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Renovarse en el lodo

Cospedal responde en las redes sociales a los mensajes de apoyo de los afiliados del PP a su candidatura

Carlos Hernández

Es cierto que al lado de Rajoy parece moderno hasta Bertín Osborne, pero el casting que se ha puesto en marcha en la calle Génova para sucederle no parece augurar grandes cambios en el “nuevo” Partido Popular que surgirá del congreso de julio. Los candidatos con opciones a liderar la formación azul llevan años retozando, junto a su anterior líder, en el lodo de la corrupción. Sáenz de Santamaría, Cospedal, Margallo y Casado han sido cómplices por activa o pasiva de Correa, Matas, González, Granados, Rato y del resto de la banda. Ninguno de ellos alzó la voz ni una sola vez contra la mafia; más bien todo lo contrario. Todos, sin excepción, cumplieron a rajatabla el Manual Mariano (MM) que Moncloa aplicaba en estos casos: negar sistemáticamente cualquier acusación, defender a los corruptos hasta que acababan esposados, culpar a media España de montar una trama contra el PP y, cuando no quedaba ya más remedio, renegar de los procesados en público mientras en privado les animaban a ser fuertes. No es la única pesada mochila con la que cargan estos cuatro jinetes del apocalipsis popular; ninguno de ellos se ha atrevido, además, a sacudirse la caspa franquista que sigue cubriendo los trajes de demócratas de los diferentes dirigentes que pululan por Génova 13.

El viejoven Casado. Tiene solo 37 años y ya demuestra tener todas las “virtudes” del viejo PP. Las poseía, de hecho, desde siempre. En 2008 se dejó llevar por la emoción en un mitin para lanzar aquella famosa frase sobre los carcas de la izquierda que estábamos todo el día “con la guerra del abuelo, con las fosas de no sé quién, con la memoria histórica”. Las fosas de no sé quién... ¿Hay mayor declaración de intenciones que esa? ¿Qué pensaríamos de un político que definiese Auschwitz como “ese campo en el que hace muchísimos años exterminaron a no sé quiénes”? Solo pueden decir cosas así personas que mamaron en su casa el peor franquismo, la mayor de las ignorancias o ambas cosas a la vez.

Una pésima tarjeta de visita que se suma a su peculiar currículum académico. Másteres por Harvard que se cursan en Aravaca, convalidaciones masivas, tribunales que no existen, profesores fantasmas... Una serie de irregularidades que le invalidarían como candidato en cualquier país civilizado. Una serie de irregularidades que le definen como un político más de ese viejo PP que tomó al asalto las instituciones y también las universidades para utilizarlas como su cortijo. ¿Casado garantía de renovación y de regeneración? Contesten ustedes que a mí me da la risa.

Soraya, la mujer de las dos caras. Ha sido la más poderosa durante los seis años largos que ha durado la etapa de gobierno de Mariano Rajoy. Su incuestionable inteligencia la ha utilizado, entre otras cosas, para cuidar al máximo su imagen pública. En una estrategia muy parecida a la que jugó una de sus antecesoras en el cargo, la socialista Mª Teresa Fernández de la Vega, Soraya Sáenz de Santamaría solo se ha preocupado de ella misma. Escondida ante cualquier tema incómodo, reaparecía en escena para capitalizar el más mínimo logro político o económico del Gobierno. Nada alteraba ese plan, ni siquiera el que ello supusiera un mayor desgaste de la figura de su presidente al no contar con su número dos como parapeto mediático frente a los asuntos más espinosos. Sáenz de Santamaría es, por tanto, la que menos se ha retratado públicamente junto al ejército de corruptos en que se convirtió su partido. El problema es que la exvicepresidenta sí era la ejecutora en la sombra del Manual Mariano. En estos seis años ha puesto a todo el aparato del Estado, Televisión Española incluida, al servicio del PP. Ella ha sido la fontanera que estaba detrás de cada movimiento encaminado a retirar fiscales incómodos, constituir tribunales más dóciles, eliminar redactores insumisos de periódicos afines y no afines, cancelar programas rebeldes de las televisiones privadas… La lista es larga, pero quizás quien más pistas nos dio sobre ello fue, precisamente, Luis Bárcenas. El escrito que el extesorero del PP envió en 2015 al entonces juez instructor del caso Gürtel, Pablo Ruz, detallaba las maniobras que Sáenz de Santamaría realizó para favorecerle, ayudada por Mauricio Casals, hombre fuerte de Atresmedia, y por el ministro del Interior Jorge Fernández Díaz. ¿Sáenz de Santamaría garantía de renovación y de regeneración? Contesten ustedes que yo me deprimo.

