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Volver a la vida

Los líderes de Ciudadanos junto al Nobel Mario Vargas Llosa en la manifestación en Colón.

Miguel Roig

El paso del modelo económico productivo al marco financiero en el entorno de la globalidad ha cambiado el concepto de la democracia. Un mundo abierto, la irrupción de las nuevas tecnologías y la desaparición del trabajo, genera desigualdades, precariedad y desigualdad. Avanzan los populismos y el contrato social se resiente. Es un modelo nuevo, complejo, que reclama nuevas ideas para preservar la democracia en el marco de igualdad, convivencia y desarrollo.

La democracia se ha vuelto compleja y pareciera que a políticos y ciudadanos se les va de las manos. Daniel Innerarity observa que «el poder del público en relación con la política formal ha sido siempre meramente fragmentario, pasivo, indirecto e impreciso». Pero a su vez, la clase política ante la volatilidad del voto que genera la incertidumbre y el miedo, frente a la incapacidad de generar respuestas, se refugia y se proyecta desde la plataforma del espectáculo de lo simple.

Quedan ya como anécdotas anacrónicas las primeras apariciones de los políticos en el programa La noria, un reality show cuyas emisiones se suspendieron ante la fuga de anunciantes por los contenidos que se emitían, para ganar en poco tiempo espacios propios y arrebatar los programas del prime time nocturno a los famosos por relación. Aquello que ocurría, de manera espectacular, tal como lo entiende Guy Debord, es decir, convirtiendo en entretenimiento la cuestión política, suponía el asalto desde la calle a los medios. Confundir Sálvame con Salvados.

Lo sorprendente, es que ahora el espectáculo toma, de repente, la calle y convierte además el espacio institucional en un set y al igual que el reality, sin guion, sin freno y a voz en grito.

El acto de plaza Colón, en la que confluyeron Pablo Casado, Albert Rivera, Santiago Abascal, Mario Vargas Llosa y Manuel Valls, delegando en un par de periodistas la lectura de un manifiesto plagado de falacias y abrigados por símbolos identitarios, no es otra cosa que una performance o flash move sin sorpresa –si se descuenta el hecho de que la participación fuera baja– y sí con una rápida desconcentración.

Una digresión: llama la atención la presencia de Vargas Llosa porque anuncia con ello el abandono de la democracia liberal por parte de los think tanks neoliberales. En Madrid también acompañó al exjuez Sergio Moro, hoy ministro de Justicia de Jair Bolsonaro, quien, recordó Vargas Llosa, cuenta con los votos de los brasileños para gobernar. La democracia, vista desde esa esquina, empieza a ser un accesorio.

Cuando lo íntimo se hizo en su día con el relato político, tal como lo escenificaron Nicolas Sarkosy con Carla Bruni o Silvio Bersluscuni cerrando el Quirinale y abriendo las puertas de sus fiestas, parecía que el reality se había hecho finalmente con la escena en un momento en el que la política ya no daba más de sí, pero faltaba dar una vuelta de tuerca más: la colonización del espacio público.

Las intervenciones, en su día, de Nigel Farage, líder del Brexit, en el Parlamento Europeo (“Todos os reíais de mí. Bueno, pues debo decir que ahora no os reís, ¿verdad?”) eran un anticipo de la emisión cotidiana de salidas de tono, insultos, despropósitos y falsedades, tanto en sedes parlamentarias como en cualquier concentración pública de Matteo Salvini, Víktor Orban, y la derecha española encabezada por Rivera, Casado y Abascal.

Farage, pocas semanas después del referéndum, dimitió dando una excusa que más o menos verbalizó con un juego de palabras en el que intentaba expresar que después de conseguir que Gran Bretaña dejara la Unión Europea él podía regresar a casa, “volver a la vida [sic]”. Sacó a los ingleses de Europa y, al parecer, este logro le quitó a él de la política. No será fácil que los tres protagonistas del reality, como hizo Farage “vuelvan a la vida”. Aunque lo hicieran, de igual modo, dejarían la tierra arrasada tras de sí.

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