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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Tanto acertijo no puede traer nada bueno

El presidente Pedro Sánchez en Davos.

Carlos Elordi

¿Se aprobarán los presupuestos? ¿Va a crecer la conflictividad social? ¿Se va a romper el independentismo catalán? ¿El juicio del procés va a hacer estallar Cataluña? ¿Qué va a pasar en Podemos? ¿Va a arrasar la derecha en las municipales y autonómicas? Esos acertijos describen hoy el panorama político español. En el que nada está claro. En el que todo es incertidumbre y mayor o menor debilidad política. Nadie tiene el mando, nadie parece asentado firmemente en sus posiciones. Y de ahí surge una nueva cuestión: ¿puede durar mucho esa situación que se empieza a parecer demasiado al vacío de poder?

Puede que sí o puede que no haya nuevos presupuestos. Y no porque Podemos vaya a repetir su “no” del martes con los alquileres, que han jurado que no lo van a hacer. Sino porque el voto de los partidos catalanes es una incógnita. Puigdemont puede perfectamente romper la baraja. Incluso en el primer envite, presentando una enmienda a la totalidad. No cabe excluirlo.

La posibilidad de que dentro de unos meses la derecha esté instalada en La Moncloa refuerza esa hipótesis. Porque Puigdemont y quienes en Cataluña se apuntan al “cuanto peor, mejor”, pueden pensar de qué vale perder la cara para permitir que el PSOE siga unos pocos meses más en el gobierno si dentro de poco van a ir a por ellos. Y más con el juicio del procés en marcha.

Los empresarios catalanistas no están de acuerdo con esa visión. Esquerra, que sube en los sondeos, tampoco. Ambos creen que les conviene un poco de estabilidad. Y también los beneficios que traerían los presupuestos. Pero los primeros ya están acostumbrados a que Puigdemont no les tenga en cuenta. Y Oriol Junqueras y los suyos parecen creer que una ruptura del frente independentista no compensaría esos efectos positivos. Puede que por eso hayan reaccionado tan tibiamente a la afrenta de llevar a Roger Torrent y a la mesa del Parlament al Constitucional.

Pedro Sánchez no tiene los presupuestos en el bolsillo. Aunque actúa como si los tuviera. Y en Davos se esfuerza por convencer a multinacionales y grandes inversores internacionales de que tiene la sartén por el mango, de que va a seguir gobernando.

Puede que así sea, no hay que descartar que en el último minuto los independentistas den su brazo a torcer. Pero aún en ese supuesto, el gobierno del PSOE no estaría más de un año y pocos meses más en el poder. En el mejor de los casos. Porque la legislatura acaba en 2021. ¿Puede en ese tiempo Sánchez revertir la actual dinámica política y dar un salto en los sondeos que le permita abordar con optimismo las próximas generales?

Que cada cual responda a esa pregunta según sus sentimientos y deseos. Pero, antes, que tenga en cuenta dos reflexiones: una, que las medidas que ha venido adoptando el gobierno socialista, incluida la del SMI a 900 euros, no están teniendo un gran impacto en la opinión pública y menos en la opinión publicada, mayoritariamente contraria a los intereses del PSOE. Y dos, que si las elecciones de mayo no le van bien a la izquierda, y esa es una posibilidad real y más tal y como está Podemos, se consolidaría la sensación de que ha llegado el tiempo de la derecha. Y eso no redundaría en beneficio de las posibilidades electorales socialistas.

Se dice, y hay indicios para creer que es verdad, que lo que Sánchez querría en el fondo, al menos hasta hace poco, es que las generales crearan las condiciones para que pudiera formar un gobierno con Ciudadanos con el apoyo externo de Podemos. Como el que intentó y no le salió en 2016.

Pero en el último mes y medio ese diseño se ha estropeado en buena medida. Andalucía ha confirmado que Ciudadanos está incómodo en una alianza con el PP y Vox. Y, de hecho, el partido de Albert Rivera está en estos momentos desdibujado, sin perfil propio. Pero de ahí a jugársela con el PSOE media un trecho hoy por hoy difícil de salvar. Y más si no dan las cuentas, si la suma de escaños de los dos partidos exige el apoyo no sólo de Podemos sino también el imposible de alguno de los dos partidos independentistas.

De ahí surge una nueva pregunta. ¿De qué sirve aguantar un año más en La Moncloa si al final no se va a conseguir una mejor relación de fuerzas y si mientras tanto sobre el gobierno pueden caer tormentas como la de los taxistas, por mucho que diga que no es cosa suya, y unas cuantas más que pueden estar gestándose en un panorama laboral que sigue siendo igual de malo para los trabajadores?

La cosa no pinta bien para el PSOE. Y no digamos para Podemos. A menos de una sorpresa electoral formidable, la suma de votos de ambos partidos está llamada a decrecer. Aunque los socialistas saldrían seguramente beneficiados de la crisis del partido de Pablo Iglesias, lo más probable es que no pocos de los actuales votantes hayan emprendido ya el camino de la abstención. Lo cual, por una u otra vía, beneficiaría a la derecha. A Ciudadanos, al PP y, según se dice, sobre todo a Vox.

Tal y como están las cosas, ese horizonte parece cada día más probable. Pero no está dicho que ese designio se cumpla sin más. No tanto porque la izquierda esté en condiciones de revertir esa dialéctica, sino porque la incertidumbre hoy reinante puede llevar a algún dirigente de esa derecha a creer que ha llegado el momento de precipitar las cosas. La crisis catalana puede ser el argumento para tirar por la vía de en medio.

Si el juicio contra el procés provoca un estallido social en Cataluña, las cosas se pueden salir de madre en la política española. La mano dura podría contar con un apoyo social mayoritario. Y si Sánchez no se apunta a eso, que venga otro y lo haga. Buena parte de la gente prefiere las certezas a los acertijos. Sin pararse a pensar lo que estas puede traer consigo.

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