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Tejero, Billy el niño y el Espíritu Santo

El policía jubilado Billy el Niño, en una fiesta en una comisaría de Madrid.

Montero Glez

Hay un franquismo enquistado en el ambiente y en las fiestas de guardar, así como en los balcones que dan a calles remotas de nuestra guerra civil, mientras aguantan el peso de un símbolo atroz como el que representa el trapo rojigualda puesto a escurrir.

No olvidemos que los colores de la bandera actual son los mismos que en su día agitaron las tropas sublevadas; las mismas que se levantaron para masacrar a un pueblo indefenso y confuso. Por tal asunto, los que la lucen, avergonzados de sus ideales, dicen que llevan la bandera rojigualda por ser españoles. Incluso, los hay que se la cuelgan al perro -o a la perra- a la manera de collar para así evitar complejos. Guau, guau.

Con todo, todavía quedan fachas libres de hipocresía. Suelen pertenecer a las fuerzas de represión directa y aprovechan cualquier reunión para dar vivas a Franco. Es el caso de Tejero que, el otro día, en un acto de los picoletos se tomó unos vinos y se pegó un discurso en memoria de los Reyes Católicos, tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando y la unidad de España.

Por si fuera poco, Billy el Niño también hizo acto de presencia en un acto de la policía nacional, y no es que se hubiese presentado de incógnito según le pilló de paso cuando iba de runner, qué va, el torturador de la Brigada Político Social fue invitado con todos los honores de ex-madero. Tal vez para celebrar que en los tribunales hayan prescrito sus torturas. Vaya usted a saber. Lo que es cierto es que, en un país tan ejemplar como el nuestro, las torturas prescriben y lo de torturador es un oficio contemplado como cumplimiento del deber digno de la patria.

Sumo y sigo pues el que fuera director de la policía procesado por delitos de corrupción, Juan Cotino, fue invitado el otro día a presentar un libro sobre ética en la sede de la Policía. Al único que han largado por tal asunto ha sido a un subdirector que se jubila en esta semana que viene.

Con estos antecedentes, no es de extrañar que en la televisión pública se haya tenido que pedir perdón por cagarse en la Falange Española de las Jons, partido de señoritos de época que aprovechaban la confusión de las clases sociales, sin conciencia de clase, para sumar adeptos; algo parecido a lo que hace hoy el partido de moda, me refiero a Vox, y cuyos simpatizantes no han parado de insultarme en las redes sociales durante la última semana, azuzados por un tal Luis del Pino, líder de opinión de la nueva derecha de los camisas viejas. Bien mirado, cuando los insultos vienen de los fachas, se convierten en piropos. Bienvenidos sean.

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