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Siga a ese taxi

Taxistas de Madrid en huelga acuerdan continuar acampados en la Castellana un día más

Antón Losada

Han tenido que bloquear los taxistas los centros de las grandes ciudades y ha tenido que ponerse a regular el mercado el ayuntamiento de Barcelona para que emergieran, con toda su crudeza, algunas de las contradicciones económicas de nuestro modelo de vida que sabemos que están ahí pero que la mayoría preferimos ignorar; como cuando adquirimos ropa de moda barata fingiendo que no sabemos de dónde salen esos precios tan fantásticos.

De repente, la prestación de un servicio y la explotación de un negocio se han convertido en una película de buenos y malos. Los taxistas son los privilegiados que deben ser derrocados, multinacionales como Uber o Cabify encarnan a los paladines del tiranizado consumidor que lo están logrando y al Estado se le reserva, como mucho, el papel de oyente bienintencionado. Si vas con los taxistas eres un antiguo y si vas con los VTC puedes acabar saliendo en un episodio de Black Mirror.

Los taxistas no explotan un monopolio, gestionan un servicio público regulado fundamentalmente para proteger y garantizar los derechos de los usuarios del servicio. El tiempo y su capacidad de organización y presión les ha permitido capturar buena parte de esa regulación para proteger sus intereses y beneficios. Pero eso no significa que regular ese tipo de transporte carezca de sentido o solo sirva para garantizar privilegios al proveedor. Se resuelve reformando la regulación para mantenerla fiel a sus objetivos originales de protección y guarda del consumidor. No se trata de elegir entre buenos y malos sino de regular con eficiencia y eficacia.

No estamos ante un conflicto entre monopolio y mercado. En todo caso, padecemos la guerra entre los explotadores de un servicio público mal regulado y un poderoso lobby de oligopolios privados que escapan a los costes que impone la regulación del servicio transfiriéndoselos a los conductores. Tampoco se trata de un conflicto entre regulación y libre competencia dado que, como no se cansan de repetir los portavoces de Uber o Cabify, ellos no compiten con el taxi dado que su servicio es otro diferente. Cada vez que alguien defiende que la competencia de las VTC ha obligado a los taxistas a mejorar su servicio, en el fondo, da la razón al argumento de los propios taxistas: no se trata de un problema de libre competencia sino de competencia desleal.

Mucho menos nos hallamos ante un conflicto entre viejo y nuevo modelo de negocio. Uber o Cabify han inventado lo que inventaron Radiotaxi o Teletaxi hace décadas: llamas y te mandan un coche. Su innovación tecnológica tiende a cero, a no ser que les reconozcamos el mérito de haber inventado internet o el email. Su modelo de negocio resulta tan viejo como el hombre o como el propio mundo del taxi: generar beneficios a base de bajar salarios en un mercado laboral barato y pagar menos impuestos escudándose bajo la ficción de operar un negocio privado, no un servicio público.

Además de hacer declaraciones políticas y escuchar a las partes, alguien en el Estado debería preguntarse qué pasaría si se regulasen con la misma intensidad y detalle las condiciones laborales y fiscales del servicio de taxi y las de las VTC y las multinacionales que las explotan; a ver cuánto iban a tardar en envejecer la nueva economía y los nuevos modelos de negocio.

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