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No seas un Sánchez

Con la crísis el 'Top Manta' se ha convertido una de las principales actividades de la comunidad senegalesa / SANDRA LÁZARO

Gabriela Wiener

En estos días me pasa lo que me suele pasar cuando intento encajar mi ideario de izquierda, mi feminismo y mi antirracismo radical como migrante del sur en el reino de España: que nada encaja. No sin sufrimiento, en todo caso. No es fácil encajar esta indignación profunda por el maltrato de los medios a una política de la valentía y el compromiso de Ada Colau con la decepción que me produce la violencia que ejerce su ayuntamiento, por ejemplo, contra el colectivo de trabajadores del top manta, también con ella en el gobierno de Barcelona. Nadie mejor que Colau debería saber lo que es ser perseguido.

Me imagino a los jefes de El Mundo, viendo que no venden ni una rosca en Cataluña, haciendo una llamadita a sus subalternos especializados en corazón y prensa rosa: oye, que la Colau se dispara, que se sale de su pueblo y se mete a la política nacional, que viene fuerte esa feminista, esa bisexual, esa okupilla, ¿cómo le paramos los pies? Ah, sí, ya sé. Inventémosle un romance con el del barco salvador de negros, disfracemos el ataque canalla de noticia de famosos. ¡Buenísimo! Manos a la obra, usemos unos cuantos eufemismos cínicos, algo de putofobia y listo, tenemos la historia de la señorona que le regala millones del erario público a cambio de sexo al barbado y crístino patrón del Open Arms y de lo que quieras. Porque a la mujer, será alcaldesa, pero le gusta meterse en esos jardines. Finalmente, está casada y tiene dos hijos, pero la muy puta defiende las relaciones abiertas y el trabajo sexual, le gustan los hombres y las mujeres y, para colmo, apoya el #MeToo, es más, osó contar que a ella de adolescente también intentaron violarla dos veces por la calle. Cómo estaría vestida, pues, seguro iba por ahí en minifalda y borracha. Así se las gastan en el siglo XXI y en plena eclosión feminista los medios-operadores políticos de poderosos intereses económicos desde sus propias cloacas patriarcales, para sugerir lo que quieren decir en realidad: “La muy puta de Colau financia la migración ilegal junto al radical y traidor a la patria del Open Arms”.

Ser perseguido es eso. Pero también lo es mandar a la policía para luego afirmar, como dijo Colau en una entrevista reciente, que no persigue a las personas sino al comercio ilegal. Eso, me temo, es usar otro terrible y doloroso eufemismo. Claro que se persigue a las personas, éstas sufren violencia policial mientras se enarbola la bandera de 'refugiados welcome', como se hacía en el Madrid de Carmena.

Y lo recuerdo ahora porque lo que realmente debería preocupar a quienes aún creen que es posible un futuro gobierno progresista en España es la paradoja tan viva que aún habita en las figuras con más credibilidad de la izquierda europea: ¿se dona dinero para rescatar personas del agua pero luego se da la orden de perseguirlos en tierra? ¿Se suscribe el eslogan de que ninguna persona es ilegal, pero se sigue apuntalando la imagen estigmatizadora y racista de policías blancos persiguiendo a personas negras, trabajadoras y pobres en cada plaza por no tener documentación y por ganarse la vida como pueden?

Por eso, enfoquen bien, los verdaderos héroes de esta tragedia humana son los supervivientes. Mientras aquí se sigue invirtiendo tiempo en debates de salón y grandes sumas de dinero en otras elecciones espurias, allá afuera sigue sufriendo gente, humillada, violentada, deportada, hambreada o asesinada, porque los líderes del mundo eligen siempre antes ser dueños que humanos. Y en lugar de producir los verdaderos cambios estructurales que se necesitan, también la izquierda elige seguir del lado del statuo quo. Un barco que salva gente negra que luego va a ser tratada por esta misma izquierda como basura en sus ciudades es, lo siento, el statuo quo.

Como lo es seguir usando la brutalidad policial racista al estilo Trump en las calles, la burocracia de extranjería para oprimir, no escuchar qué tienen que decir colectivos organizados sobre sus derechos; y a la vez celebrar la bondad de esta izquierda institucional, porque finalmente la derecha los dejaría muriendo en el mar. Es santificar a los salvadores blancos navegantes y condenar a los que corren para sobrevivir. Es hacerse un Pedro Sánchez, traicionando todos los ideales que le hicieron llamarse un día socialista. Es, pudiendo romper ese statuo quo desde el poder, mantenerse cómplice de lo peor del capitalismo, el colonialismo y la desigualdad campante.

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