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En casa y callados

José María Calleja

Ha pasado una semana de la brutal y desproporcionada carga policial de Madrid y aún no ha dimitido ni la delegada del Gobierno en la autonomía, ni el director de la Policía, ni el ministro del Interior.

Las imágenes de las cargas, mil veces repetidas en teles y redes, exportan y certifican la certeza de que los mismos policías que se mostraron comedidos por orden en ocasiones anteriores -acampada del 15-M en Sol- han actuado ahora con obediente saña, golpeando con furia, blandiendo la porra de arriba abajo, con ganas de hacer daño y no solo para que los concentrados se fueran del lugar.

Los cacheos a los asistentes en un autobús que salía de Zaragoza, como si de terroristas se tratase, y la furia con la que los policías invadieron la estación de Atocha, disparando balas de fogueo y sacudiendo porrazos a personas que esperaban pacíficamente su tren, demuestran hasta qué punto los agentes tenían órdenes expresas de enviar un mensaje disuasorio a futuros manifestantes contra la política de recortes de Rajoy, y reflejan el concepto que tienen del orden público, y de los ciudadanos/súbditos, los actuales responsables de Interior.

En medio de las vaharadas de su puro en Nueva York, quien sabe si cubano, y con un fondo rococó que solo pudo elegir el enemigo, Rajoy hizo elogio de la mayoría silenciosa que trabaja (?), que se queda en casa, modosita, que calla y aguanta, y que son, dijo, muchos más que los que salen a la calle.

Hombre, incluso en las manifestaciones más masivas de la historia de España, y que más nos hayan podido gustar, siempre han sido más lo que se han quedado en casa que los que han salido a la calle. Veamos: centenares de miles de españoles en la calle para sublevarse democráticamente contra los golpistas, estos sí, del 23-F; decenas de miles de personas contra el terrorismo de ETA, que asesinó al concejal Miguel Ángel Blanco; miles de manifestantes contra la guerra de Irak, o contra el atentado del 11-M. En todas ellas, incluso sumados sus asistentes, siempre ha habido más gente que se ha quedado en su casa, o en el bar, que la que ha acudido a manifestaciones callejeras que son pruebas de civismo y conciencia democrática.

Por otro lado, no todas la manifestaciones pueden evaluarse al peso, ha habido concentraciones de seis personas en San Sebastián, contra un asesinato de la banda terrorista, de un innegable valor cívico, de un emocionado testimonio democrático y revolucionario.

De manera que hace mal Rajoy en fumarse un puro y volver a despejar de patadón el evidente problema que tiene encima: la indignación de los ciudadanos contra sus hachazos, el hartazgo de miles de españoles respecto de los políticos.

El PP parece haber olvidado los elogios que merecieron por su parte manifestaciones callejeras anteriores: las diez contra el Gobierno de Zapatero en Madrid -ninguna contra ETA en el País Vasco-, que tanto entusiasmaron a Rajoyes, Esperanzas, Mayores y a los medios requeté-ultras; los pancarteros que bramaron contra los matrimonios gays; las soflamas de Pons, convocando a los españoles a emular la primavera árabe y a hacer de las calles de España una plaza Tharir cairota...

Lo cierto es que una semana después de la brutal agresión, que nos deja un camarero del PP con la camisa blanca y los brazos en alto como símbolo de la indignación, los responsables de Interior no solo no han dimitido sino que han buscado palabras de alto gramaje para halagar a los policías sañudamente golpeadores: ha sido una actuación estupenda, han dicho, mientras regalaban una condecoración al responsable de los antidisturbios.

La misma cúpula de Interior que quita la escolta al juez Garzón y dice este solo tendrá problemas, merecidos, con los ciudadanos que le odian, pero no riesgo de atentado; la misma cúpula que pone coche oficial y escolta a la mujer del presunto corrupto Luis Bárcenas (extesorero del PP) para que declare ante el juez y no le molesten los periodistas; la misma cúpula que sostiene que Urdangarin y su mujer deben tener una cápsula de escoltas que cuestan un dineral y que les protegen, ¿de los fotógrafos?; esa cúpula sigue instalada en su incompetencia sectaria y en su negación de la realidad.

No solo eso; ahora nos dicen, delegada del Gobierno en Madrid, que hay que “modular” el derecho de manifestación; es decir, que aquí también hemos vivido por encima de nuestras posibilidades democráticas y que se trata de protestar menos y quedarse más en casa, como buenos españoles.

La imagen de los policías, frente al Congreso y en Atocha, tiene aroma franquista, y las palabras de la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, también.

Mientras se quieren recortar también las libertades y prohibir ciertas manifestaciones, Jaime Mayor pide que las protestas no se cuenten en la tele. No salgan ustedes a la calle y, si salen, no lo contaremos, parecen decirnos.

Ninguno de los que ahora piden menos libertad de manifestación vio mal que la Jornada Mundial de la Juventud Católica ocupara Madrid durante casi una semana, el año pasado, con la secta kikos de estrellas protagonistas en la Plaza de Cibeles; ni que los obispos salieran a la calle con la gorra, una y otra vez, para ir contra leyes aprobadas por un Gobierno democráticamente elegido; ni que se llamara terrorista al anterior presidente del Gobierno, en manifestaciones televisadas en directo por según qué teles.

Mientras todo esto pasa, Rajoy se fuma un puro, pero deja hacer y alienta este retroceso de las libertades.

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