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La coca del pueblo

Ruth Toledano

Karl Marx escribió en 1844: “La miseria religiosa es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación sin alma. Es el opio del pueblo”. Con la publicación de La ideología alemana en 1846, Marx ahondó, mano a mano con Engels, en la interpretación del papel de las religiones como herramienta de las clases dominantes y en el carácter antisocial de sus preceptos. Si ambos, Marx y Engels, levantaran la cabeza, acaso escribirían hoy sobre Belén Esteban. Sobre Belén Esteban y nuestra miseria real. Sobre este mundo sin corazón y esta situación sin alma. Sobre la ideología española. Belén Esteban como opio, como coca del pueblo.

Belén Esteban se ha hecho famosa contando sin descanso en televisión su matrimonio con un asesino de toros, su separación del susodicho, sus desavenencias con la vergonzante familia de semejante elemento, los tórridos encuentros y chuscas peleas con sus novios y amantes posteriores, sus subidas y bajadas de peso, sus entradas y salidas de Urgencias por supuesta diabetes, sus adicciones a las drogas. Por una trayectoria forjada en los platós a base de gritos, descalificaciones, desplantes, presuntas confesiones y reiterados comentarios sobre su hija que le llegaron a acarrear una amonestación del Defensor del Menor, el personaje fue bautizado como “princesa del pueblo”. Como si nos hicieran falta más princesas, y no menos. Ahora acaba de publicar su autobiografía. Pero, ¿por qué hablamos aquí de ella?

Debemos hablar de Belén Esteban porque ha publicado un libro (para entendernos) que en menos de dos días va por su tercera edición. Debemos hablar de ella porque en la calle Preciados se formaron el sábado pasado colas interminables de gente que aguantaba un frío de narices para entrar en El Corte Inglés a que la tal princesa les firmara un ejemplar de su Ambiciones y reflexiones. Debemos hablar de ello para hablar del pueblo. Porque se ha demostrado que, en términos relativos y hasta estrictos, Belén Esteban ha arrastrado este fin de semana a más gente que las protestas contra la Ley de Seguridad Ciudadana, que las mareas a favor de la Sanidad, la Educación y la Justicia públicas, que las condenas en la calle por la violencia machista, que la defensa de los teatros madrileños, que la indignación contra los bancos, que las reacciones frente a los presupuestos de Rajoy y la reforma de las pensiones. Nos guste o no. No nos gusta, pero es revelador. ¿Qué revela la marea popular que provoca alguien como Belén Esteban?

Resulta obvio responder que la televisión es una potente herramienta que el poder utiliza para difundir cuanto apoya sus intereses: el opio que adormece la conciencia. Pero también resulta simplista: a nadie se obliga a ver los programas basura que entronizan a esta nueva aristocracia, ni mucho menos se obliga a comprar los productos infraliterarios que perpetran, ni mucho menos a soportar gélidas esperas para conseguir el fetiche de esa firma. ¿Por qué, entonces, el poder es capaz de ejercer así? ¿Dónde termina su responsabilidad y empieza la de los consumidores, la de los adictos? ¿Ni la estafa, ni los recortes, ni los abusos políticos, ni el desmantelamiento de servicios y derechos son antídoto suficiente contra los efectos de la droga televisada? ¿Qué podemos hacer frente la masa acrítica que gestan esos medios? ¿Tenemos derecho a decir a nuestros vecinos que son unos ignorantes, unos idiotas? ¿Cómo convencerlos de que son marionetas del poder, piezas del mecanismo amoral de los medios para convertirlos en audiencia, carnaza de la publicidad? En la era de la sobreinformación, ¿se puede hablar de desinformación?

Mis preguntas dibujan ante mí la respuesta de un paisaje desmoralizante: el de la miseria cultural, social y económica de este país. Un paisaje que es semilla y fruto de reformas educativas como la de la LOMCE. Semilla y fruto de mayorías absolutas como la del PP. Semilla y fruto de que las alternativas políticas sean como la del PSOE o la de UPyD. Caldo de cultivo de todo ello y de la incapacidad de encontrar réplicas que renueven en profundidad nuestra cultura, nuestra sociedad y nuestra economía. Si volvemos a Marx, concluiremos que fenómenos como el de Belén Esteban son la expresión de esa miseria y acaso, como la religión, de la protesta contra esa miseria. Acaso el suspiro hacia la princesa del pueblo sea el de la criatura que no encuentra otra salida a la opresión que ejercen las otras princesas. Sin duda, es el sentimiento de este miserable mundo nuestro, sin corazón, y el espíritu de esta miserable situación nuestra, sin alma unamuniana. Es la ideología del poder español. La Marca España.

Así que, a qué negarlo, hay días en que te anega la marea del desaliento y, visto lo visto, solo te quedan ganas de quedarte para siempre en casa leyendo un libro. Otro. O de meterte un tiro. Otro.

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