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De catalanes y escoceses

El presidente de la Generalitat, Artur Mas, y el lider de ERC, Oriol Junqueras. / Efe

Rosa Paz

En las últimas semanas, y ante la posibilidad del triunfo del sí en Escocia, la derecha político-mediática española no ha dejado de criticar –en privado unos, en público otros– al primer ministro británico, David Cameron, por su decisión de autorizar el referéndum independentista. Irresponsable es uno de los calificativos más suaves que le han dedicado, acompañado de torpe o corto de miras, los que se sentían aterrorizados por la posibilidad de que la experiencia escocesa pueda exaltar más las ansias de los independentistas catalanes. Es posible que Cameron se esté arrepintiendo no tanto de haber autorizado el referéndum como de no haber aceptado la sugerencia del ministro principal de Escocia, Alex Salmond, de introducir una pregunta alternativa a la secesión, esa tercera vía que pasa por un amplio autogobierno, que habría aliviado la tensión generada por la disyuntiva del sí o el no.

Pero puestos a hablar de irresponsabilidades habría que preguntarse si la tardanza en diagnosticar la gravedad de la crisis catalana es una actitud más responsable que la de Cameron y si una vez reconocida, se supone, la magnitud del problema la decisión de dejar pasar el tiempo para que el independentismo se cueza en su salsa o el presidente de la Generalitat, Artur Mas, se queme políticamente es una respuesta más inteligente y más eficaz para convencer de lo bueno que es seguir juntos en España a aquellos catalanes que ahora parecen preferir la independencia. A la vista de cómo ha ido extendiéndose el soberanismo en Cataluña y, sobre todo, de cómo ha ido calando la idea del derecho a decidir entre los habitantes de esa comunidad, se podría decir que no, que la respuesta del Gobierno de Rajoy no ha sido ni inteligente ni responsable ni eficaz.

Porque no parece que las cosas en Cataluña estén mejor ahora que hace dos años. Más bien da la impresión de que el soberanismo ha ido ganando adeptos a pesar del caso Pujol y pese a la creciente debilidad de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) y del propio Artur Mas. Así que mientras el Gobierno anuncia que tiene todas las baterías políticas preparadas para impedir la consulta del 9 de noviembre –que a diferencia de Escocia se quiere hacer de forma precipitada y sin pacto con el Ejecutivo español– va quedando claro que el futuro del independentismo catalán no está ligado a la prácticamente finiquitada vida política de Mas y que, por tanto, seguirá existiendo una vez suspendido el referéndum. La situación incluso podría agravarse si una convocatoria anticipada de elecciones de carácter plebiscitario desembocara en una mayoría suficiente como para hacer una proclamación unilateral de independencia.

Los políticos británicos tardaron en darse cuenta que el discurso de las calamidades –“os echarán de Europa”, “saldréis de la libra”– no puede competir con el de las emociones y solo cuando le vieron las orejas al lobo hablaron de corazones rotos y de proyecto de vida en común. De esa parte de la experiencia escocesa también habría que aprender, por eso cada día que pasa se entiende menos que la respuesta de Rajoy se siga limitando a esgrimir el texto de la Constitución como un muro infranqueable, mientras parecen no preocuparle las razones por las que tantos catalanes quieren irse ni muestre interés por presentar un proyecto al que, al menos una parte de ellos, puedan reengancharse.

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