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La casta contra Podemos

Pablo Iglesias en el acto de Podemos sobre el debate del estado de la nación / Marta Jara

Carlos Elordi

El término “casta” ha caído en desuso. Seguramente porque cuadraba mejor en la etapa política precedente, la de la denuncia y la agitación, que en la que le siguió, la destinada a establecer una nueva relación de fuerzas políticas, en la que aún estamos. Pero habría que reverdecerlo. Porque es muy útil para entender la esperpéntica situación política en la que se encuentra España. Y es que, buscando las claves de la actuación de unos y otros en los últimos días, lo que se descubre, o se intuye, es que el conglomerado que de una u otra manera ha controlado el poder político desde hace tres décadas no quiere ceder nada del mismo. Aunque las elecciones de diciembre lo hayan reducido en cerca de un 40 %.

Que el Partido Socialista haya calificado de “chantaje” la propuesta para un acuerdo de gobierno que Pablo Iglesias hizo el viernes pasado ilustra muy bien esa actitud. Ha dicho chantaje, pero perfectamente podía haber dicho “ofensa”. Porque la dirección del PSOE, y no digamos algunos de sus barones regionales, han tomado como tal el que un partido nuevo y sin pedigrí en el manejo de los asuntos del Estado se haya atrevido a ponerles condiciones. Porque en su visión de las cosas, Podemos estaba llamado a poner sus votos a disposición de Pedro Sánchez para que éste sustituyera a Mariano Rajoy en La Moncloa. Y para que gobernara sin mayores cortapisas en nombre de una supuesta unidad de izquierdas que el PSOE sería el único encargado de gestionar.

Ahora a Podemos le critican con saña por “las formas”. Tras comprobar año tras año como el PP y el PSOE perdían hasta el escándalo esas formas en el debate con sus adversarios, cómo se insultaban y agredían sin límites, casi siempre subiendo artificialmente el tono para ocultar que no estaban tan en desacuerdo en lo fundamental, ahora resulta que decir lo que uno espera obtener en una negociación es un atentado. O que es una humillación para el PSOE opinar que el que Pedro Sánchez sea presidente con sólo 90 diputados “es una sonrisa del destino que me tendrá que agradecer”.

Tras la balbuceante reacción inicial de Pedro Sánchez –“agradezco la propuesta de Podemos”- los portavoces socialistas y sus amigos mediáticos no han dejado de abundar en esos argumentos. La derecha ha seguido ese mismo camino, convencida seguramente de que así golpea al Pedro Sánchez que hasta el viernes proclamaba que quería pactar con esa gente.

Ninguno de esos colectivos ha perdido un minuto en ir más allá de las “formas” de Pablo Iglesias. Pocos se han parado a valorar su propuesta programática. Quienes lo hayan hecho habrán atisbado que es perfectamente factible si existe voluntad de cambio, la que se suponía que hace sólo unos pocos meses Pedro Sánchez descubrió que tenía. Que la propuesta no pretende romper nada fundamental, ni en el modelo económico, ni en las relaciones con Europa, ni siquiera en el modelo territorial. Porque, tal y como lo plantea ahora Podemos, ciertamente después de darle unas cuantas vueltas al asunto, sólo los más retrógrados o los interesados en que nada cambie pueden pensar que permitir una consulta en Cataluña es un atentado a la unidad de España.

Nada de eso ha entrado en el debate público. Lo único que ha importado a los portavoces y a los que se llaman creadores de opinión es la osadía de Pablo Iglesias. Porque se ha atrevido a decir que querían estar en el gobierno que habría de aplicar los contenidos de un eventual acuerdo de gobierno con el PSOE. Porque no se fían de que un gobierno socialista monocolor los respete. ¿Qué hay de trasgresor o insultante en ese planteamiento que es la práctica habitual e inveterada de los entendimientos políticos o empresariales?

Nada. La única osadía, el único atentado a la corrección política es que Pablo Iglesias ha dicho que quiere gobernar, que quiere tantos ministerios como corresponden a su peso político en el parlamento respecto del PSOE, un 45 % frente a un 55 %. Pero eso es un sacrilegio para los bienpensantes. Porque supone la entrada en el poder de unos políticos que no pertenecen a la casta. Y que por eso no son de fiar. Por mucho que representen a millones de españoles. Vaya usted a saber qué terminan haciendo. Con la corrupción, con los privilegios de la banca y de las grandes empresas, con la política fiscal, con los asuntos en los que reside el verdadero cambio que la política española necesita.

Que Pablo Iglesias y los suyos supieran perfectamente que su propuesta iba a ser rechazada y que eso hasta podía ser beneficioso para sus intereses políticos a más largo plazo no pone en cuestión el valor de su contenido. Que podrían resumir diciendo: “Si quieres cambio, cuenta con los que quieren cambiar”, con los que han entrado en la escena para eso.

Todavía es pronto para para dar por cerrado el capítulo, pero hay demasiados indicios de que fuerzas muy poderosas van a hacer lo que sea para cerrarlo en breve. Sin la posibilidad de un pacto con Podemos que Pedro Sánchez propuso seguramente sólo para capear el temporal interno del PSOE, la única alternativa a la repetición de elecciones en una gran coalición. Después de lo que ha dicho desde hace un mes, Pedro Sánchez no puede aceptarla sin dimitir. Y el PSOE, y seguramente Ciudadanos, no pueden pactar algo así con el PP mientras a su cabeza siga Mariano Rajoy. Los más listos de la casta –peperos, socialistas y gente del dinero- estarían muy satisfechos si ambos relevos se produjeran. Para seguir controlando el poder. Pero lo tienen complicado.

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