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Susana Díaz, Gerald Ford y el escapista Houdini

Susana Díaz dice que se ha paralizado Aznalcóllar cuando se ha conocido el auto

Ramón Lobo

La presidenta en funciones de Andalucía, Susana Díaz, no es como Gerald Ford, aquel presidente de EEUU del que decían era incapaz de masticar chicle y caminar al mismo tiempo. Díaz mastica, camina, corre, se detiene, saluda al pueblo que tanto la quiere, arremete contra Podemos, negocia con Podemos, hace la cama (todos los días) a Pedro Sánchez, tienta a Ciudadanos, vacila al PP y amenaza a todos con nuevas elecciones y la parálisis de la Administración. Más que una política parece una malabarista; eso sí, con buena prensa.

Cuando acusa a los demás de irresponsabilidad, pocos le preguntan por la suya, la de romper un pacto de Gobierno con Izquierda Unida que le aseguraba una mayoría absoluta (59 escaños, cuatro más de los necesarios), y convocar elecciones anticipadas para sorprender a Podemos en fase de creación, y aprovechar el tirón emocional de su embarazo. Si esto último les parece una maldad, busquen en sus mítines las referencias al futuro hijo, son constantes.

Convocó elecciones, empujada por intereses partidarios, y tal vez personales (La Moncloa) -ahora difuntos o aparcados-, se encontró en minoría parlamentaria (47 diputados de 109) y con la presencia en el terreno de juego de una formación que no esperaba: Ciudadanos, con sus nueve escaños, que desbarató su cálculo de llegar al menos a 50 e ir trampeando.

No debe ser nada fácil ponerse a pactar después de haber tenido un poder casi absoluto desde hace 40 años en Andalucía. Del orden y mando a la negociación hay un mundo. Todos necesitan entrenamiento. El PSOE de Andalucía, mucho. Si las diferentes encuestas y el barómetro del CIS no se equivocan en los próximos meses, va a haber oportunidades de entrenamiento para todos.

Tampoco se le pregunta a Díaz por qué califica de irresponsabilidad el derecho de Podemos y de Ciudadanos, y si me apuran de IU y el PP, a poner todas las condiciones que les vengan en gana para dar el sí o para la abstención, y facilitar con ella la investidura. Se deben a sus votantes como Díaz a los suyos. ¿O son votantes de segunda división? Responsabilidad es no dar cheques en blanco a quien no los merece dados los antecedentes. Por si hubiera dudas: Aznalcollar.

Las tres votaciones frustradas, en las que Díaz ha contado con sus 47 votos y nada más, forman parte de una representación teatral, la del disenso. El fin es culpar al otro y enredar a la opinión pública. Todos juegan a lo mismo: a que pasen los comicios del 24 de mayo, municipales en toda España y autonómicos en 13 comunidades, para saber dónde están y cuáles son sus poderes reales. Después, con el panorama despejado hasta las catalanas en septiembre, si es que se celebran, y las generales en noviembre, se podrán tomar decisiones. El primer mandamiento es no cagarla.

Andalucía es un laboratorio del que se pueden extraer conclusiones, pero no todas. Si el resultado de las elecciones no es trasladable al resto del país, que no lo es, tampoco lo son los fuegos de artificio. Estamos en la fase póker en la que todos lanzan faroles. Lo raro es leer algunos periódicos titulando con faroles creyendo que son noticias.

En estas semanas todos han cometido errores. El PSOE de Díaz, porque no se puede negociar desde la prepotencia, desde un desdén casi despótico hacia los nuevos y los pequeños. Si quieres un pacto tendrás que sonreír, hablar, intercambiar y ceder. ¿No acusamos a Mariano Rajoy de falta de empatía?

Resulta inexplicable la cerrazón de Manuel Chaves a seguir el ejemplo de José Griñán, que ha hecho un gran favor a su partido quitándose del medio. Es algo que le honra. ¿Qué teme Chaves? ¿Tener que declarar ante la jueza Alaya? Su tardanza en dimitir como diputado ha situado la baza de su marcha en el haber de Podemos y de Ciudadanos, les ha regalado el triunfo. Su tardanza en irse cae en el debe de Díaz y contamina su sinceridad en la lucha contra la corrupción.

Ciudadanos ha quedado retratado; primero anunció su abstención a través de Juan Marín, portavoz en el Parlamento, y después se echó atrás cuando Albert Rivera le impuso un cambio de táctica. Poca autonomía trae Ciudadanos en la mochila, algo de lo que los votantes andaluces habrán tomado nota. En esto, Podemos y Pablo Iglesias han sido más hábiles, en proyectar la idea de que es Teresa Rodríguez quien manda e impone las condiciones.

