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Mi cole es una fantasía

Gabriela Wiener

En el instituto de mi hije una enorme bandera con los colores del arcoíris se extiende de la primera a la última planta a través del foso de la escalera del edificio. Frente al salón de actos una exposición con los mejores trabajos de los alumnxs sobre las luchas LGTBQI+ da cuenta de lo motivadxs que están con la identidad de género; en sus carteles y dibujos celebran la diversidad y el triunfo del amor, rechazan la discriminación y abominan de los que quieren recortar derechos. Sus miradas multicolor de un mundo todavía demasiado gris hacen que entrar a su cole sea como dar una buena bocanada de aire limpio en pleno centro de Madrid y en medio de los intentos contaminadores que hoy nos rodean.

No por nada ese instituto fue uno de los primeros de la capital en tener un programa especial de género transversal para prevención del 'bullying' homofóbico entre sus 1.400 estudiantes y para la acogida de jóvenes trans que sufrieron acoso en otros centros educativos.

“Mi instituto es una fantasía”, suele decir mi hije, para referirse a que es el cole soñado por cualquier joven como elle, que cree y defiende férreamente la igualdad, que usa lenguaje inclusivo y que va por el mundo con una padilla diversa.

Un instituto en el que pueden performar el género que quieran, pedir que se les registre con sus nombres verdaderos, distintos a los de su DNI, e ir a los baños donde se sienten cómodxs de acuerdo a su género. Un espacio para la convivencia respetuosa que tiene como principio básico que aquí nadie acosa a nadie por su origen, orientación o identidad. Que se señala más bien a quien juzga y discrimina al otro.

Hoy hemos sabido que todo el paripé de Vox de estos días tiene que ver con exigir una “condiciones mínimas” (sic) para dar el gobierno de la ciudad al PP y a Ciudadanos: Pareciera que llamaran “mínimos”, es decir, minucias, pequeñeces, detallitos, a las vidas de la gente, con las que juegan en sus componendas políticas. Por eso han pedido retirar la sanidad a los migrantes sin papeles y eliminar artículos de las leyes que protegen a la comunidad LGTBI y a las personas transexuales de la violencia y el odio. El PP, a través de Díaz Ayuso, se ha mostrado abierto a modificar leyes que hasta hoy sancionaban la homofobia y la transfobia, aprobadas por la propia Cifuentes. Además, Vox propone un “pin parental para que los padre puedan excluir a sus hijos de actividades que sean contrarias a sus convicciones”. Ya sabemos que se refieren a todo lo que no sea la unidad de España.

De pronto me imaginé un futuro inmediato en el que el instituto de mi hije ya no fuera una fantasía hecha realidad sino una que ya no existe más, una escuela que imaginamos, con la que fantaseamos un día, pero que fue borrada de nuestra vida, como se quiere borrar cualquier avance que se haya hecho para cuidarnos y cuidar nuestro entorno y medio ambiente.

Sé que hoy estamos en Madrid, en 2019, pero no sé dónde vamos a estar en unos días. Bueno, sí sé, es posible que estemos en esa foto del grupo de niños de un colegio concertado del Opus Dei de Palma que posa con otra bandera, la bandera de España con el símbolo de Vox, y haciendo el saludo fascista, que sus mayores les han enseñado. Ahí se ven con claridad las condiciones de los ultras que ahora mismo valoran sus aliados de las derechitas: la imposición de un mundo monócromo de niños varones blancos que no tienen ni puñetera idea de todo el dolor que ha causado y sigue causando ese brazo alzado, toda la maldad humana que celebra, ni los tiempos oscuros que evoca y promete.

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