en las elecciones generales es un reto más para la prensa frente a un político (y experiodista) astuto que evita entrevistas, difunde falsedades e intenta erosionar las instituciones de su país.

En el Reino Unido la confianza en la prensa ha bajado, como en democracias similares, según los datos del Reuters Institute, pero aún quedan referentes comunes como la BBC, periódicos de prestigio como el FT o el Guardian y aprecio por buenos diarios locales como el Yorkshire Post. El trabajo constante de los buenos periodistas sigue marcando la diferencia al menos para parte de la población. Y lo que tal vez está empezando a cambiar es que los periodistas ya no se callan a la hora de defender su trabajo y recordar el valor que tiene por sus estándares únicos y su buen fin aunque no siempre salga bien. La lucha a veces es solitaria. Se empieza por una lectora y se sigue una a una. El resultado es incierto, pero merece la pena.

El jueves el Yorkshire Post utilizó su portada para pedir una investigación sobre la campaña y sus bulos para que los ciudadanos no vuelvan a estar rodeados por la desinformación alentada por políticos mentirosos y alimentada por las plataformas. El mensaje del director hizo que muchos se fijaran en la labor del periodismo local, el más vulnerable, como símbolo de lo que el periodismo debe hacer para sobrevivir.

Y ahora, el epílogo de esta historia. Este jueves intercambié unos mensajes con James Mitchinson. Me dijo que se escribió varios emails con Margaret, que está “muy agradecida” por la respuesta y algo “avergonzada” por haber caído en la trampa. Las palabras de Margaret son una pequeña gran victoria para lo más importante en cualquier democracia: la verdad.

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