Si a Díaz se le han notado las prisas, el menosprecio por los rivales, a Rivera se le ha notado que juega a demasiadas bazas en un complicado tablero político. Si los cálculos son complejos y la urgencia excesiva, aumenta el riesgo de error grave. Su objetivo es no parecer la marca blanca del PP ni la muleta del PSOE. Aunque trata de llegar vivo y limpio a las generales, ya le están saliendo falangistas debajo de algunas piedras. La maquinaria del PP intenta con ellos lo que ya hizo con Iglesias y compañía: desprestigiarlos, vender que son más de lo mismo pero sin experiencia, enmierdarlos para que su mierda pase más inadvertida.

No sé cómo Rivera va a conseguir imitar al escapista Houdini en las autonómicas y locales, hacer trilerismo con los pactos y decir después: “yo no sabía”, que es lo que está de moda. ¿Está Ciudadanos dispuesto a apoyar a Barberá, Aguirre y demás símbolos de lo que está mal? ¿Los dejará caer? ¿Cuál será el precio? Y sobre todo: ¿será transparente en las negociaciones? Las últimas encuestas, al menos en Madrid, apuntan a que Ciudadanos parece perder fuelle. Lo veremos en pocos días.

A Podemos no se le han detectado malas artes ni recálculos torticeros, tal vez algo de bisoñez. Teresa Rodríguez perdió una oportunidad para decir a Díaz en la sesión de investidura: “me alegro de que su discurso esté más cerca de las exigencias de Podemos que de los anteriores discursos de investidura del PSOE”. Rodríguez, en lugar de enmendar la totalidad, debió reconocer estos avances, apuntárselos como mérito, y exigir la firma pública ante fotógrafos y periodistas de ese discurso, y considerarlo la base de un pacto.

Pactar es un verbo poco conjugado en España. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en su primera acepción, es “acordar algo entre dos o más personas o entidades, obligándose mutuamente a su observancia”. Aquí consisten en el reparto de prebendas, en la colocación de amiguetes, y no en actos concretos de gobierno que puedan beneficiar a la ciudadanía.

Quizá Podemos espere también al domingo para que los acuerdos, si los hay, en Extremadura, Castilla-La Mancha, Madrid, Comunidad Valenciana, etcétera, se incluyan en un bloque general que afecte también a Andalucía. El PSOE, que tanto despreciaba a Podemos, ahora lo ve como un partido con el que debe hablar.

Si las dificultades negociadoras en Andalucía se repiten en el resto de España corremos el riesgo de tener alcaldes provisionales, y algunos de ellos tóxicos. En un pacto todos deben ceder, todos tendrán que explicar sus concesiones y sus logros, y las garantías conseguidas. En el caso de Podemos, deberá explicar por qué pacta con la casta de izquierda para evitar que siga la casta de la derecha. Será un ensayo general para las legislativas. El PP confía en el efecto Cameron en el Reino Unido, es decir, que se equivoquen los sondeos y cuele el cuento de la recuperación económica. Lo tienen difícil: hay cabreo y memoria. 

El PSOE cruza los dedos para salir más o menos vivo del domingo, al menos lo suficiente como para que no estalle la guerra interna contra Pedro Sánchez. Susana Díaz ha descartado dar el salto a Madrid a corto plazo porque el proceso andaluz le ha desgastado, ha perdido proyección nacional, ya no es la persona generosa dispuesta a salvar España, sino una política ambiciosa como los demás.

La opción de lanzar a Carme Chacón contra Sánchez tiene el inconveniente de que Chacón no lo ve claro, y hace bien: el marrón puede ser de los que entierran carreras políticas. Lo último que me cuentan es que Díaz ha rescatado una opción: Eduardo Madina, un candidato que ella logró bloquear. Sería una broma y una prueba del extravío socialista. En política nada es imposible.

Podemos, al calor del cuarto aniversario del 15M, y con una campaña muy activa y eficaz en las redes sociales, parece recuperar algunas de sus señas de identidad. Los gritos de “sí se puede” del viernes en la pradera de San Isidro contra Esperanza Aguirre, esta vez sin bici eléctrica pero disfrazada de chulapa, es decir de ella misma, son una premonición: tal vez se pueda. Ahora solo hay que demostrarlo.

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