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Dejémonos rescatar

Barbijaputa

El cartel del Festival de Cannes que se celebrará en mayo con una Claudia Cardinale photoshopeada representa de una manera muy gráfica la realidad de las mujeres.

Cardinale, en la foto original, ya cumplía con todos los cánones de belleza heteropatriarcales impuestos en nuestra sociedad (y digo en esa foto porque ya no los cumple: tiene 78 años). Sin embargo, una vez más, comprobamos que nunca somos lo suficientemente bellas ni lo suficientemente buenas.

Poco importa si tu cuerpo y tu cara encajan exactamente en el concepto de belleza que la sociedad –sea cual sea la que te haya tocado vivir– ha determinado como óptimo. Porque sigues siendo una mujer, y ése es el factor que te hace imperfecta para siempre.

Por eso hacía falta modificar el cuerpo y la cara de Cardinale, por eso sus pies han sido recortados, y sus pómulos marcados. Por eso han tenido que estrechar su cintura, sus piernas y hasta sus muñecas. Por eso también le han levantado el pecho. Pero no se confundan, porque si Cardinale apareciese en aquella foto de 1959 tal y como la han retocado con Photoshop, sería necesario igualmente retocarla a su vez con más Photoshop. Porque siempre se puede mejorar algo en el cuerpo de una mujer.

Las cosas siempre son mejorables, la estética de los objetos siempre puede ser aún más perfecta. Y ése es el concepto que tiene la sociedad de los cuerpos de las mujeres: cosas, objetos.

En este sentido, el efecto del patriarcado en nosotras es claro:

Sobre el cómo nos percibimos a nosotras mismas da para otro artículo, pero nos hacemos una idea nombrando algunas de las consecuencias de la dictadura de los cánones patriarcales. Sin embargo, el problema va más allá, porque la cosificación de nuestro género conlleva también que nuestro entorno nos vea como objetos mejorables.

Cuando la sociedad te trata como a un objeto, aprendes que eres un objeto. Tu cuerpo es algo que manipular y cambiar; o bien con dietas eternas a lo largo de toda la vida, maquillaje para las “imperfecciones” o accesorios para poner o quitar de aquí o de allá, o bien pasando directamente por el quirófano.

Nos inundan desde pequeñas con imágenes de mujeres de determinada forma y color (depende del país y del siglo), y esos son los únicos referentes que tenemos. Estamos fuera, como género, de los libros de textos, de las enciclopedias, de los ámbitos intelectuales o de poder y de la Historia en general, pero sí somos válidas para las cubiertas de dichos libros, para los carteles donde se anuncian eventos en los que luego no estaremos ni nominadas (como pasó este mismo sábado en Ficomic), así como para ser “las majas” de los cuadros que los hombres expusieron y expondrán en museos de todo el mundo.

Las cifras sobre violencia de género que tanto dicen nuestros políticos que los alarman son, en gran medida, culpa de esta cosificación. Por eso los hombres matan a las mujeres, por eso las maltratan. No son “locos” que van matando a diestro y siniestro: matan a sus parejas, punto. Porque las mujeres somos percibidas por ellos como cosas que poseer, objetos sin libertad que no pueden decidir tan alegremente estar o no estar con ellos. Cosas que tienen que obedecer sus deseos y reclamaciones.

Esto es el patriarcado, ese sistema que “no existe”.

¿Y para qué sirve aquí el feminismo, esa ideología enfermiza que busca “la supremacía de la mujer”? Pues sirve para cuidarnos, para alertarnos y para atacar en legítima defensa: en París, las feministas ya ha conseguido que se prohiban los anuncios sexistas en las calles, conscientes de la deriva que toman lo que a simple vista, para la mayoría, son sólo imágenes. En Madrid, el Ayuntamiento ya no contrata a empresas sexistas. Por eso es importante que el feminismo llegue al poder. Es únicamente nuestra lucha la que hace que muchas mujeres despertemos y entendamos que el retoque de Cardinale nos afecta directamente a nosotras y al control que el sistema ejerce sobre nuestros cuerpos.

Mientras el patriarcado nos enseña a ser objetos, el feminismo nos rescata del letargo para gritarnos que somos personas. Dejémonos rescatar.

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