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Vivir en Marte

Cristina Pardo

La NASA acaba de confirmar que hay agua salada en Marte. Llegados a este punto, urge saber si puede albergar vida y si, por lo tanto, podríamos enviar a alguien allí ahora que ha terminado la campaña electoral en Cataluña. Eso suponiendo que no estén pasando ya en ese planeta gran parte de su tiempo. He comprobado en Barcelona cómo el entorno de Artur Mas le lleva a los actos como si fuera una valiosa figura de porcelana china, cómo el president es recibido en pie y con sonoros aplausos en cuanto sale de casa, cómo levita por encima de la realidad, por encima de las llamadas al sentido común que consiguen hacerse un hueco entre tanta flauta.

He escuchado a Romeva, en un mitin ante universitarios, defender la necesidad de una Cataluña independiente con argumentos más propios de colegio de Primaria: “Queremos vestir como nos dé la gana, comer como nos dé la gana y hacer el amor como nos dé la gana”. Es decir, que solo con un Gobierno de ‘Junts pel Sí’ podrá usted quitarse el taparrabos; solo con ellos podrá elegir si come con las manos o con el tenedor; solo con Artur Mas lograremos que a nuestras parejas nunca les duela la cabeza. Cualquier persona, en un entorno tan fabuloso, tendría la tentación de confundir un 47% de los votos con una mayoría incontestable. En mi opinión, es un disparate tomar decisiones drásticas con unos resultados tan ajustados. Pero todavía es más disparatado negar la realidad, negar que hay una profunda división social, negar que el apoyo claro al sí no ha alcanzado el 50% de los votos y, en definitiva, negarte a ti mismo que has agotado tu capacidad para afrontar una situación excepcional.

En el lado contrario, nos encontramos con Rajoy. El presidente del Gobierno minimiza la dimensión del proceso, actúa como si nada hubiera cambiado el domingo. Los independentistas no han llegado al 50%, así que sigamos a lo nuestro. Rajoy se sitúa por encima del bien y del mal, como si no tuviera ninguna responsabilidad en el fracaso de la campaña electoral del PP en Cataluña. Su primera comparecencia fue para decir –mejor dicho, leer– lo mismo de siempre. Reapareció Cospedal con un mensaje delirante: atribuir al PP los méritos del ascenso de Ciudadanos y, simultáneamente, minusvalorar la capacidad de Albert Rivera para dar la campanada nacional. Nada que ofrecer, nada que decir a los catalanes que votaron a favor de la secesión. Probablemente en Génova se creen mejores que Artur Mas y resulta que están haciendo lo mismo, pero al revés. Es probable que estén calculando cuántos votos les dará esta estrategia en las elecciones generales. En el PP se mantienen a flote, pero no están tranquilos: pocos se fían del capitán. Lástima que los dirigentes que así piensan –que los hay– no enciendan las alarmas en las reuniones internas. No sé si están cerca de Marte, pero lo que sí creo es que Rajoy y Mas hace mucho tiempo que no se encuentran aquí, entre nosotros.

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