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Turismo de naturaleza: cuidado con Garry

Playa de las Illas Cíes durante el pasado verano.

José Luis Gallego

Quince años después del Año Internacional del Ecoturismo, la ONU celebra durante 2017 el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo, con importantes matices respecto al 2002. No se trata ya de promover el turismo de naturaleza, que es el que más crece en el mundo, sino de ponerle límite para que éste modelo sea sostenible y contribuya al desarrollo de la economía local en lugar de arrasar con todo para que se lo lleven cuatro.

Dentro de las actividades que se están celebrando, esta semana he asistido a un interesante encuentro de profesionales del sector en Arenas de San Pedro (Ávila), localidad situada en el corazón del Valle del Tiétar, a los pies de la Sierra de Gredos y rodeada de naturaleza.

En una sala de su famoso castillo abarrotada de propietarios de casas rurales, monitores de actividades al aire libre, cazadores, pescadores, ganaderos, naturalistas y el resto de los que nos juntamos en el monte, tomé la palabra para hacer un breve repaso de las oportunidades de desarrollo que ofrece el turismo de naturaleza. Pero también de los riesgos. Y del primero que les hablé fue de Garry.

Los lectores de este rincón de la Zona Crítica dedicado a la naturaleza y el medio ambiente recordarán un apunte del pasado mes de junio titulado Turismo basura en el que les contaba las aventuras de Garry, un tipo de Manchester que disfrutaba de la Costa Brava como lo hacen buena parte de los turistas extranjeros de sol y playa: sin respeto y a lo loco.

Aquel artículo provocó la ira de algunos representantes del sector turístico de la bahía de Palma quienes, molestos por mis reparos al comportamiento de sus clientes, no dudaron en escribir al diario y llamar a la radio para ponerme de vuelta y media por señalar a una gente a la que, en lugar de criticar (copio y pego): “deberíamos estar agradecidos, pues están permitiendo la recuperación de nuestra economía”.   

Por eso decidí iniciar mi exposición sobre las oportunidades y los riesgos del turismo de naturaleza alertando del fenómeno Garry. Algo que ya han señalado las ONG medioambientales Greenpeace, Ecologistas en Acción y SEO/Birdlife, para las que un aumento incontrolado de éste podría poner en peligro la biodiversidad de nuestro entorno y la preservación de sus valores naturales.

El turismo de naturaleza ha crecido en España más de un 30% en los últimos siete años, rondando ya los cuatro millones de visitantes anuales: una auténtica gallina de los huevos de oro para las empresas de turismo rural y actividades al aire libre que han encontrado en ello una oportunidad para el desarrollo, como señala la ONU. Pero ojo, porque si los Garry’s nacionales y extranjeros desembarcan en nuestros espacios naturales esto puede acabar como la fábula de Esopo.  

Este verano hemos tenido dos ejemplos del riesgo de superar los límites de la sostenibilidad aplicada al turismo. Por una parte la invasión de turistas en las Islas Cíes (Vigo), donde la sobreventa de pasajes superó con mucho los cupos para visitar este espacio protegido y convirtió las playas del parque nacional en una especie de Torremolinos. Y por otra la fluencia masiva de bañistas a las pozas naturales del río Manzanares, en La Pedriza (Madrid), un enclave de alto valor ecológico situado en la periferia del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama que quedó sembrada de basuras y con el agua contaminada.

Si no atendemos a las recomendaciones de las ONG medioambientales para gestionar de manera adecuada el turismo de naturaleza, corremos el riesgo de clonar el modelo de sol y playa y trasladar su desastroso impacto a nuestros espacios naturales. Y si eso llega a ocurrir lo perderemos todo.   

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