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Rivera, al rescate de Arrimadas

El expresidente de Ciudadanos, Albert Rivera, tras el anuncio de su fichaje por un bufete de abogados.

Esther Palomera

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Igual que la lluvia no vuelve hacia arriba, hay momentos que no se repiten por más que se busquen. Albert Rivera, el expresidente de Ciudadanos, se fue pero ha vuelto a los titulares y a las escaletas. Y parece que no será por un día porque amenaza con una sucesión de entrevistas para hablar de su próximo libro y de su frustrada experiencia política. Un líder que jamás lo hubiera sido sin la complicidad, la venia o el mimo de los medios de comunicación y algunos despachos del Ibex no se acostumbra a una vida fuera de los focos.

No debe ser fácil para alguien a quien uno de sus mentores calificó de “adolescente caprichoso” pasar de ver tu cara cada día en todas las portadas de los diarios a ser solo olvido. Se llama nostalgia, esa especie de felicidad triste que recuerda con gozo el pasado aunque duela saber que no volverá.

El caso es que el exjefe de filas de Ciudadanos ha encontrado acomodo en el mercado laboral, lo que es siempre una buena noticia para las estadísticas, pero él ha querido sobredimensionar la contratación en una rueda de prensa. Un simple comunicado, como hicieron otros que también se fueron o les echaron, le parecía poco y ha optado por contarlo a bombo y platillo, como si al respetable le quitara el sueño saber qué sería de su futuro fuera de la vida pública o le interesara lo más mínimo que ahora es el flamante presidente y socio de un despacho de abogados.

Rivera ha vuelto a hacer gala del alto concepto que tiene de sí mismo. No sólo al destacar la “inteligencia” de sus pagadores por haberle fichado, sino también por considerarse un “jarrón chino”, que es el término que acuñó Felipe González para referirse a los expresidentes de gobierno, una figura a la que todo el mundo supone un gran valor, pero nadie sabe dónde ponerlos. En el caso de Rivera, los españoles lo tuvieron meridianamente claro en las elecciones de noviembre pasado cuando situaron a su partido como sexta fuerza política en el Congreso y solo diez diputados.

Rivera ha querido, sin duda, hacer un favor a la marca que le ha incluido en nómina -seguramente no por su méritos como jurista, sino por su agenda de contactos-, ya que el rótulo ha salido en todos los informativos. El simple gesto ya merece un buen pellizco en concepto de publicidad gratuita. Pero el objetivo igual también era irrumpir en medio del proceso de primarias que este fin de semana elegirá a su sucesor como presidente de Ciudadanos.

A estas alturas y con Inés Arrimadas siguiendo la estela de su viaje hacia la derechización del partido, nadie creerá que el momento elegido por Rivera ha sido una ironía del destino o que no pretendía, como hizo, mostrar de forma implícita su apoyo a la heredera de su fracasado proyecto. Otra cosa será cómo la militancia, tan escasa como perpleja con la estrategia del partido, interprete ese apoyo. Y si Inés Arrimadas se lo ha pedido será porque entiende que la competición con Francisco Igea está más reñida de lo esperado y que su imagen no cotiza tan al alza como ella misma creía y ha dejado entrever en lo que su adversario en las primarias ha calificado de “exceso de arrogancia”.

Antes de vencer, la aspirante al trono sin reino en que se ha convertido el partido naranja debiera convencer a los escasos 20.000 afiliados con que cuenta Ciudadanos. De momento no parece que haya demasiado entusiasmo, excepto entre quienes han encontrado demasiado pronto el atractivo de vivir de la política. Hay partido y la decisión de Rivera de salir al rescate de la candidata de la gestora -que inusitadamente es juez y parte en este proceso orgánico- quizá no haya sido una buena idea, sino todo lo contrario para los intereses del entusiasta club de fans de Arrimadas que se pasea por las redes sociales.

El ejemplo de la candidata oficialista en Galicia, Beatriz Pino, que se ha impuesto solo por 16 votos al aspirante “igeista” es muy revelador de lo que los afiliados responden cuando los “aparatos” de los partidos les toman por idiotas. Y ahí está también el caso de Susana Díaz en las primarias del PSOE cuando creyó ciegamente que la mayor exhibición de apoyo orgánico y notables del partido le darían la victoria frente a un Pedro Sánchez que la dejó KO para siempre.

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