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El baile de la desescalada

Mujeres bailando

Silvia Nanclares

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También podría llamarse el baile de la evitación. Pina Bausch, la genial coreógrafa alemana, decía que solía pasar horas observando a sus vecinos moverse por la ciudad. De allí sacaba algunos de sus característicos pasos que hacen de sus coreografías algo inconfundible. Movimientos orgánicos que hoy se asocian con la esencia de lo que llamamos danza contemporánea.

¿Cómo sería hoy la danza contemporánea que inspiraría a Pina? Tiempos, tiempos salvajes, cantaban Los Ilegales. Tiempos nuevos, danzas salvajes. No. Tiempos nuevos, danzas disciplinadas. Danzas del mantener la distancia, todo un reto, danzas de las miradas sin poder descifrar el 90% de lo que antes nos revelaba la expresión no verbal de la cara, danza de la inquisición: yo te miro, te examino, ¿es tu hora?, ¿por qué no llevas mascarilla? Me detengo en seco porque viene alguien de frente y la acera es más bien estrecha.

La desescalada nos ha quitado la posibilidad de improvisar, de jugar, de deambular, de derivar. Esa anhelada deriva, ese ir sin hora, sin rumbo. Los días previos y los primeros de este desencierro físico, del que mentalmente no acabamos de salir, hubo un canto al paseo, yo misma lo hice, lo quisimos hacer, lo necesitábamos. Un brindis al sol. Ya no hay posibles referencias a los situacionistas, ni a Robert Walser, ni a la práctica del caminar como una de las bellas artes. No, esto es otra cosa. Esto es un baile de la contención, donde se conjugan los pasos del frenado, del esquivarse, del rodeo, de la desconfianza, en muchos casos en condenada soledad, o en modo subversión de franjas y cercos con miedo a ser cazada por dos motos de la Municipal haciendo la ronda. Y así no se puede bailar, así no se puede caminar. Lo sabemos todas las mujeres, que hemos vivido siglos sin poder habitar libremente las calles en según qué espacios, husos y horas del día. Habrá que inventarse nuevos nombres para estas prácticas. Pero estamos cansadas y poco imaginativas a estas alturas del shock. Perdóneme la falta de brío y creatividad. El entusiasmo también pierde masa muscular.

En mi último “paseo”, lo llamaré salida propedéutica o corralito, exploré hasta los últimos rincones del Parque del Casino, que es el que me toca enfrente de casa. Me sentí como si fuera mi propia mascota, como si me sacara yo misma a dar una vuelta. En uno de los lados del parque recogí la escena más triste de todas: tres toboganes clausurados. Más tristes que los tres tigres. El juego se ha acabado en la ciudad. Y el juego, como sabe cualquiera que esté más o menos cerca de un niño, es la base del aprendizaje. El juego y la convivencia. Todo eso se acabó de momento en estas zonas tan densas de la ciudad. Al menos para gran parte de la población, pienso en familias, como la mía, como tantas, que tienen que salir en porciones, como los quesitos. O todas las personas que viven solas y sin poder salir a caminar codo a codo con un amigo.

Dos chicas se reían a carcajadas echando una partida en las mesas de ping pong. Vivirán juntas, me digo. Y a mí qué me importa, me digo también. Terrible también esta danza de la constante deducción. De momento, para mí son las diez menos diez y he de volver hacia el portal. Ha llegado la hora de nuevas coreografías para este estrecho caminar. Pina Bausch hubiera recogido el guante y nos hubiera puesto a todas a bailar.

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