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Telemadrid o Netflix

Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid

Raquel Ejerique

La televisión pública es un servicio público esencial, igual que un colegio u hospital, siempre que no se empeñen los gobiernos en convertirla en un repositorio de películas viejas con informativos donde se habla del tiempo y se hacen hagiografías del político al mando. Hay noticias que jamás verías si no hubiera televisión pública (por ejemplo, esta) y despliegues locales que jamás habría si solo nos guiáramos por la rentabilidad (adiós al programa de diversidad funcional o de tu barrio).

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, dijo el miércoles en un programa de la televisión pública española que Telemadrid “ya no es tan esencial” porque la audiencia está fragmentada, hay muchas maneras de informarse, canales de pago o existe HBO, de modo que hay mucha más oferta de información y televisiva y además los jóvenes están a otra cosa. La información es cara y da audiencias discretas, así que es improbable que veamos informativos caros como los de la BBC en canales privados o un telediario de Netflix. Si algún día lo hubiera, seguro que no iba a hablar de las declaraciones de Cifuentes y Aguirre en Púnica o de las riadas de Arganda. No es su negociado ni mucho menos su negocio. De momento no se ha inventado nada, ninguna plataforma privada, que sustituya la información que debe dar una televisión pública. Por un motivo evidente: si es privada o privatizada, no es pública, porque entra en la parrilla el factor negocio y rentabilidad.

Telemadrid tiene que existir como debía existir Canal 9. En Valencia, lo que no debía existir es un gobierno corrupto -todos sus presidentes del PP menos Alberto Fabra están imputados o condenados- que usó el servicio público para enchufar amigos y dilapidar dinero poniendo asesores de todos los colores con sueldazos. Hicieron una tele mala y cara. Al final dejaron un agujero de 1.200 millones del que no hay responsables y, como víctima colateral, la apatía de una ciudadanía que había perdido el apetito por su televisión. La estrategia fue clara: primero metieron la cuchara, luego mataron a su audiencia de aburrimiento y más tarde malcerraron la tele dejando un reguero de sangre en forma de sentencias judiciales y demandas laborales que aún colean.

La televisión pública suele ser un bien difícil de gestionar precisamente porque tiene que combinar las audiencias y la viabilidad económica con contenidos que no dan dinero pero son imprescindibles, y ahí es donde entran los servidores públicos como Ayuso, que deben valorar si los madrileños merecen información de servicio y cercanía aunque eso no dé un brillante balance de cuentas. A tenor de lo que dijo en el Canal 24 horas de TVE, de Telemadrid le importa su “austeridad y que cumpla con las cuentas”, lo único que destacó y donde ha puesto el foco en las últimas semanas. Mostró un afecto parecido al que mostraría un alérgico a una gramínea.

Las televisiones públicas españolas han sido manoseadas desde siempre por los gobiernos que luego se ponen la bata blanca y son los primeros en diagnosticar las enfermedades que ellos mismos han causado con sus injerencias o sus apatías.

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