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Rivera se va a negro, pero el centro sigue ahí

Rivera rememorará este viernes en el Parlament el 6 y 7 de septiembre de 2017

José María Calleja

El destrozo de Ciudadanos se puede explicar por múltiples razones, una de ellas, la negativa cerril de Rivera a haber facilitado un gobierno con Sánchez en la última no legislatura, después de las elecciones generales de abril de este año.

Es probable que la caída terminal de este partido se explique por su cambio de papel: cuando dejó de pensar que era un partido bisagra y decidió que podía ser no sólo el primero de la derecha, también un partido de gobierno. El rey Sol. Ya sé que la política contrafactual es lo más parecido a las elucubraciones sobre la leche derramada, pero es seguro que en Ciudadanos hoy son unos cuantos los miembros de su intelligentsia que piensan que Rivera tenía que haber propuesto a Sánchez en abril un acuerdo de gobierno que hubiera sumado 180 escaños y en el que el hoy dimitido de todo hubiera podido ser, quién sabe, vicepresidente del Gobierno.

Nos hubiéramos ahorrado todos unas nuevas elecciones y Ciudadanos, su práctica disolución como partido. Los mismos méritos que propiciaron que Rivera pasara de la nada a ser el partido más votado con Arrimadas en Cataluña en unas elecciones autonómicas, han propiciado la práctica liquidación por cese del negocio. Auge y destrozo en menos de un plan quinquenal. Con el mismo gran timonel.

Lleva la democracia española en el debate casi ontológico sobre lo que es el centro desde la recuperación de las libertades, en 1977. La UCD de Suárez fue una buena fórmula para integrar a gentes que venían del franquismo y querían la democracia, junto con demócratacristianos, e incluso socialdemócratas, en un partido que se sentía genuinamente demócrata por estar alejados de las derechas y de las izquierdas extremas. Yo ni de derechas ni de izquierdas, de centro, se alegraban al autodefinirse algunos españoles en los setenta, y a partir de aquella frase parecía que se habían sacado el carnet de demócratas de toda la vida. No estuvo mal la fórmula del centro como vía para integrar en el sistema democrático a gentes que se hicieron demócratas justo en ese instante. (Dato: la ultraderecha, Blas Piñar, aquel tipo con la cara parecida a una peseta de Franco, sacó un escaño en las elecciones generales de 1979. Menos de 400.000 votos).

Desde la izquierda se sostenía entonces que ser de centro era una forma encubierta de ser de derechas. Se estableció el lugar común en los primeros años de democracia según el cual las elecciones se ganaban desde el centro. Es decir, que no había que ser extremista, ni de derechas ni de izquierdas, si se quería conquistar la voluntad mayoritaria de los electores, vocacionalmente moderados. La UCD desapareció en otra demostración empírica de que enemigos, enemigos, lo que se dice enemigos, son los de dentro del partido.

Suárez montó el CDS, al que todo el mundo adoraba, pero casi nadie votaba. Ya lo decía él mismo: no me queráis tanto y votadme más. Desde entonces el centro era El Dorado que buscaba la derecha. Se solía ironizar sobre el lugar de procedencia, necesariamente extremo, del que partían aquellos de derechas que buscaban durante años el centro y no acababan de encontrarlo. ¿De dónde viene esta gente?, se preguntaba Alfonso Guerra.

Con Aznar se construyó el relato, entonces no se llamaba así ni de lejos, de que el PP era un partido de centro. Aznar, que no se olvide, se hizo tan tan de centro que fue capaz de hablar catalán en la intimidad y conseguir que sus medios entronizaran al ya muy corrupto Pujol como “español del año”. Aznar consiguió, desde el puro centro, que Arzalluz y Anasagasti dieran una rueda de prensa en la sede del PP, bajo la falsa gaviota, enalteciendo a ese “castellano de palabra” con el que “en catorce días de su Gobierno hemos conseguido más competencias que en catorce años con los socialistas”, dicho esto con mandíbula Popeye y la mala leche habitual del burukide.

En fin, que durante la legislatura 1996-2000, Aznar fue el centro de toda la vida, adorado por nacionalistas catalanes y vascos en régimen de saqueo. El hoy encarcelado Rato, egregio portavoz de la corte de los milagros aznariles, les dio a los nacionalistas vascos la práctica independencia económica. España va bien. Viva el centro.

La fatiga de materiales que ofrecían PSOE y PP dio lugar a la aparición de partidos que en su día se ofertaron como nuevos: Ciudadanos y Podemos, cuyos líderes debatían en solitario en las universidades con las mangas arremangadas e intercambiaban saludos de colegas, como si fueran jugadores de fútbol; se llamaban por el nombre de pila y dejaban en los jóvenes votantes la duda de si votar a uno u a otro, intercambiables, con tal de no votar a los “viejos”. Rivera era el centro. Primero con un deje socialdemócrata, luego un poco más a la derecha, siempre liberal, en ;el sentido político, bueno, del término. Sus prestaciones centristas le permitían pactar a derecha y a izquierda y encarnar así el centro puro.

Era Rivera la alternativa a Rajoy que entusiasmaba a la derecha de centro de toda la vida y provocaba cierta simpatía en alguna izquierda. Alegre y entusiasta, Rivera enlazaba con el votante joven y aportaba ilusión renovada al votante quemado por la corrupción del PP.

En las generales de abril de este año, Rivera se quedó a unos cuantos votos de ganar al PP. El líder cachas pensó entonces que eso de bisagra era prueba superada y que ahora se trataba de ser gobierno.

Después de haber dado aire a Vox en las autonómicas andaluzas de diciembre, primer error; Rivera se hizo una foto en la plaza de Colón con los de a caballo, segundo error; y tuvo la brillante idea de aupar al corrupto PP en Castilla y León, tercer error, en vez de sustituirlo. En Madrid salvaron al PP corrupto y ultra, cuarto error, así en el Ayuntamiento como en la Comunidad. Pasaron a apoyar a quien querían sustituir. Se esfumó la alternativa.

Antes habían entrado en estado de perplejidad, cuando pasaron de verse como alternativa a un PP carcomido por la corrupción, a sentirse desplazados en la moción de censura que derribó a Rajoy y les alejó de ser posible caballo ganador. Su estrategia era que el PP se consumiera en su propia salsa y luego ofrecerse ellos como primer partido, creyeron que podrían gobernar. El bucle de “banda”, “botín” y “habitación del pánico”, la ofuscación suma, les impidió siquiera tantear alguna posibilidad de gobierno con el PSOE.

Ahora se han caído como un huevo desde un octavo piso. No parece fácil que puedan resurgir, aunque en política casi todo es posible. Rivera ha tenido al menos la honradez de dimitir, casi en tiempo real al batacazo. Sus votantes han vuelto al PP, se han ido a Vox, enardecidos por la situación en Cataluña que hizo crecer a Rivera, y al PSOE de Sánchez, con el que el líder del centro no quería ni media foto.

Entiendo que el espacio de centro político sigue ahí: alejado de los extremos, con capacidad de pactar a ambos lados, constitucionalista, sin pasado corrupto. Lo que no sé es si ahora tiene un partido que lo represente o ha quedado lo suficientemente diluido como para que nadie pueda decir que es de centro, y menos de toda la vida. A lo mejor es que el centro ha pasado a ser lo local, así en Cantabria como en Teruel.

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