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Sánchez: exhumando espero...

El pleno de investidura de Sánchez tendrá hora límite en la primera jornada

Garbiñe Biurrun Mancisidor

A punto de abrirse o recién abierta la tumba del dictador Franco, lo que sí se ha abierto ha sido la semana de la exhumación. La exhumación que, como humo, nublará la realidad y permitirá ocultarla en parte.

Cambiaremos de portadas, de argumentos y de imágenes. Pero mientras tanto, la realidad de Catalunya seguirá ahí. La realidad de un conflicto asentado sobre la imposibilidad de encauzarlo de acuerdo con la voluntad ciudadana debidamente valorada por los medios tradicionales, o sea, dialogando, negociando y, en su caso, votando.

Una realidad en la que la política ha de ser protagonista. Protagonista del planteamiento y de su desenlace. Lejos de otras soluciones en las que la ciudadanía tiene poco o nada que decir.

Y, si de política se trata, cómo no referirme al papel de los Parlamentos y los Gobiernos, que no solo representan la voluntad popular y dirigen la política de un país, respectivamente, sino que, por ello, igualmente están llamados a canalizar las aspiraciones, debates y desencuentros ciudadanos.

Cierto es que el Parlamento español –Congreso y Senado– está disuelto tras la convocatoria de elecciones para el próximo 10 de noviembre y que no cabe esperar que estas cuestiones sean encaradas por sus Diputaciones Permanentes. Cierto también que el Gobierno de España está en funciones, pero ello no significa que no deba asumir las que le corresponden. Como, de hecho, lo está haciendo ya, aunque con las limitaciones legalmente previstas, en las más diversas materias, muchas de ellas de menor entidad y premura.

Diríase que una de esas limitaciones es la de descolgar el teléfono y hablar con alguna persona, llamada Quim Torra, que preside el Govern de la Generalitat de Catalunya. Diríase que entre las funciones que el Gobierno de Sánchez puede seguir desempeñando no se halla la de comunicarse con algunos gobernantes cercanos. Diríase que la política de Sánchez no contempla asumir la obligación –que no el riesgo– de responder a quien, desde una legitimidad no menor que la suya, pretende solamente dialogar.

Ya sabemos que los tiempos son los que son, que ha habido una sentencia del Tribunal Supremo que conocemos suficientemente, que ha entendido que las personas acusadas, que hicieron política desde el Parlament o desde el Govern o participaron en movimientos ciudadanos mayoritariamente pacíficos –en términos de la propia sentencia– cometieron, entre otros, un delito de sedición. Y ello, pese a que no consta que quienes reciben tales condenas hayan participado en los posibles delitos que se hubiesen podido cometer, pues no es delictivo –aunque lo fue durante un tiempo de mal recuerdo– limitarse a organizar un referéndum o llamar a participar en el mismo.

Pues pareciera que en el Tribunal Supremo se ha condenado toda forma de hacer política, o que así lo hubiera entendido el Presidente en funciones. Pareciera que tuviera miedo de escuchar, de hablar y de intentar entenderse con Torra, negándole ya varias veces –hasta tres, al tiempo de escribir estas líneas–. Esperando, sin más, como si el tiempo fuera a resolver todo lo que no ha resuelto –ni podía haberlo hecho– hasta el momento. Esperando que el tiempo asfixie a las personas y a los pueblos y deje un desierto de desconfianza, desesperanza y abatimiento.

Y justo es eso lo que no puede dejarse en manos del tiempo, sino que hay que luchar contra él, correr para que, cuanto antes, se transite un camino distinto, opuesto al que se comenzó en 2010, un camino que aún no se ha emprendido. Y no valen las razones-excusas que Sánchez ha escrito porque son precisamente estas las que han de ir siendo solventadas mediante la acción política. Incluso si quien está al otro lado, interpelando, planteara las cuestiones más injustas e ilegítimas que puedan pensarse, pues en este caso aún será más útil, más sencillo y más provechoso un diálogo que deje clara la postura más razonable, si es que la hay.

Ya sé que no se pueden pedir peras a los olmos, pues no las dan, pero sí que, como casi cantaba Antonio Machado, al olmo viejo y seco le salen hojas verdes con las aguas de abril y el sol de mayo. No necesitamos que los olmos den lo que no pueden, pero sí que dejen filtrar los nutrientes, los que permitirán una nueva primavera.

Seguramente esto no sea en modo alguno posible en este tiempo electoral ya casi infinito, pero habrá de serlo en un futuro inmediato. Tan inmediato que podría escapársenos de las manos sin enterarnos, como se nos han escapado otros tiempos en los que se podían haber recorrido otras vías de entendimiento que no se han intentado.

Y no se empieza a caminar sin dar el primer paso ni esperando, aunque sea exhumando justa y legítimamente, al Dictador, en el cumplimiento de una obligación política y moral inexcusable. Pero en esta semana de la exhumación no pueden inhumarse una vez más unas aspiraciones ciudadanas –no sé si mayoritarias o no, porque nadie lo sabe aún– sobre las que ahora hay mucho que decir y que escuchar. Aunque el ruido de la calle, a ratos, nos impida una escucha clara.

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