Simplemente Cospedal. Cien artículos como este no serían suficientes para repasar los actos que inhabilitan a la exministra de Defensa como cartel electoral de un nuevo PP. Su candidatura solo puede entenderse como la apuesta más descarada de quienes nada quieren que cambie, salvo el rostro del líder. La propia Mª Dolores de Cospedal resumía mejor que nadie cuál ha sido su actitud durante estos últimos años: “He dado la cara y siempre la daré. Me la han partido unas cuentas veces como bien sabéis y seguro que lo volverán a hacer”, decía en el acto en que se presentó oficialmente a la carrera por liderar su partido. Lo que no dijo Cospedal es por quién dio la cara y por qué se la partieron. La dio por Bárcenas, por Ignacio González, por Rodrigo Rato, por Francisco Camps, por Francisco Granados, por Jesús Sepúlveda, por Ana Mato… Y se la partieron porque se dedicó a defender corruptos, sabiendo que lo eran, y utilizando la mentira hasta la extenuación propia y la náusea ajena. Lo hizo desde el principio con el sainete del “finiquito en diferido” y lo siguió haciendo hasta el final, faltando a la verdad ante el Congreso de los Diputados una veintena de veces en una sola sesión. Si a esto unimos otros tres pequeños detalles: que su nombre aparece en los papeles de Bárcenas como perceptora de sobresueldos pagados en dinero negro, que un apellido idéntico al de su marido también aparece en esos documentos y que Francisco Granados la ha acusado de tener responsabilidad directa en la trama Púnica… esta vez no hace falta que me contesten a la pregunta.

Margallo y los otros candidatos jóvenes. José Manuel García Margallo, siendo el competidor de mayor edad, parece con diferencia el que tiene el cerebro y los pies más asentados en el tiempo que le ha tocado vivir. Fue el único dirigente popular que se atrevió a pedirle a Rajoy que dimitiera tras constatarse que la moción de censura presentada por Pedro Sánchez iba a salir adelante. Conservador hasta la médula, pero sensato y moderado en sus posicionamientos y en la forma de defenderlos.

Siempre le perseguirá la promesa incumplida que realizó en un sitio tan inviolable como es el campo de concentración nazi de Mauthausen. Allí, en el lugar en que perecieron más de 100.000 personas, entre ellas miles de españoles, Margallo se comprometió en 2015 a brindar un homenaje estatal a nuestros compatriotas, víctimas del nazismo.

Prometió y no le remordió la conciencia incumplir su solemne compromiso. Pese a esa losa, el hecho de que el más veterano de los candidatos sea a la vez el que menos caspa y menos peso corrupto lleve en su mochila dice mucho de sus principales rivales. Junto a los cuatro pesos pesados, corren en esta carrera tres grandes desconocidos: Elio Cabanes, José Ramón García Hernández y José Luis Bayo. Sus respectivas valías políticas están aún por ver, pero ellos sí representarían un verdadero punto y aparte en la historia del Partido Popular. Lo representarían por una sencilla razón: no tienen pasado.

Sin embargo y salvo sorpresas, la batalla final se dilucidará entre Cospedal, Sáenz de Santamaría y Casado. Si es así, no digo que el PP no pueda volver a ganar las elecciones porque este país se llama España, pero lo que es indudable es que la renovación popular será tan falsa como la que protagonizó Joaquín Almunia al sustituir a Felipe González en la Secretaría General del PSOE. Tras décadas de corruptelas y financiación ilegal, hoy por hoy, el único currículum posible para liderar la regeneración del Partido Popular es un currículum en blanco. Algo que no tienen ninguno de los favoritos cuyos mayores logros se escriben en letra negra y con muchas bes.

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