Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Una denuncia de la extrema derecha lleva al límite al Gobierno de Sánchez
Crónica - El día que Sánchez se declaró humano. Por Esther Palomera
Opinión - El presidente Sánchez no puede ceder

Sánchez ha cometido dos errores graves

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su reunión con el secretario general de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, de cara a la sesión de investidura que comienza el 22 de julio.

Carlos Elordi

Pedro Sánchez ha llevado las cosas hasta un punto en el que solo cediendo a las condiciones de Pablo Iglesias puede evitar la repetición de elecciones. Ha puesto a su rival, y posible socio, en una situación en la que aceptar un gobierno como el que propone el líder socialista, sin que él o los suyos figuren en el mismo, si no es de pega, equivaldría a una derrota sin paliativos de Iglesias. Y en esas condiciones, no hay acuerdo posible. Lo que cabe preguntarse es si el presidente del Gobierno podría haber evitado llegar a ese extremo si hubiera actuado de otra forma.

El repaso del proceso que ha seguido desde la noche de las elecciones, y sobre todo su conclusión hasta este momento, lleva a concluir que Pedro Sánchez ha cometido algún error que ya parece insalvable. La cuestión está en los motivos que le han llevado a eso. Y sobre este punto no cabe más que especular.

En torno a dos elementos. Uno de ellos consiste en la suposición de que el líder socialista debía creer seriamente que existía una posibilidad real de entendimiento con Ciudadanos y de que ha confiado en ella prácticamente hasta hace pocos días. El otro es que ha debido estar muy seguro de que Iglesias evitaría por encima de todo la repetición de elecciones. Porque, tal y como dicen las encuestas, en ellas Unidas Podemos sufriría un batacazo del que difícilmente podría recuperarse y que la hundiría en una crisis interna incontrolable.

La actuación de Pedro Sánchez en estos dos últimos meses se entiende mejor a la luz de esos supuestos. Creyéndose más fuerte de lo que realmente era, el líder socialista abordó la negociación imponiendo sus condiciones. Fue él, y no Iglesias, quien primero habló de nombres y no de programas. Aunque lo hiciera proponiendo un gobierno de “cooperación” y rechazado la idea de una coalición, lo cual era una manera indirecta, pero muy clara, de decir que no quería a gente de Unidas Podemos en su futuro gabinete, que sólo aceptaba que le votaran sin cargos a cambio.

Habría que adivinar qué habría dicho Pablo Iglesias si no se hubiera encontrado desde un primer momento con una condición que tan claramente excluía a él y los suyos de la entrada en el olimpo del poder político. Lo que está claro es que, una vez conocida, la presencia de representantes de Unidas Podemos y seguramente de él mismo en el gobierno -aunque esto nunca se ha explicitado tajantemente-, se convirtió en la clave de toda la posición de Unidas Podemos. Sánchez lo podía haber evitado dejando la cosa en el aire.

Se equivocó. O tal vez tenía previsto ese rechazo. Quién sabe. Porque en la mente de los estrategas políticos cabe todo, incluso las aberraciones. En todo caso Podemos no iba a pasar por ahí. Y no ha pasado. Y seguramente no pasará. Aunque eso lleve a la repetición de unas elecciones en las que Unidas Podemos corre el riesgo de que una parte de sus votantes no acepte que haya impedido un gobierno de izquierdas y se vaya a la abstención o al PSOE. Como los izquierdistas de antes, Iglesias es de los que prefieren ser pocos pero con los principios bien firmes que más pero habiendo perdido la cara. Los asesores del líder socialista deberían saberlo.

Pero Sánchez estaba jugando también en el otro campo. El del acercamiento a Ciudadanos. Que exigía que los socialistas no se unieran sin ambages al carro de Unidas Podemos, que el pacto posible quedara un tanto en el aire para atraer a Albert Rivera. Está claro que éste tenía motivos para acercarse al PSOE. Uno radica en que más de uno de sus amigos económicos, y Mariano Rajoy, veían eso con buenos ojos. Porque rebajaba la importancia de Unidas Podemos en la futura legislatura. Y, sobre todo, porque evitaba que los partidos independentistas catalanes sacaran provecho de su imprescindible abstención en la investidura. Algo que, por cierto, tendrá que ocurrir si Sánchez quiere ser presidente.

Pero Rivera también podía optar por entendimiento con Sánchez porque esa decisión le serviría para cambiar la cara al partido, para borrar un tanto la imagen de derechización absoluta que Ciudadanos se ha creado en los últimos tiempos. Para volver, en fin, al centro y distinguirse de un PP que le ha ganado una y otra vez cuando han competido por la derecha. Y, además, para afianzar su perfil de gran defensor de la unidad de España, cerrando el paso a cualquier protagonismo del independentismo en la escena política fuera de Cataluña.

No era por tanto una apuesta insensata. Pero Sánchez la ha perdido. Otro error. Rivera ha desechado los anteriores argumentos, a costa incluso de serios problemas en el interior de su partido. Y ha preferido mantenerse en sus trece, en lo que él y los suyos llaman “anti-sanchismo”, la nueva seña de identidad de Ciudadanos. Veremos cuánto dura esa postura, que la verdad no parece que vaya a llevar a mucho a Ciudadanos. Pero por ahora, y mientras Albert Rivera mande, no se va a tocar.

Con lo cual Pedro Sánchez ha vuelto al principio. Sólo que habiendo perdido unas cuántas plumas. Tantas, que en estos momentos, y a no ser que el PP diera una sorpresa que parece imposible, al líder socialista no le quedan más que dos opciones: la de convocar nuevas elecciones o la de aceptar las exigencias de Podemos. Es decir, un gobierno de coalición. Que puede ser un desastre. O no, si las cosas se acuerdan de antemano con ideas e inteligencia e inteligencia política.

En todo caso menos inquietante que unas nuevas elecciones en las que no está dicho que el PSOE obtuviera los resultados que pronostica el CIS. Ni tampoco que cambiaran mucho el actual panorama. Cabría también retrasar un par de meses la decisión al respecto. Eso sí, Sánchez tendría que desdecirse de su valentonada de que o la cosa se resuelve al primer intento o nada, seguramente formulada para impresionar a Podemos. Pero además de eso, no parece que unas cuantas semanas más vayan a resolver el dilema, a no ser que en los próximos diez días se dé algún paso en ese sentido.

Hoy por hoy, lo que parece claro es que Podemos no va cambiar de postura. Lo ha confirmado convocando a sus afiliados a que se pronuncien sobre lo que tiene que hacer Iglesias, porque en esas votaciones el líder siempre ha ganado de calle y porque se dice que la mayoría del Podemos de estos días está más que nunca con él.

Etiquetas
stats