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Lluvia de barro por cortesía de María Dolores de Cospedal

Cospedal, en mitad de su ofensiva de declaraciones.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Hay gente que piensa que la política es aburrida, los políticos siempre dicen lo mismo y los periodistas preguntan lo primero que se les pasa por la cabeza. Tenían que haber visto la conferencia de prensa que dio María Dolores de Cospedal el lunes. La misma persona que anunció el viernes que el PP no tenía que realizar ninguna investigación tras las revelaciones de El Mundo a cuenta de los sobresueldos pagados con dinero de la caja B procedente de sobornos, anunció a los atentos periodistas que sí, el partido tenía previsto llevar a cabo una investigación interna a la que se añadiría una auditoría externa sobre algo que, según ella, nunca existió.

Fue un giro de 180 grados, pero de los complicados, porque acabó con Cospedal enloquecida ante la presión, no excesivamente salvaje, de los periodistas.

Vamos a dejar a un lado el hecho no menor de la auténtica utilidad de la iniciativa. Por ejemplo, saber quién realizará esa auditoría externa y qué podrá aportar a datos ofrecidos por el Partido Popular. ¿Se limitará a revisar las sumas? ¿Confirmará que en la caja A del PP no hay (obviamente) ninguna referencia a una hipotética caja B?

Tampoco vamos a ponernos exigentes y preguntarnos cómo la actual tesorera del PP, a la que han asignado llevar cabo la investigación, podrá contrastar la denuncia hecha por Bárcenas o personas de su entorno sin hablar con él, algo que Cospedal descartó por completo.

Y por ser extremadamente considerados, quizá no sea necesario recordar que el PP despidió con sentidos elogios a Bárcenas cuando abandonó sus cargos y militancia en el partido al ser imputado y más tarde, después de que un juez diera carpetazo (provisional) al caso, lamentara ofendido las injustas acusaciones recibidas.

Las declaraciones de Cospedal recuerdan demasiado a situaciones ocurridas en muchos partidos que, ante la denuncia de conductas corruptas, se apresuran a anunciar que colaborarán con la Justicia, dejando claro al mismo tiempo que nunca se encontrará nada que contradiga la versión oficial. Su versión oficial.

Pero eso no es lo peor. La secretaria general del PP ofreció a la audiencia una actuación memorable a la hora de poner en marcha el ventilador del barro. Si añadimos a la comparecencia lo que dijo el fin de semana, comprobaremos que en relación a este tema ha citado los casos de Filesa, los ERE de Andalucía, la reivindicación independentista de Cataluña y (en un sprint final desbocado el lunes) los cargos electos del PP asesinados por ETA. Y a eso habría que añadir ciertas referencias veladas, pero bastante claras, al patrimonio con el que cuenta José Bono y al desastre urbanístico de Seseña, obra de El Pocero, el constructor que fue condecorado por el Gobierno de Aznar.

Asuntos que, como todos sabemos, tienen una relación directa con las acusaciones que ha recibido su partido en los últimos días.

A veces, parece que los políticos españoles hacen todo lo posible para confirmar las sospechas generalizadas de los ciudadanos sobre su inutilidad y, algo peor, su capacidad para corromperse con el dinero fácil. Muchas de esas críticas son exageradas por indiscriminadas. Ha ocurrido que esa desconfianza haya dado pábulo a cifras tan absurdas como la de 445.000 políticos chupando del erario público.

No importa cuántas veces intentes bajar el debate a un nivel racional y sostengas que la política, y por tanto la democracia, no puede funcionar sin políticos, preferiblemente profesionales, y que cualquier alegato que defina a los políticos, sin distinción de ideologías, como una banda de corruptos sólo puede conducir a otra generación de políticos aún peores.

Al final, los políticos siempre te dejan tirado.

En la conferencia de prensa, no es que Cospedal pusiera en marcha el ventilador. Se puso un cinturón de explosivos y lo hizo estallar con la intención de que la metralla alcanzara a todos. Porque al final cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie. Los corruptos propios son emboscados tras los corruptos de los otros. Se hacen propuestas a todos los demás partidos sobre un pacto contra la corrupción que son idénticas a otras que se hicieron tiempo atrás, por el mismo partido o por otros, que fueron olvidadas cuando pasó el tiempo y la presión se redujo. O, en el colmo de la ironía involuntaria, son presentadas por el mismo político que las rechazó en 2006. O por el mismo político que hizo esa misma promesa en 2010, de la que luego evidentemente no volvió a acordarse.

Lo malo no es que sea una obra de teatro. Es que es la misma obra de teatro de siempre y nos la venden como si fuera un estreno. Lluvia de barro, promesas y olvido. No hay que ser un pesimista irredento para saber que esta vez volverá a ser igual.

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