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Vacaciones en Gaza

Antón Losada

La comunidad internacional está de vacaciones en Gaza. Se ha alojado en el cómodo hotel de la equidistancia. Se pasa el día entre el cálido sol de las playas del cinismo y el bullicio de los chiringuitos de la hipocresía. Como sí fuera verdad, sigue hablando de guerra, de conflicto palestino-israelí y del derecho a defenderse. También les pide a unos y otros que dejen de matarse. Pero a los palestinos los están asesinando dos veces. Primero los ejecutan los israelíes con sus armas. Después, nuestros gobiernos los rematan con sus palabras huecas y comunicados exculpatorios.

Gaza es un campo de concentración. Los palestinos son prisioneros que suministraban trabajo barato para una economía israelí que ya no los quiere. No es una guerra. Estamos ante otra fase de una larga y planificada operación de ocupación y exterminio.

Hoy Israel es un Estado militar donde se persigue al disidente hasta obligarle a emigrar, sólo existe la versión oficial y la crisis también golpea con dureza. Lo preside un Benjamín Netanyahu que sólo tiene un obsesión: mantenerse en el poder, cueste lo que cueste. Gaza supone otro paso en su permanente campaña electoral para evitar que su socio, Yair Lakud y su partido Yesh Atid, fundado en 2012, acabe con varios lustros de dominio del Likud.

Hamás también está en campaña. Están usando Gaza como su oportunidad para recuperar el liderazgo perdido entre los palestinos cueste lo que cueste, aunque el precio sea el sufrimiento de una población que les importa muchos menos que matar al enemigo.

El día que empecemos a llamar a las cosas por su nombre, a lo mejor los palestinos podrán albergar alguna esperanza de dejar de sufrir por ser un pueblo pobre, sin petróleo y gobernado demasiado tiempo por corruptos e idiotas.

La operación de exterminio en Gaza arrancó con una mentira: el supuesto secuestro de tres jóvenes judíos a manos de Hamás. Fue la manera de convencernos de que no se iba a matar civiles, se entraba a aniquilar crueles terroristas. La comunidad internacional otorgó su consentimiento callando. Dos semanas más tarde se supo la verdad. Pero ya era tarde, no le importaba a casi nadie.

Para seguir justificando la masacre, se fabricó otra mentira y se facturarán las que hagan falta. Se nos contó la historia de un valiente soldado israelí secuestrado de nuevo por feroces terroristas. Tampoco era cierta. El soldado murió tristemente en combate. Tampoco parece importar demasiado.

Israel es nuestro aliado y le daremos la cobertura que haga falta. Diga lo que diga Obama, parece claro que el negocio de la guerra contra el terrorismo de George Bush no ha terminado. Sigue por otros medios, factura miles de millones y continúa justificándolo todo. Dentro de unos años, reconocemos que hicimos algunas cosas mal, pedimos perdón, decimos cuánto lo sentimos, que ni nosotros ni nuestras sociedades somos así, y asunto arreglado. En política internacional conviene ser así, prácticos.

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