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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

El chantaje, los golfos y el 'Sistema'

Gumersindo Lafuente

Si en España hablamos de corrupción parece que nos referimos a una escalera sin fin. Cuando llegamos a lo más alto, siempre aparecen nuevos peldaños. Los últimos (o más probable, los penúltimos), nos los han regalado Manos Limpias y Ausbanc, Miguel Bernad y Luis Pineda, tanto monta, monta tanto en el 'negocio' del supuesto chantaje vestido de defensa del consumidor o del ciudadano.

Sin quitarle ni un gramo de culpa a estos dos personajes, que por lo que se ve podrían competir en los Juegos Olímpicos de la golfería internacional, aquí surge la misma pregunta que cuando hablamos de la corrupción política: ¿En qué lugar quedan los que pagaban sin rechistar?

No cabe la menor duda de que no lo hacían por gusto, pero una vez tomada la decisión de alimentar al chantajista, está claro que perseguían un beneficio propio, una ventaja con respecto a la competencia o tapar alguna práctica profesional indefendible.

Entramos aquí en un debate delicado. Quién es más culpable, el corruptor o el corrompido. El chantajeador o el chantajeado que oculta algo inconfesable o busca un favor al filo de la ética. La ley y los tribunales tendrán que decidir, pero de momento lo que sí está claro es que el motor de la corrupción y de los chantajes necesita combustible para funcionar, en este caso dinero. Y esa pasta ya sabemos donde está, en manos de los que controlan, de los que mandan, de los que organizan y deciden.

Y a lo que parece, algo han debido hacer Pineda y Bernad que ha colmado el vaso de la paciencia del 'Sistema'. Después de años de tropelías sin fin que eran conocidas y denunciadas (ver como ejemplo el artículo de Íñigo de Barrón y Luis Doncel nada más y nada menos que del año 2007) se les fue la mano. Quizá lo de la infanta, quizá el cambio de ciclo ético en el que estamos inmersos, que obliga a todos a repensar cómo nos movemos por el mundo.

Y es que eso de invitar a los amigos o colegas o lo que sean a comer en nuestro restaurante (el de Luis Eduardo Cortés y de lujo, por supuesto) para pagar con el dinero de Ifema, como que ya no se lleva, incluso al desvergonzado que lo hacía hasta le empieza a parecer mal y se arrepiente un poquito, que no mucho, que no tanto como para dimitir inmediatamente y devolver el dinero y bajarse del coche oficial, el despacho, la secretaria, el sueldo millonario y demás zarandajas. Que son muchos años y cualquier mortal se acostumbra a vivir bien, lógico.

Pero volvamos al chantaje, la corrupción y el 'Sistema', sí, con mayúsculas. Porque ese es quizá el problema, que hemos vivido sumergidos tan profundamente en el fango, en la mierda de las corruptelas cotidianas, que ya no éramos capaces de distinguir dónde está la frontera. Ni con las tarjetas, ni con las preferentes, ni con las fundaciones reales, ni con las campañas publicitarias para proteger a los presidentes o consejeros delegados de bancos o grandes compañías del Ibex35 (el 'Sistema').

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